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AÑO 4 - 2023

MARVIN ALVARADO – ENTRAN LOS TRES

 

Por fin había llegado a la casa. Sintió alivio al ver sus cortinas sucias de color amarillo como las había dejado. Sacó de su bolsillo las llaves que colgaban de un llavero de Mickey Mouse y se le cayó una moneda que se desplomó contra el suelo provocando un pequeño tsunami sonoro para todos los insectos cercanos. Una moneda sin valor que dejó allí para que algún necesitado la recogiera. Abrió la puerta después de asegurarse de que no lo habían seguido. Podía sentir tan cerca la calidez y la soledad de su hogar. Afuera, las gotas de lluvia en actitud suicida se reventaban contra el suelo.

—Has tardado mucho. Me imagino que había una presa tan larga y aburrida como todos los días de tu vida.

Se sorprendió al escuchar la voz masculina que venía desde la oscuridad. El chispazo de luz reveló a las tres figuras que le hacían compañía en la sala de estar. Uno estaba en el sillón en el cual había muerto su abuelo; otro escribía en una libreta sentado en la silla mecedora que usaba para leer; el último de pie en el marco de la puerta que daba a la cocina. Los tres llevaban un traje entero de color negro acompañado por un sombrero del mismo color; los ojos los tenían cubiertos por unas gafas de sol que lo protegían de la oscuridad de la noche. Al verlos, el cuerpo de él dejó de funcionar, trataba de mover su mano, pero era imposible; trataba de decir algo, pero solo hubo silencio. El tiempo se detuvo, el clic clac del viejo reloj de su padre dejó de molestarlo. Desde ese momento, pasado y futuro dejaron de tener importancia, todo era un eterno presente. El hombre que estaba sentado en el sillón de su abuelo dijo:

—Nos has hecho esperar demasiado, hace una hora que debías estar aquí. Eres un mal anfitrión, eso nos molesta un poco.

—Perdón, no esperaba compañía—dijo bajando la cabeza, pero al recordar que esa era su casa, dijo—. ¿Qué diablos hacen acá y quiénes son ustedes?

—No te hagas el imbécil, bien lo sabes. El que mucho pregunta pronto encuentra la respuesta, pues bien nosotros somos la respuesta. ¿Miguel?

—Sí, soy Miguel y esta es mi casa. Váyanse o llamo a la policía.

El que estaba de pie le dirigió la negra mirada y dijo en tono fuerte:

—No sabes en qué lío estás, verdad. No sabes quiénes somos. Es claro que eres un idiota que preguntó lo que no debía.

Miguel poco a poco iba borrando el miedo que lo tenía aferrado al suelo. Con un poco de fuerza sacada de su estómago, dijo:

—Ustedes son los que ellos han enviado. Ustedes son patéticos, y visten como idiotas. Entiéndanlo no son James Bond —dijo susurrando las últimas sílabas.

Los tres no parecían amenazados por aquellas oraciones. La actitud de estos revelaba que comprendían la falsedad de las palabras nerviosas de Miguel. El de la silla había vuelto a su libreta a trazar garabatos que bien podían ser letras; el que estaba en el sillón veía un cuadro de flores azules que colgaba en la pared de la sala; solo el que estaba de pie parecía prestarle atención la escuálida figura de Miguel.

—Vamos, deja ya las palabras —dijo el que se mecía sin despejar los ojos de la libreta— y tráenos un poco de café con galletas.

Esto fue para Miguel el fin de la paciencia y de manera brusca sacó la pistola que andaba en el bolso de trabajo. Nadie de los que estaba en la habitación se inmutó al ver cómo el metal brillaba por el choque con la luz artificial.

—Vas a luchar o solo vas a jugar de valiente —dijo el que estaba de pie—. Baja el arma. —Y tráenos pronto ese café y si se puede mejor con unos sándwiches —dijo el de la libreta.

—Para mí un chocolate caliente —dijo el del sillón.

Miguel empezó a comprender en la situación en la que se encontraba. Si llegaba a matar a uno, los otros le dispararon en el rostro; y si llegaba a sobrevivir a los tres, sería con disparos en el cuerpo que lo matarían lentamente antes de que llegara una ambulancia. Bajo la pistola y fue a la cocina por café y galletas para sus invitados, de esta manera buscaba sobornarlos para que lo dejaran escapar sin un tiro en el cuerpo. Los que estaban sentados se alegraron de ver la actitud obediente de su anfitrión. El del sillón le dedicó un caluroso aplauso al cual después de un tiempo, lo acompañaría el de la libreta. El anfitrión pudo aprovechar esta tregua para ver lo que había apuntado el de la silla. En las hojas solo había dibujos obscenos. Una pareja que fornicaba por el ano; un hombre que le chupaba el pene a otro; una mujer que era atravesada por el pene de algo que parecía un oso. “Será una broma” pensó Miguel al ver en la situación en la que se encontraba. Ninguno de los tres parecía un asesino. Quizás ninguno tuviera la fuerza para jalar un gatillo. Este pensamiento le dio la fuerza para decir:

—¿Cuánto pagaron ellos por asesinarme? Les ofrezco el doble, no, es más, el triple.

—¿Pagaron? —Dijo el que seguía de pie— Lo dices en serio, no te das cuenta. Nosotros dimos la orden. Te creíste todas las mentiras que te dijeron ellos. Eres imbécil de verdad. Hemos perdido el tiempo —dijo a sus compañeros—. Solo eres un tonto más que no está a la altura de nosotros. Otro que no pudo descubrir la verdad a tiempo. Vámonos.

El que estaba en el sillón y el que estaba en la silla dejaron sus tasas en la pequeña mesa donde estaba el plato con galletas y se pusieron de pie dispuestos para marcharse. Miguel sintió un alivio momentáneo que se desvaneció de golpe al ver aparecer las tres pistolas que le apuntaban directamente. Los tres disparos fueron silenciosos, le atravesaron el cráneo, el corazón y el estómago. En la sala de estar, solo había un cuerpo, unas tazas sucias y unas galletas mal comidas. Afuera las gotas se despedazaban contra el suelo.

 

 

 

Marvin Alvarado (20 de marzo de 1993, Grecia, Alajuela, Costa Rica). Cursa la licenciatura de Filología Española en la Universidad de Costa Rica. Uno de los fundadores de Otro Taller Literario. Su primer cuento apareció publicado en el primer Fanzine de Otro Taller Literario. Escribe mayormente narrativa.

 

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