Casa Bukowski

Multiplataforma Internacional de Literatura, Cine, y Artes

AÑO 4 - 2023

¿POR QUÉ ESTA HISTORIA? [5] LILI EN SU BOSQUE

 

Por Elsa Drucaroff

 

Este cuento[1] nace de una consigna: «Desobediencia y resistencia». En 2012, estudiantes de postgrado de la Universidad de Madison (Wisconsin) organizaron un simposio con ese título y fui una de les invitades. Entre otras cosas nos dieron esta consigna: crear una obra en cualquier formato (literario, ensayístico, plástico) que hablara a su modo de desobediencia y resistencia. Entonces me puse a buscar en mí propia rebeldía, en lo que no se dejaba apagar, y encontré algo que siempre intuí, como muchas otras mujeres: mi primera desobediencia fue/es mi cuerpo o mejor, ese grito mudo que mi cuerpo profiere desde que tengo memoria y niega, resiste, desobedece lo que la cultura dice que debería ser. En un mundo que nos construye como un sexo “otro”, como lo “diferente”, lo que se desvía del universal (falsamente) masculino, la costilla del cuerpo «normal», lo que se sale de la generalidad «el hombre», la alternidad dentro de la especie humana… en ese mundo nosotras somos el cuerpo que no se dibuja en las láminas de los manuales de anatomía, salvo cuando hay que dibujar la particularidad genital… Es decir que mi (nuestra) desobediencia fundante está en el propio cuerpo, en eso que mi cuerpo reclama, resistiendo cualquier presión que me quiere definir como un agujero. No sé si pensé todo esto para escribir el cuento, mi relato no nació de un concepto abstracto y deductivo sino de los asombrosos impulsos de mi infancia. Sin embargo, supe bien que estaba contando algo más allá de una anécdota, que hablaba de un estupor que persiste incluso hoy y que las desobediencias y resistencias que vengo cultivando desde el comienzo no son ajenas a la evidencia de ser mi sexo-género (ese diálogo turbulento entre cultura que construye cuerpo y cuerpo que construye contra-cultura). En un volumen de relatos bastante pesimistas como es Checkpoint, creo que este es el único cuento donde el punto de chequeo es luminoso. Como si ser mujer contuviera una utopía, como si el mundo la precisara.

 

 

 

************************************************* 

 

 

LILI EN SU BOSQUE

 

En las casas de los niños que van al jardín con Lili, hay siempre una madre todo el día. En todas. Pero en la de Lili, la madre se va a la mañana con su marido y regresa de noche: trabaja como abogada. Transcurren los años sesenta.

 

La madre de Lili es, piensa la niña, alta y hermosa; llama la atención en cualquier parte porque además usa unos anteojos oscuros raros, con marcos incrustados con perlitas y ropa de colores, ropa diferente. Pero sobre todo llama la atención porque habla distinto, pronuncia frases largas y seguras que Lili, con cuatro años de vida, no puede describir como sintaxis compleja pero sin embargo reconoce distintiva por sus ritmos, su brillo extraño, por las expresiones de desconcierto, respeto y hasta temor de los hombres que escuchan esa voz femenina firme, las pocas veces que van juntas a un almacén o saludan por la calle a un vecino. La madre de Lili enuncia con su sintaxis compleja ideas muy firmes sobre las mujeres y sus derechos. Lili la escucha y comprende poco, aunque su madre le dijo que son temas que le atañen; no obstante, la madre de Lili no quiere una hija despeinada, no quiere una hija que se ensucie el vestido rosa de puntillas si un domingo viene una visita y ha perforado los lóbulos de sus pequeñas orejas para ponerle unos abridores de oro, contra la débil voluntad de su marido.

