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AÑO 4 - 2023

Una aproximación hacia lo social en la obra de Luis Buñuel: El discreto ángel jamás olvidado del cine

 

 

Por Ignacio Andrés Gallardo Frías

 

Partiremos por ciertos preceptos que, a riesgo de ser considerados meras trampas semánticas, resultan más que pertinentes al momento de estrechar lazos entre la obra de Buñuel y la historia misma de la cinematografía mundial, sobre todo al fragmento correspondiente entre los años 50 y comienzos de los 70: para hablar seriamente de cine, se debe hablar de buen cine; hablar de buen cine implica, necesariamente, hablar del cine como reflejo de la sociedad; y al hablar del buen cine social, es imposible no referirse a Luis Buñuel.

Antes de entrar de lleno en el asunto propio que inspira este artículo, llámese lo social en la obra buñueliana, considero esencial recomendar, incluso sin la necesidad de leer las siguientes palabras, cinco películas del gran cineasta: “Los Olvidados” (1950, México), “Nazarín” (1958-1959, México), “Viridiana” (1961, España), “El Ángel Exterminador” (1962, México) y “El discreto encanto de la burguesía” (1972, Francia). Dicha selección se debe no a que el resto de la obra de Buñuel carezca del componente social, sino que es en ellas donde más explícitamente el director expresa una profunda y certera visión del mundo que le rodea, a través de historias, personajes y contextos que explicitan su prolija fijación tanto por las circunstancias propias del contexto donde se desarrolla cada relato, como por la constante, desigual y no menos ridícula pugna entre lo que concebimos, a grandes rasgos, como clases sociales. Es, de hecho, en “Viridiana” (1961), donde esta pugna se externaliza al punto de proponer lo absurdo de la exclusión social y el aún más absurdo afán por hacer convivir forzadamente ambas realidades sin acudir a la base del problema.

 

 

Según la reseña de Edmond Orts, en “Viridiana”, Buñuel (…) sigue describiendo a personajes de mundo interiorizado y encerrados en sí mismos, y asocia la introversión individual con la insana cerrazón de un núcleo social excluyente. Esta cita logra describir, con precisión y en breves palabras, uno de los postulados primordiales en cuanto al componente social en el cine de Buñuel: cómo el individuo, independiente de su estatus social, se encuentra desvinculado de su medio, ya sea por despecho, por miedo, por desidia o, peor aún, por ignorancia. Dicha premisa, donde tal individuo, como tal, y como parte de la sociedad, busca por todos los medios esquivar las realidades que no le son propias, en especial aquellas donde tanto costumbres como predeterminaciones son diametralmente opuestas a las suyas.

La historia de “Viridiana” resulta incluso más compleja que lo anteriormente expuesto, pues no se conforma con exhibir meramente las virtudes o “defectos” de cada clase social, sino que lo hace por igual, sin concesiones: no existen los “ricos malos” versus los “pobres buenos”, ni viceversa. Lo que existe son personas distintas, cuyas circunstancias de vida las han hecho así. Lo que critica Buñuel, derechamente, es el medio: no son unos excluyentes y otros excluidos: es el todo el que excluye, incluso mediando la voluntad por mejorar el estado de las cosas.

Viridiana es el nombre de una angelical novicia, aspirante a monja, que visita a su tío Don Jaime, dueño de una hacienda en España, quien luego de intentar seducirla y abusar de ella narcotizándola, se suicida, siendo Viridiana una de las herederas de la propiedad en conjunto con el hijo ilegítimo de Don Jaime, Jorge. A la bella muchacha, que aún ostenta inocencia con su respectiva bondad, no se le ocurre nada mejor que ir a buscar indigentes al pueblo e invitar a los mendigos y mendigas a habitar en su hacienda, una acción que oscila entre una filantropía típica de la clase acomodada católica y la nobleza que la joven atesora en su corazón.

