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AÑO 4 - 2023

Plazas – Maximiliano Luis Freites

 

Cuando al fin el invierno eterno se retira y llega la primavera, me encanta pasear por las plazas y parques de la ciudad. Siempre estoy buscando nuevas plazas para conocer. Creo, y lo digo sin humildad, que soy la persona que más sabe de parques, rotondas, glorietas, explanadas y plazoletas en esta ciudad. Me tomo el tiempo necesario para recorrerlas tranquilo y respirar su aire fresco y limpio. Si hay sol, me siento en un banco o sobre el césped a pensar en mi novia o en Messi.

Me gustan aún más cuando me encuentro con plazas que tienen estatuas. Siempre me acerco curioso a ver de qué o de quién se trata, cojo mi cuaderno y tomo notas con detalle si hay alguna placa con información histórica. Una vez en casa, investigo lo más que puedo en internet sobre los acontecimientos históricos que motivaron su construcción. Amo la historia.

Cuando estoy en las plazas en primavera, me regocijo al contemplar las plantas con sus recientes brotes y los árboles con sus cabelleras frondosas, verdes, llenas de vida y esperanzas. Pero, en realidad, me gustan más las estatuas. Adoro a las estatuas y amo la historia.

He notado que me fastidia ver cuando las palomas llegan volando como si nada y se posan impertinentes sobre las estatuas. Da lo mismo que sea la escultura de un prócer de bronce montando en su vigoroso caballo en medio de una batalla memorable o que el héroe esté de pie, orgulloso del mérito propio (como sabiendo bien lo que hizo por la patria o lo que estaba por hacer), que siempre viene una paloma y le falta el respeto. Aterrizan sobre el sombrero o el dedo índice con el que señala el camino a seguir (postura común de muchas estatuas) en clara actitud de no importarles un comino, proceder que me exaspera cada vez más.

Se acicalan con el pico, otean comida, gorjean a una hembra o a un macho o, simplemente, toman el sol. Al comportarse de esta manera, los insolentes pajarracos dejan al prócer impotente, lo humillan y lo hacen más estático que nunca, y las pobres estatuas no pueden defenderse. Las palomas le dan la espalda a la historia de los pueblos, a la trascendencia de la civilización y siempre están como cagándose en el prócer. Porque sí, las palomas se cagan literalmente en nuestros héroes, en nuestra memoria e identidad. Defecan sobre los logros de la sociedad y los manchan de blanco, que es el color del olvido.

Las palomas son como los políticos.

 

 

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Maximiliano Luis Freites nació en Caracas en 1979. Sus padres habían emigrado desde la Argentina a Venezuela en 1976, motivados por la delicada situación del país de origen. En 1980 la familia retornó a Córdoba. Allí transcurrió su infancia, asistió a un colegio politécnico y, posteriormente, se licenció en psicología en la Universidad Nacional de Córdoba en el 2006. Fue ayudante alumno de las cátedras de Psicoanálisis y Psicopatología I.

Vive en Berlín desde el 2008 y hace diez años que atiende su consultorio en el barrio de Neukölln.

Con respecto al arte literario, se han publicado algunos cuentos cortos en distintas revistas en Berlín: Historia de unas cepas, El poder de la hipnosis, El bolso y La velocidad de las almas.

En enero del 2021 vio la luz su primer libro de cuentos La mueca de la hoja (Editorial Abrazos).

 

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