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AÑO 4 - 2023

MELVYN AGUILAR – XARXA D’ARANYA

Melvyn Aguilar (1966, San José). Cursó estudios de sociología en la Universidad de
Costa Rica. Cofundador del Colectivo Octubre Alfil 4, del Colectivo Voz Urbana y del
Taller Anti-TallerAnti. Dirigió la revista de literatura costarricense La Mandrágula. Ha
publicado Territorios habituales (Editorial Arboleda, 2006) y Xarxa D’ Aranya (Ediciones
Espiral, 2012), MayDay (Ediciones Espiral, 2015). Ha publicado en diferentes
antologías, revistas a nivel nacional e internacional.
Es el editor y fundador de la revista de poesía y del sello editorial “El pez Soluble”
http://www.revistaelpezsoluble.com/ . Miembro fundador de la Editorial FALENA en
El Salvador y cofundador del espacio para la conceptualización en el arte I:TALLER
https://itallersv.wixsite.com/italler.
Tiene inéditos los poemarios: Modus Operandi (poesía) 2015, Malversación del Paraíso
(poesía) 2011, Detrás del conejo del espejo (Poesía), 1996, Kaldunia (Poesía), 1993.
Actualmente trabaja en el poemario Los Imaginantes (topología del cielo), el
poemario Blue y en la novela de título provisional “1166”. Reside en El Salvador
desde el 2016.

Desafortu


“…Porque es terrible seguirse a sí mismo cuando lo hicimos todo,
lo quisimos todo, lo pudimos todo
y se nos quiebran las manos y los dientes
mordiendo hierro con fuego…”
C. D. Loyola

I

Mujer, aúlla sobre esta lápida
irremediable.

¥

Aquí y ahora, padre, con la rancia navaja de Altazor, en Licanté
desastillo tu olvido de madera. Soplo, soplo, soplo hasta tener un
núcleo, una semilla, un árbol estridente, imaginario, estrepitoso,
metafísico, chillón –abstruso y recóndito–. Inteligible como el dios en
el que ya no creemos. Hoy, sentado en la cabeza de un tornillo, mis
ojos giran con las hélices del planeta, la tierra sangra: orgánica, viva,
mineral, mis pies, mañana tocarán el hielo, el gas, el fango originario
y pantanoso del corazón de esta esfera –el polvo– quizás, tan solo el
polvo.

¥

Pondré gusanos en mi lengua y hundiré una daga en la garganta de
Nabucodonosor, para que brote en el aire, en el aire, en la corriente
norte del aire, una última rosa. Luego, no habrá ya espejo redentor ni
“halcónico prototipo”, ni máscara, ni carátula, ni esbozos, ni antifaz.
No habrá gemas en el corazón de los lagartos, ni cruces de ceniza en el
pecho de los infantes.

¥

Advierto y digo y digo y advierto que mansamente se apaga el núcleo
inyector, carnoso y muscular de todas las criaturas, y me sumo
tristemente a la triste tristeza de los tristes. Apuntalo, me apuro a
apuntalar con mi moderno índice la última raíz vegetal y con las
yemas de mis dedos justiprecio y me despido del devaluado abalorio
de la mirada humana, del pírrico destello que se esfuma vertiginoso de
las pupilas.

¥

Hierofante el caballo remolcará siete veces siete el coche de la historia
y sus poderosos anillos giratorios destrozarán la espantosa y sintética
fisiología de lo humano. Abismo y acantilado, pus en el cascarón
encefálico de la creación, hongo negro y tenebroso, tenebroso y negro
eclosionando en el comprimido pecho de la especie.

¥

Mujer, –sobre esta irreparable lápida aúlla– pues ya nadie derramará
vino, ni esparcirá pétalos de jazmín para Endimión el divino.

II

– Sigo aún sentado en la cabeza de un tornillo- Ya no quedan árboles
de ciruelo, YA NO QUEDAN ÁRBOLES, ni zarzas, ni espinos, ni
magos, ni mujer, ni caracola, no queda greda pura ni impura, ni rocío
electrizando el nuevo día –desde ya moribundo–. Mis pies, ya casi se
hunden en el limo y mis manos repugnantemente cuelgan como la
lengua de los degollados.

¥

Y digo naufragio –como digo amén– pájaro, aleteo de hierro, calvo.
Yo digo amén, pero quiero decir Miranda, que es como decir prodigio,
cardo, huerto, lirio, maravilla.
Como los ciegos, digo azul y punto, no azulino, ni azuloso, porque si
el cielo está azulado, está azulado.

¥

Con un ojo puesto en otra parte, veo los pálidos astros tímidamente
eclipsados y sueño lo que sueño –la comisura de los labios de
Miranda– y pronuncio paraguas, caballito de fuego, isla, faro, abeja,
nardo. Y dejo para otros días los epitafios, descuelgo de mi espalda la
letra menuda, la que pondré algún día en una lápida.

¥

¿Donde están mis muertos? ¿Donde están mis muertos? ¿Donde
están? Ahora que tengo en mis manos a la dama Cempasúchil, con su
cresta dorada y su aguja. Hay perfume en el aire, dulces en las losas y
licor en las gargantas de los vivos.

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