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AÑO 4 - 2023

ENRIQUE FALCÓN – TRILOGÍA DE LAS SOMBRAS

 

 

Por Matías Escalera Cordero

 

La salida del poemario Sílithus, en la Oveja Roja, y la reciente, entonces también, reedición de la Trilogía de las sombras por Huerga y Fierro, despertó en mí un viejo deseo, el de dialogar con Enrique Falcón de amigo a amigo, de compañero a compañero, sobre el significado de su última obra y de la visión que, de la escritura poética, en general, tiene uno de los poetas más relevantes –e imprescindibles– de su generación en España.

El diálogo, con el formato de entrevista, que, a continuación, presentamos tuvo lugar en agosto de 2020, para revista madrileña “Odisea Cultural” (https://www.odiseacultural.com/la-revista-digital-odisea-cultural/), dirigida por Esther Lapeña; con su permiso, lo ofrecemos, hoy, a los lectores de “Casa Bukowski”, como anticipo de otras colaboraciones entre ambas revistas.

Para los que no conozcan la obra de Enrique Falcón, dentro o fuera de América, solo decir que esta es fruto de un intensísimo trabajo de búsqueda y reflexión, poco frecuente ya en estos tiempos, que da una escritura de larguísimo aliento, exigente y conmovedora, a un tiempo. Para esos lectores, esta entrevista puede ser una excelente puerta de acceso a la misma, por eso, nos ha parecido oportuno replicarla, en estas páginas, para ustedes.

…………………………………………………

 

M.E.C. Quique, ¿qué es Sílithus realmente? ¿Y qué aporta a tu escritura anterior, representada estupendamente, en este caso, por la Trilogía de las sombras, cuyas apariciones casi simultáneas parecen ir más allá, creo, de la casualidad?

E.F. La verdad es que no sé si en todo ello ha habido, o no, casualidad: yo mismo deseaba que la Trilogía se publicara en 2021 para no tener que hacerla coincidir con la publicación prevista de Sílithus, pero los directores de la colección decidieron sacarla cuanto antes. De hecho, los tres libros que la componen se habían ido publicando en el trascurso del larguísimo proceso de escritura que me supuso La marcha de 150.000.000, un poema con ya cuatro ediciones al que Sílithus seguramente se debería en un mayor grado. De cualquier forma, no es ni inocente ni casual que el poema con el que quise concluir la Trilogía de las sombras anunciara, precisamente, el apocalipsis que después sería Sílithus, fruto (quizá por ello) de una tarea social de encargo y apuesta (en todo caso) por aportar la nueva dicción literaria que requieren los horizontes de cambio y colapso que han abierto nuestro mundo.

M.E.C. Dices apocalipsis y enuncias, con ello, como si dijésemos la avellana de lo que es Sílithus, una especie de distopía poética y eso hace de este libro algo nuevo y diferente, pues en español solo me vienen a la mente, ahora, algunos elementos de la poesía de los chilenos Óscar Hahn y Gonzalo Millán, y, en España, el poemario Del fondo (2018), del compañero Vicente Muñoz Álvarez, pero desde unos ángulos muy distintos al de Sílithus. La intención totalizadora y el carácter político, social, cultural –y hasta antropológico, me atrevería a decir– de este verdadero apocalipsis tuyo lo hace realmente distinto. ¿Qué te llevó a ello, al uso de esta posibilidad tan poco explorada?

 