Resulta difícil encontrar un suceso más preciso para escarbar en el choque de clases que, desde un comienzo, se ve truncado no tanto por la molestia que la aventura de Viridiana produce en su primo y los empleados de la hacienda, sino que por los conflictos suscitados entre los mismos mendigos al hallarse en su nuevo hogar. Notable es la animadversión que la mayoría de los vagabundos y vagabundas sienten contra un leproso, siendo excluido de su diario vivir, y pactando fórmulas para hacer que se marche del lugar.

 

 

A modo de spoiler, imprescindible para comprender el presente planteamiento, sucede un hecho particularmente buñueliano: la primera noche que la hacienda queda sin moradores, salvo los mendigos y mendigas, éstos ingresan a la casona principal con el fin de hacer una cena, se emborrachan, destruyendo los artículos de la casa y, al aparecer Viridiana, algunos de ellos intentan violarla hasta que arriba Jorge y, posteriormente, la policía.

La inocencia de la novicia se desvanece. Aterriza en su realidad: ¿cómo es posible ser caritativos, si a la primera los beneficiados por su nobleza habrán de aprovecharse al máximo de la mano que les dio de comer? Al mismo tiempo, asumimos que fue el medio quien los transformó en los animales que abusaron de la confianza de Viridiana. Célebre es la escena donde, todos sentados alrededor de una mesa, confluyen para dibujar una divertida parodia de la “última cena”: es más. Buñuel se atreve a detenerse en un fotograma donde los mendigos están dispuestos tal como en el cuadro de Miguel Ángel.

Ironías más, ironías menos, nos encontramos con la ruptura de paradigmas tan preciados por el cristianismo, así como con los adscritos a un razonamiento que nada tiene de lastimero en cuanto a su visión: sí, son pobres, excluidos por la sociedad y el medio, mal tratados desde pequeños. Pero también son seres humanos, homo sapiens, dueños de vicios y malas costumbres, portadores de instintos básicos y bebedores, al igual que los burgueses de “El discreto encanto de la burguesía” y “El Ángel Exterminador”, y de las prostitutas de “Nazarín”. Es, en efecto, el alcohol, la fiesta, el “patache”, un denominador común que Buñuel grafica con particular fineza en “Viridiana”. ¿Y por qué no habrían de serlo? ¿No son, acaso, los rituales dionisíacos aquel factor compartido por casi todas las culturas y estratos sociales?

En “Viridiana” es tal celebración, la “última cena” en la mansión, la que desemboca el desenlace. No así en “El discreto encanto de la burguesía”, donde la deseada cena del pintoresco grupo de burgueses es, precisamente, el acontecimiento que durante toda la película se ve interrumpido por diversos, jocosos y surrealistas sucesos. De hecho, y de acuerdo a un análisis superficial dentro de su profundidad, el nudo dramático principal de la anteriormente mencionada película es el de un grupo de amigos que por circunstancias del destino no pueden cenar tranquilos. La escena del embajador del ficticio país sudamericano de Miranda, interpretado por José Ferrer, devorando con las manos un pedazo de carne debajo de la mesa, donde se encontraba escondido mientras los militares invadían la casa donde se desarrollaba la inconclusa cena, no es distinta a la forma gutural con que los mendigos de “Viridiana” se alimentaron durante la cena que culminó en su excomulgación de la hacienda.

Vamos por más. En “El Ángel Exterminador”, donde un grupúsculo de la aristocracia mexicana se ve imposibilitado de salir de la casa en donde cenaron, sin motivo aparente, también terminan alimentándose cavernícolamente al verse expuestos a una situación extrema e inexplicable, dispuestos a matarse entre ellos por obtener un trozo de alimento. La humanidad en su estado más puro: la misma humanidad que, en latitudes cercanas, sufre por no tener un pedazo de pan para echarse a la boca. Esa (cuasi) humanidad que vemos en “Los Olvidados” y “Nazarín”.