 

En casa de Lili no hay una madre todo el tiempo pero sí hay una mujer todo el tiempo. La madre de Lili la llama «la empleada» y la trata de usted. Toda la otra gente la llama «la muchacha», «la chica», «la sirvienta», pero en casa de Lili censuran esos nombres, los consideran expresión de la injusticia social. La madre le ha avisado a Lili que ella también debe tratar de usted a la mujer que está todo el tiempo en su casa, porque si bien en muchos otros hogares (ha dicho la madre) se trata a las «empleadas» de vos y se las llama como se las llama, en la de ellos se les dice «empleada» y se les habla de usted. Así que Lili trata de usted a Mirta, que está todo el día y duerme en un pequeño cuarto con baño que está pasando el lavadero; y también trata de usted a Ester, otra empleada que viene a hacer trabajos y después se va, varias veces por semana. Mirta y Ester limpian, planchan, cocinan. Y cuidan a Lili. Lili da poco trabajo. Cuando hay clases la llevan al jardín desde la mañana. Es un colegio que la madre eligió porque tiene doble escolaridad. A la madre esa expresión, doble escolaridad, le gusta mucho, la repite con tal entusiasmo que Lili creyó que una doble escolaridad era la maravilla, era como un hada bondadosa envuelta en un vestido de tul rosado, con una corona de flores brillantes y perfumadas en su larga cabellera. Después se decepcionó: doble escolaridad resultó ser un aula y un patio adonde estaba largas horas entre niños que se parecían todos entre sí pero a ella, en casi nada, donde recibía órdenes de dos maestras flacas, muy altas, que la corrían y atrapaban (y entonces le apretaban el brazo hasta dejarle moretones) cada vez que se escapaba del aula, es decir, muy a menudo. En doble escolaridad Lili por momentos trata de obedecer pero siempre le sale muy mal y las maestras se enojan muchísimo y la agarran del mismo brazo y la sacuden con fuerza. Una vez le dijo «sos una estúpida» a una niña, y la niña corrió a contarle a la maestra; entonces la maestra llegó y preguntó, gritando: «¿qué le dijiste vos a esta nena?». Lili contestó la pregunta. Esa maestra siempre decía «no hay que mentir» y ella quiso obedecerla. «Estúpida», dijo. Pero la otra levantó todavía más la voz: «sos una insolente, repetilo, ¿a ver?». Entonces Lili obedeció: «Estúpida», dijo. «¡Repetilo y llamo a tu mamá!», bramó la maestra y Lili se alegró, porque ver a su madre era una perspectiva muy deseada, así que lo repitió. Pero obedeciendo a su maestra no solo no consiguió verla, le quedó otro moretón en el brazo y estuvo de plantón en el recreo mientras lloraba sola sin parar.

 

Aunque Lili no usa esta palabra porque tiene cuatro años, ya sabe que obedecer es problemático: no todo lo que dicen que quieren que haga es lo que de verdad desean de ella. Otra vez obedeció a su madre y fue un desastre. Lili la quiere muchísimo, es tan hermosa, es como si la rodeara la luz cuando regresa a la casa. Siempre que tiene la suerte de estar despierta para verla se pone muy feliz. Una vez su madre y su padre llegaron mientras ella cenaba, traían pilas de volantes de los sindicatos donde los dos eran abogados. Se trataba de volantes que convocaban a un paro general contra el gobierno militar para el día siguiente; pero Lili no sabía leer y tampoco lo que era un paro general. Su madre, sin embargo, le dijo: «mañana hay paro general y todas tus maestras tendrían que leer esto en vez de ir a trabajar», así que Lili se metió un buen montón de esos papeles en su pequeña bolsa del jardín, la que tenía siempre un vaso de plástico, la que llevaba bordados su nombre y apellido con el punto cadena de la empleada Mirta. Al día siguiente, cuando Mirta dejó a Lili en el jardín, ella sacó los papeles y se acercó a su maestra. «Mi mamá dice que hoy hay paro general y usted tiene que leer esto», le dijo, y le dio uno. Y en el recreo fue con su bolsita, de maestra en maestra, repartiendo.

 

Al día siguiente, cuando Lili llegó a la escuela con Mirta, les dijeron que la niña no podía entrar, tenía que ir la madre de Lili a hablar con la directora. La madre se enojó mucho con Lili porque tuvo que interrumpir su trabajo y fue a la escuela. Cuando salió, Lili entendió que por su culpa iban a tener que cambiarla de jardín y que era muy difícil: casi no había jardines con doble escolaridad.