El convencimiento de que los apocalipsis cuestionan radicalmente nuestra tendencia a desplazar los Últimos Hechos. Y la intuición de que quizá también nos ayuden a entender mejor un error grave en nuestro posicionamiento en el medio del mundo: que, posponiendo en el tiempo esos Hechos, posponemos también nuestras propias responsabilidades presentes. Por el contrario, las tradiciones literarias apocalípticas que Sílithus maneja sugieren, en realidad, la presencia de unos Hechos Continuos, sucesos que se revelan constantes y presentes. En los actuales campos de refugiados, la gente (no nosotros: la gente) ya sabe que el Infierno es real. En mitad de los oleajes del Mediterráneo, quienes emigran en barcas saben muy bien lo que es un Éxodo. En esa guerra por hambre que llamamos Yemen, los niños conocen, desde hace muy pocos años, los tres rostros de los Jinetes del Apocalipsis. En 2020 el cambio climático y el calentamiento global se llevarán por delante más muertos que el coronavirus. Y para muchas personas de nuestro planeta, el Diluvio nunca se calmó. Ojalá podamos darnos cuenta de que lo anunciado es lo que en realidad se enuncia. En esto la práctica apocalíptica es sabia y es maestra, tal vez porque también nos ayuda a querer denunciarlo. Curiosamente, muchas personas creen que los apocalipsis son relatos tremendistas sobre la Caída del Mundo, y eso no es del todo cierto. En su aportación más decisiva, los apocalipsis canónicos relatan algo mucho más importante: que lo que cae no es El mundo, sino el poder de Un mundo, el que rige este mundo. Y que lo que de ahí surge es, sin esas estructuras de poder de por medio, una vida más plena y más digna para una tierra esperanzadamente más justa. De esa voluntad de aliento deviene, tal como tú mismo destacas, el carácter político y globalmente transgresor que ofrece el género, tan poco común (es cierto) en nuestra poesía reciente, a pesar de las muchas posibilidades que, en términos de expresión literaria, puede sin embargo desatar.

M.E.C. ¿Por qué es tan importante para ti la escritura por encargo? Ya, cuando hiciste el hermoso prólogo a Pero no islas, hablamos de ello y, de hecho, antes has mencionado ese aspecto que parece fundamental para ti. También hemos hablado de ello en más de una ocasión y en las palabras previas de Sílithus se vuelve a hacer. ¿Por qué?

E.F. Porque no hay aura en la creación poética. Responder a tareas de encargo es algo común en nuestras experiencias colectivas y personales de militancia social y política y, con las repercusiones que ello tiene en cómo concebimos realmente lo que es cultural, responder literaria o creativamente a un encargo tiene mucho que ver con “hacerse cargo” de lo que nos rodea, con “encargarse” y atender lo común, y con “cargar” también con las encrucijadas de nuestro tiempo, por muy terribles o desconcertantes que estas sean. No entiendo por qué la supuesta aura que parece planear sobre los hombros de los pobres poetas habría de ser ajena a todo eso. Por fortuna, hace siete años tampoco lo entendieron Alfonso Serrano y Eva Fernández (de la Contrabandos y la Oveja Roja) cuando, tras una asamblea ciudadana de debate que celebramos en un barrio de Madrid, me encargaron la escritura de Sílithus.

M.E.C. ¿A qué lector va dirigido este texto, este “relato intermitente”, como tú dices? Porque hay dos modos de ocultación del significado, uno sería la vía que emprende Góngora, la de la prestigiación de la poesía por la adaptación a un modelo prestigiado anterior, en su caso, la poesía latina; y la otra vía es la de Mallarmé, la búsqueda del significado cero, para imponer la exclusiva atención y concentración en las puras formas propiamente poéticas; pero la vía que tú representarías, y que algunos compañeros transitamos, a menudo, también; esta especie de “clara oscuridad” que no evita del todo la ocultación del significado, me parece en el mundo de hoy, virado a lo breve, a las prisas, a la digerido o fácilmente digerible y a lo evidente; este obligar al esfuerzo de recepción que tú propones me parece un verdadero gesto revolucionario, ¿no te parece?

E.F. La ocultación de significados solamente es interesante para quienes detentan el poder, o para quienes lo apuntalan de facto. Y no solo en poesía, donde comunicarse es tan crucial como fracturar consensos. En Sílithus el relato es “intermitente” porque, en la trama argumental que el libro mismo propone, aún no han podido transcribirse dos de las cinco secciones que componen la totalidad del poema, actualmente ya de unos 3.000 versos. Quien los lee (y lo hace desde luego en los límites de nuestro presente) se encuentra, además, con un relato elaborado en un futuro, cuando los mitos sociales parecen no corresponder del todo con los que informan hoy nuestra cosmovisión cultural, aun estando ella tan cercana a un tiempo de colapsos en el que las actuales estructuras de poder están a punto de desmoronarse por completo. Lejos de ocultar a la gente lo que el libro enuncia y advierte, y atentando contra esa cultura distraída y con prisas de la que oportunamente hablas, Sílithus exige una lectura atenta y de esfuerzo (espero que bien acompañada) en la que bien podrían concurrir hasta cinco momentos distintos: primero aparenta ser una alucinación protista; en una segunda lectura, una narración distópica de anticipación; en una tercera, un relato judío del Gran Desmoronamiento; y después, un apocalipsis cristiano sobre la revolución, la esperanza y el mundo nuevo. Pero en la quinta lectura ya sabemos que el poema solamente se trata de un informe sobre nuestro presente.