En el primer caso, Buñuel, con incomparable maestría incluso ante obras más nuevas como “Cidade de Deus”, nos cuenta el devenir diario de un grupo de niños y adolescentes marginales en las calles de México, que deben enfrentarse cada segundo de sus vidas a la más cruda realidad, sólo comparable al contexto de interminable guerra desarrollada en Medio Oriente (recomiendo revisar “Las Tortugas También Vuelan”, película Irakí). En cuanto a “Nazarín”, nombre del cura que reside también en el México más pobre, y que hace alusión tanto al nombre como al pasar del “Nazareno”, relata la historia de un párroco que, no conforme con vivir in situ en un contexto de extrema marginalidad, dona sin despecho la escasa comida que tiene a sus vecinos tanto o más pobres que él, incluyendo una tropa de prostitutas alcoholizadas que, cual discípulos de Jesús, le sigue a todos lados.

Quisiera detenerme en un aspecto que, tanto cinematográfica como históricamente, marcaron un antes y un después en la filmografía de Buñuel. Fue en su etapa mexicana, país donde el director arribó luego de su exilio por parte del franquismo en España, cuando se vio enfrentado a una realidad que supo, cual maestro, retratar incluso mejor que sus pares. ¿Habrá imaginado Buñuel, que hasta hoy dicha realidad se repite y recrudece en dichos lares, ahora abrasada (sí, de brasas…) por la coyuntura propia del narcoterrorismo azteca?

Es una especulación, fundada a partir de lo visto en pantalla, pero digna de mencionarse: Luis Buñuel se encontró en México con una realidad que desconocía, la de la extrema pobreza, la extrema fragilidad del modelo económico, incapaz de resolverle la existencia a los menos afortunados. La matriz, por tanto, de su propuesta en “Viridiana”: la diferencia, es que tanto en “Los Olvidados” como en “Nazarín”, no existió el contrapunto entre distintas clases. El contrapunto, el “rival”, se encarna a través de los propios pares y, especialmente, en las fuerzas de orden y seguridad. Las policías resultan ser el ente opresor de los desposeídos, culpables o inocentes, para detener su eventual andar delictual o, incluso, su tendencia a verse forzados a contravenir la norma para subsistir. El periplo simbólico de Nazarín, asediado tanto por la policía como por otros delincuentes, muestra el camino sin salida de los pobres en el universo buñueliano, por no decir el universo real: o te mueres de hambre, o te mueres encerrado por conseguir alimento y subsistencia.

Es atrevidamente encantadora la manera con que Buñuel respira estas realidades: pasar de las tertulias armoniosa y elegantemente dispersas de los franceses acomodados en “El discreto encanto de la burguesía”, a lo extremo que resulta una situación tan chocante como la eventual violación de una chica de 12 años en “Los Olvidados”. Un transitar eterno entre el caos lindo y la perdición renegada, hasta hoy, de los que, en efecto, han sido, son y serán por siempre olvidados. ¿Por qué no los queremos ver? ¿Acaso es necesario que aparezca otro genio como Buñuel para darnos cuenta que algo anda mal? Intentos han habido, y varios. Pero nunca con la precisión histórica y, por los elementos conflictuados descritos anteriormente, con la objetiva subjetividad que nos ofrenda el gran director en cada una de sus obras.

Ya lo decía Christian Metz, al referirse al cine como “hecho social total”: el cine es un vasto y complejo fenómeno sociocultural, una especie de «hecho social total», que abarca distintos aspectos. Esta totalidad, entendiéndola no como resultado de la relación obra – espectador – medio, sino que como obra en cuanto a su propuesta política, resulta especialmente plausible al enfrentarse a las confecciones del mencionado realizador. Es fácil acudir a clichés del tipo “un burguesito más iluminándose ante la inmensidad del fenómeno de la marginalidad y exclusión”, o bien, “un iluminado proveniente de la burguesía con ansias por denunciar las injusticias del mundo”. Es fácil, también, retroalimentar tales clichés con las circunstancias propias de aquellos tiempos (50’s, 70’s), donde sólo unos pocos tenían el privilegio de ostentar un podio adjudicado por los “pensantes” que construyeron la filosofía moderna. Pero es insospechadamente difícil introducir una cámara con tanta frialdad (virtuosa, por lo demás) en dimensiones fulminantemente escabrosas como la realidad de la infancia perturbada del México de los años 50, o bien, en la intimidad forzada de los burgueses franceses desapegados a la iluminación intelectual de los 70, algo así como develar eso de los “vicios privados y virtudes públicas”. Cualquiera de dichas realidades requiere, inexorablemente, de una oxigenación propia de un verdaderamente iluminado ser, tan iluminado como lo fue Raúl Ruiz cuando empezó su vorágine francesa en “Diálogos de Exiliados”, donde fue capaz de denunciar no sólo las penumbras de haber sido expulsado de su patria, sino que de cómo a través de tal travesía involuntaria se develaron los conflictos propios entre “camaradas”.