 

Tampoco hay jardín en esta época del año y Lili juega sola en el piso, sin niños todos iguales a los que morder y sin los peligros de querer ser obediente. Tirada en el piso de su habitación, arma historias con sus juguetes: habla sola, susurra, canturrea, hace dialogar entre sí a objetos multiformes de madera y plástico con voces distintas, los hace pelear, golpearse unos contra otros, los sube y los baja de la alfombra, los sacude y los reta y los exilia en lugares inhóspitos, los entierra entre la alfombra y el piso, los coloca bajo las patas de la cama, busca rincones oscuros donde tengan mucho miedo y sufran y se arrepientan para siempre de algo muy malo que han hecho. Cuando se cansa de jugar Lili sigue jugando, pero a otra cosa: se pone una mano sobre la otra entre las piernas y aprieta la pelvis con fuerza contra ellas, se restriega con ritmo, cada vez más rápido, mientras se le aparecen imágenes raras, mórbidas. Se mueve y transpira hasta que llega una sensación muy fuerte que ella llama «no sé lo que quiero». Cuando no sé lo que quiero llega, todo desaparece, ella misma desaparece, se pierde en eso; toda Lili se vuelve ignorancia deliciosa, infinito no saber sí querer, y ahí perdida en Lili, Lili es muy feliz hasta que la sensación se va. Entonces se queda muy quieta, laxa, triste porque sabe que hay algo oscuro y malvado en eso que tanto le gusta.

 

Alguna vez Ester y Mirta la retaron, le dijeron: «asquerosa». Así que aprendió a hacerlo cuando ellas andan por otra región de la casa, aprendió a soltarse preventivamente y esperar inmóvil, sudada, respirando con agitación cuando les oye los pasos.

 

Esta vez es ya el atardecer y los pasos llegan, por suerte, cuando no sé lo que quiero recién ha terminado, así que las espera haciéndose la dormida, tirada en la alfombra. Mirta la toca para despertarla y le dice que Ester y ella tienen que salir enseguida, antes de que cierren los negocios, y que Lili va a acompañarlas. Pero la madre ha ordenado que esa tarde Lili se dé un baño, Mirta se acuerda de pronto y parece afligirse por la falta de tiempo. Desnuda a Lili rápidamente, la lleva a la bañadera, la ayuda a enjabonarse, la enjuaga y la deja envuelta en una toalla enorme mientras va a buscarle ropa limpia. Lili se deja poner un vestido, las medias cortas, los zapatos de cuero modelo Guillermina que usan todas las niñas de clase media o alta en los años sesenta. Mirta trabaja con precipitación. «Ya está», dice mientras le tironea el pelo con el peine. A Lili le duele pero no se queja porque lo único que ocupa su mente en ese momento es que Mirta no le ha puesto una bombacha debajo del vestido veraniego. Piensa que podría avisarle y no lo hace; se queda callada y tranquila hasta que Mirta le dice a Ester «Lista, vamos», y la toma a Lili de la mano, a Lili sin bombacha. Parecen muy excitadas por salir a la calle, hablan todo el tiempo entre ellas de algo que les importa mucho. De la mano de Mirta, Lili camina por la vereda concentrada en la brisa que le acaricia la vulva y en la humedad pegajosa entre sus piernas.

 

Caminan por la calle peatonal, los negocios están abiertos todavía, aguardando a sus últimos clientes, y cuando las dos mujeres se paran en las vidrieras, Lili tose suavemente y siente cómo allá abajo algo se abre un poco; después, voluntariamente, lo hace abrir ella y después aprieta con fuerza, jugando. Puede sentir ese caracol oscuro y blando reptando hacia su adentro, puede sentir su baba salada, la que le impregna las manos después de no sé lo qué quiero, ese misterio tibio está ahora libre entre los muslos y recibe un golpecito de aire cuando Mirta la arrastra para que siga, «vamos que nos cierran» dice, como si no hubiera sido ella la que se paró en esa vidriera.

