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AÑO 4 - 2023

JOSUÉ ANDRÉS MOZ – REVÓLVER

Poeta, vendedor de libros, corrector de estilo y gestor cultural. Publicaciones: Carcoma (2017), Pesebre (2018), Babel (2020) y El libro del Carnero (2021). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, árabe y francés. En los últimos años ha participado en congresos y festivales de literatura, entre algunos de ellos: l Festival Internacional de Poesía de Aguacatán (Guatemala, 2018), Primer Encuentro Centroamericano de Escritores Edilberto Cardona Bulnes (Honduras, 2018), Primer Congreso Centroamericano de Literatura (USAC, 2019), trigésima edición del Festival Internacional de poesía de Medellín (2020), ANTIFIL (2021), y 15vo Festival Mundial de Poesía de Venezuela. Actual co-editor de Revista Ars poética 1970, y miembro del staff de la Galería Literaria La Mosca Luminosa en Colombia.

Ítaca

Hay algunos que dicen que todos los caminos conducen a Roma
y es verdad porque el mío me lleva cada noche al hueco que te nombra.

Luis Eduardo Aute

Tu lengua busca mi voz,
acaricia cada palabra
que posee el color de tu cuerpo.


Hemos cruzado descalzos las bahías de otras manos,
y siempre sobre la orilla:
encontrado la perpetuidad de nuestro aroma.

Desde hace años
pertenecemos al sismo
a un temblor más alto que la fiebre y sus fronteras.


Llevo una cartografía de tu cuerpo grabada en mis labios,
para volver siempre seguro a casa
para que mi hogar no cambie de nombre.

Nocturno del tiempo

Abrazo a la espiga del tiempo, mi cabeza es una torre de fuego.
Adonis (Ali Ahmad Said)

Al filo de la madrugada
yo besaba a una mujer distinta;


era mi corazón una caries
en la dentadura invisible de la noche,

mis manos
otra forma de nombrar la inercia.

En medio del desierto
mastiqué la arena e imaginé tu cuerpo
tu cuerpo que es caricia en el bostezo más lejano de la sed.

En medio de la sequía, del cactus,
al otro lado del espejismo:
todos los cristales contenían un lenguaje
semejante a la coreografía
que aprendieron nuestros labios.

De allí,
que mi boca fuera sorda ante otras bocas,
que mi lengua ciega frente a otra saliva,
que la nieve recorriera mis manos si no encontraba tu cintura.

Estás, de nuevo,
diminuta, caminando sobre mi pecho,
descalza en contra de la memoria
huyendo
de la última sonrisa que te pudiera encontrar.

Más adelante,
el amor es una fractura en la sangre,
un coágulo oscuro hecho de nombres,
una bandera que yergue su orgullo en el fracaso,
un poema recurrente que no termina de dibujarse frente al mar.

Te veo sonreír, lejana,
ante la tumba de todas las promesas.
Allá adentro,
sólo el insomnio es capaz de reconstruir tu desnudez,
y regresar hasta mi ternura:
esa última lágrima que recostaste sobre mis dedos.

A lo que resta de mi voz la habitan los perros,
y es mi boca una ciudad que se abre contra el vacío,
una catedral en que nadie podrá volver a doblar sus rodillas.

Este amanecer de cuchillos lleva tu nombre,
y es apenas perceptible el aroma en que los días
terminaban con mi tacto inaugurando tu respiración.

Te veo escupir la mañana
asomada en el abismo de otra sangre.

En esta página
he calcado esa memoria
que buscarás sepultar bajo toda la espuma,
en medio de los vasos que anegan tu reflejo.

De esto habló en algún momento la ceguera;
el oro de los tigres es una doble silueta que se apaga,
una invertebrada carretera en que nacen los sismos,
una luminosa lengua de serpiente devorada por la noche.

Esto es lo que se pierde entre el ojo y la página
entre la palabra y el vientre que se ha escrito
cuando todas las luces, finalmente se apagan.

Quinta recámara

Error 404 not found.
El quinto ‘‘poema’’

El autor nunca comprendió el juego;
llenó cinco espacios del tambor, y dejó uno vacío.

REVÓLVER

A manera de prólogo

Aún antes del nacimiento
algo apunta al territorio más pequeño de mi infancia
y el giro de tambores es una danza de años,
una repetición casi infinita de espacios vacíos.

El martillo es indiferente a mi edad,
el dedo se contrae una y otra vez hacia sí mismo:
como si de llamar a cada nombre se tratara,
como si buscara recuperar el sentido en cada rostro,
en cada llanto que regresa.

Alguien asegura que el amor es ausencia de frío;
yo observo la carne y me abrazo a la temperatura
de mis huesos.

Hay un instante previo al estallido,
uno diminuto y dedicado al silencio,
luego:
todo es humo,
sangre
y un espacio finalmente ocupado por el plomo.

CRACK 

Rosa Polar hierve entre las manos.
Burbujeo incandescente. 

En mi pecho las cucarachas ponen sus huevos. 

Extraviado está el niño que con los años devolví a su pesebre. 

Escucho el beso que me niegan, el beso que no doy.
La ciudad es un espejo roto donde mi nombre encuentra su lugar. 

Soy ese pozo muerto,
sitio en el silencio, 

inmóvil catedral de los sueños. 

Me arrodillo sobre mi rostro y ahogo mis párpados entre mis venas. 

Cada esquina de la noche tiene mi cuerpo dibujado;
mi rostro tres disparos, mi costilla seis navajas
y mi tristeza degollada para repartir a los testigos. 

Camino entre automóviles y calaveras enfermas,
entre la música de los basureros, entre las caries de los suicidas. 

Sucias están mis manos y siempre limpio mi corazón. 

Amo la herida consciente y los látigos de la madrugada,
las gasolineras abiertas,
los golpes de los hombres que nada tienen que perder, las caricias a la orilla de la calle, 
las monedas abandonadas en los charcos,
los policías extraviados en sí mismos,
las mujeres que exprimen su dolor como a un limón seco. 

Hierven mis manos, Rosa Polar. 

Soy el humo que rebota en los tejados,
la ceniza repartida en las historias de amor,
el tacto siempre enfermo y la piel que vio parir a sus gusanos. 

Es fácil, no me quejo:
he olvidado mi nombre y cicatrizado mi culpa
entre las manos de mis amigos y la fiebre de mis amantes. 

Escaleras abajo mi país escupe su amargura sobre mi rostro. 

Es imposible respirar. Rosa Polar que ardes entre mis dedos,
a través de ti soy una barca ignorando todos los puertos. 

Entran las hormigas bajo mi piel. Telaraña azul. 

Ella dice que me ama y pregunta mi apellido;
tiene los labios negros y el cabello corto,
su vientre suave como el silencio,
como el amor de los cuchillos, 
como una ráfaga a la cual no debo temer. 

Sucias están mis manos y siempre limpio mi corazón. 

Desgarradura tibia del abismo, Rosa Polar.
No más venas visibles ni ternura escondida,
no más lenguaje de plomo ni palabra del agua. 

Ella dice que me ama y pronuncia mi apellido;
tiene en las manos el temblor de una lágrima 
sobre la piel de una cuchara. 

Soy ese pozo negro donde terminarán mis días. 

Sueño. Rosa Polar. Vena rota. Última visión del chacal.
Amanezco desnudo y con las manos vacías. 

Las cucarachas escapan de mi pecho. 

Lo que queda de mí
es un susurro del espejismo. 

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