En pocas palabras, Buñuel nos muestra lo que nos molesta: la podredumbre de los guetos mexicanos y el hedor del devenir burgués de quienes, hoy en día, se sienten víctimas de un universo que ellos mismos propiciaron.

 

 

Tanto en el México más pobre como en la Francia más refinada, la desesperanza de los personajes buñuelianos se palpa hasta decir basta: los primeros por alcanzar un trozo de pan, los segundos por degustar sus manjares sin ser importunados.

Por ello, y como mencioné al comienzo, en “Viridiana” Luis Buñuel exclama, a los cuatro vientos, que todos somos la misma mierda, con distinto olor. Unos pasados a cenizas, otros a “le parfum”. Así las cosas, encontramos la causa del porqué los amigotes de “El Ángel Exterminador” no podían salir de la casa: el encierro es interior.

… … …

Hablar de Buñuel es hablar de más. Al decir eso, me refiero a que no basta con admirarlo mediante reseñas o alabanzas varias. A Luis Buñuel hay que verlo… siempre y cuando se esté interesado/a en conocer acerca del buen cine, ese mismo cine que nos ha dirigido a amar el séptimo arte al punto de babear en torno a él y a sentarnos días enteros a escribir respecto de lo que más nos ha encandilado.

Era en 1995 cuando un vecino, estudiante por esos años de la Alianza Francesa, establecimiento educacional más conocido como el “Charles de Gaulle”, me llevó a un ciclo donde se proyectaban –literalmente, con proyectora de 16 mm.- “Le charme discret de la burgoise”, subtituladamente sublime experiencia.

Recién ahí, hace 20 años casi exactos, es cuando me di cuenta que lo mío era el cine. O, al menos, hablar de cine. Es casi lo mismo. Imposible resultará rodar sin tener como referencia al más grande creador fílmico que jamás ha pisado suelo terrícola.

Tan determinantemente defiendo dicha afirmación, como tan seguro estoy que la cerveza se estropea si dejas que pase mucho rato. Aguante Buñuel.

FILMOGRAFÍA DE LUIS BUÑUEL.

https://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Bu%C3%B1uel#Filmograf.C3.ADa

 

 

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Ignacio Gallardo Comunicador Audiovisual de profesión. Escritor, guionista y productor de oficio.
Fundador del grupo literario “Aullido” en Concepción, en la década de los 90.
Su primer poemario, “Testimonios de baja pureza”, se publicó en 2015.
Durante el último tiempo, ha desarrollado un trabajo principalmente de gestión en el ámbito literario, como fundador, productor y poeta del colectivo de poetas penquistas “Cóctel Lírico”, que basa su andar en lecturas de la bohemia y bares penquistas y de localidades de la región y el país, desde principios de 2016, proyecto con el cual se ganó un fondo municipal que, entre otras actividades, les permitió publicar el libro “Cóctel Lírico: poesía menor de adolescentes tardíos”, en 2017, con textos de 6 de sus miembros.
Actualmente sigue gestionando las presentaciones del “Cóctel Lírico” y es productor del ciclo de lecturas “La Infame Palabra” del célebre club nocturno Casa de Salud de Concepción, reconocido internacionalmente como espacio multicultural.
Además, se encuentra en pleno proceso de producción de su primer largometraje, “Asumida Infracción”.

 

 

 

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