 

No les cierran. Mirta y Ester compran algo que Lili no registra, algo que les gusta mucho y las hace dar breves gritos de alegría. Lo que registra Lili en el negocio a donde entró caminando con su carne al aire es la señora que le ofrece un caramelo, el señor de la caja que le pregunta sonriendo cómo se llama. «Soy Lili y no tengo bombacha» piensa ella pero dice «Lili» nada más, despacito, y después mira al señor que sigue preguntando y ya no recibirá respuestas, Lili no piensa ocuparse de informar cuántos años tiene, si va al jardín y si quiere más a su madre o a su padre, ni siquiera escucha las preguntas, mira el rostro amable mientras piensa «él no sabe que no tengo bombacha, me habla y no sabe que no tengo bombacha». Si lo supiera, Lili entiende, si lo supiera no le hablaría así, no la querría, se pondría rojo, violeta, se le acabaría el aire, se pondría como su maestra cuando ella le contestó lo que le había preguntado, como su madre cuando supo que había repartido los volantes, le quitaría su caramelo, un enorme tajo partiría la sonrisa bondadosa de ese señor, partiría el negocio, la calle, el policía que cuida el tránsito, todo sería tragado por un túnel negro si alguien descubriera que ella no tiene bombacha. Pero no se puede descubrir, piensa Lili y una alegría muy rara, una inquietud perturba entre sus piernas. No lo puede descubrir porque solamente Lili lo sabe. Ester y Mirta parlotean en el mostrador, la señora del caramelo les recomienda algo, el señor de la caja insiste con preguntas y ahora le dice que es tímida y Lili sonríe apenas porque ninguna tela se está adhiriendo a sus labios vulvares, nada retiene esa humedad, allá abajo pasa algo completamente diferente de lo que todos los demás sienten en sus abajos. Lili está incómoda, Lili está asustada, está feliz, está en la plenitud de una aventura.

 

Cuando llegan a la casa ella quiere pis y la llevan a sentar a su pelela. Entonces Ester y Mirta gritan, se ríen, se preocupan, se agarran la cabeza con las manos. La bombardean a preguntas: por qué, cómo no avisaste, por qué no nos dijiste, por qué dejaste que te lleváramos así. Lili las mira también a los ojos, las ve gesticular, las oye repetir. No abre la boca. No tiene respuesta para las preguntas que le hacen pero si la tuviera, tampoco hablaría. A los cuatro años tiene mucha experiencia en los inconvenientes que produce obedecer y esa tarde ha descubierto el poder de esa negrura misteriosa que se interna hacia arriba, hasta su vientre; ahora sabe que reside, sobre todo, en el secreto.

 

El bosque de no sé lo que quiero fue paseado al aire y ha desobedecido al mundo entre sus piernas. Es dueña de su silencio y de su bosque, está segura. De allí en más, algo empieza.

 

 

[1] Este relato forma parte del libro Checkpoint, Páginas de Espuma, Madrid, 2019.

 

 

______________________________________

 

 

Elsa Drucaroff es profesora en Letras (JVG), Doctora en Ciencias Sociales (UBA) y escritora. Investiga y enseña en la Universidad de Buenos Aires. Ha dictado conferencias y cursos de grado y posgrado en universidades argentinas y extranjeras. Y ha publicado innumerables artículos sobre literatura argentina, crítica y teoría literarias, y feminismo. Ensayos como Mijail Bajtin, la guerra de las culturas; Arlt, profeta del miedo; Otro logos: signos, discursos, política. Novelas como La patria de las mujeres; Cons**p**iración contra Güemes; El infierno prometido; El último caso de Rodolfo Walsh. Y cuentos, como Checkpoint. Dirigió “La narración gana la partida” (Vol. 11 Historia crítica de la literatura argentina, a cargo de Noé Jitrik) y antologó Panorama Interzona (2013) y El nuevo cuento argentino (2016).

Comentarios

Suscribir
Notificar de
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Casa Bukowski
Abrir chat
1
Comunícate con Casa Bukowski
Casa Bukowkski
Hola, ¿Tienes algún comentario o sugerencia?