M.E.C. Ya sabes que para mí, desde hace tiempo, eres como el Isaías de nuestro tiempo, creo que te lo dije, por primera vez, hace mucho, en Vallecas, en la Sala Youkali, que dirigía nuestro querido César de Vicente, no sé si lo recuerdas; y lo he vuelto a repetir en la pequeña reseña de Viento Sur, hace poco. ¿Hasta qué punto tu fe religiosa en la trascendencia de lo vivo, de lo humano y de la materia cósmica influye en tu escritura? En este sentido, hace tiempo que quería preguntarte si conoces la obra de Teilhard de Chardin y si en algún momento te había influido. Te lo digo porque para mí, en mi primera juventud, me produjo un profundo impacto.

E.F. Existen las teologías y existe la espiritualidad y, en efecto, ambas influyen en mi escritura desde el preciso momento en que durante el proceso creativo también concurren ideología y vida. De esas dos primeras huellas, que en ocasiones son también heridas, la experiencia espiritual es (creo) la más importante: desconoce los etiquetados, incluidos los religiosos, y es capaz de sobreponerse a la disensión que nos separa de los demás, del mundo en que vivimos, de los otros seres del planeta y de quienes ya murieron o están aún por nacer. En cuanto a las primeras, las teologías (que yo siempre he identificado como una reducción de la llamada fe religiosa), son componentes ideológicos por supuesto explicables mediante numerosas huellas entre las cuales la de Chardin no me ha sido tan significativa como quizás tú piensas, a no ser por la vía indirecta de la lectura del Cántico cósmico de Cardenal (a mi juicio, el mayor logro de la poesía en castellano de estos últimos 50 años). En intuiciones, posiciones de vida y facturas literarias, mis “teologías”, y con ellas mi escritura, se deben más a esas líneas del pensamiento cristiano que van (tú mismo lo adviertes) del Segundo Isaías a Gutiérrez o Ellacuría, del Nuevo Testamento a Jürgen Moltmann, de Erasmo a Hinkelammert y de Leo Tolstoi a Ivan Illich. De manera particular, además, y como antes te conté, en la composición de Sílithus manejé muy conscientemente las tradiciones literarias apocalípticas, y transgresoramente alentadoras, de Juan de Patmos, de Gudea de Lagash, del Dilmun sumerio o del Libro de Enoc, al que de manera explícita mi poema debe, por ejemplo, su estructura general.

M.E.C. Todo nos lleva al desaliento, sin embargo, algunos, contra toda esperanza, esperamos… Exactamente ¿qué espera el Quique Falcón, no solo de Sílithus, sino de la escritura como acto, en general?

E.F. Siempre he pensado que el desaliento niega la posibilidad de que haya un futuro, especialmente si se trata de un futuro en el que dignamente podamos caber todos. Dificulta incluso la posibilidad misma de comunicarnos, algo que como antes te decía es crucial para la poesía de nuestro tiempo. Sílithus afirma, con palabras de Spengler, que lo que precipita un cambio cultural sin precedentes es un nuevo temor a la muerte, un nuevo temor al mundo, y en nuestras sociedades generar desaliento es una excelente estrategia para toda estructura de poder que tenga miedo de caerse. Por eso respirar, cobrar aliento, es una forma de lucha y resistencia en medio de los procesos de transformación y colapso en los que actualmente vivimos inmersos. Ay de nosotros si no somos capaces de reconocer que, en la escritura misma de un poema, también la literatura podría ayudarnos a retomar ese aliento con el que, en el fondo, las palabras siempre se envolvieron en su nacimiento. Porque, quizás como ya nos advirtieron antes los buenos apocalípsis, escribir poesía también es hoy alentar y compartir respiración.

 

 

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