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AÑO 4 - 2023

¿POR QUÉ ESTA HISTORIA? [8] EL PLÁSTICO DE LOS INTERMEDIOS

Por Isaac Belmar

 

Este cuento vive porque el escritor Santiago Eximeno y yo nos propusimos la locura de realizar un «Reto Bradbury», un relato semanal durante un año entero. Es imposible tener un mejor compañero de viaje y él ya apareció por las páginas virtuales de Casa Bukowski. Supongo que, ahora, la moneda ha caído del otro lado. Este relato es el que correspondió a mi semana 24. Uno nunca sabe realmente de dónde salen las historias. Yo, al menos, no. Pero dos detalles muy separados en el tiempo confluyeron para componer un par de pinceladas. Hace bastante, leí la noticia de una mujer a la que encontraron muerta en su casa, muchos años después de fallecer. Estaba en su sillón, con su té frío al lado, hecha ya un esqueleto. El otro fue escuchar sobre la creación de un Ministerio de la Soledad, en Japón, me parece recordar. A partir de ahí, nunca he entendido cómo se hilvanan los demás detalles en mi cabeza, pero esto es lo que salió.

 

 

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El plástico de los intermedios

 

 

La vida pasa al ritmo de los programas de la tele. Las comidas siempre vienen con las mismas voces de compañía: la grave de las noticias en el desayuno, la alegre del concurso al mediodía, la histérica del programa nocturno, rumores y cocaína a mil por hora. Todas las voces son falsas, todos los colores al máximo, forma parte de la hipnosis que pretende la pantalla y ella se deja hacer. 

 

«La tele te come el cerebro y te impide pensar, ¿no lo sabías?». 

 

Claro que sí, por eso lo hace y ojalá fuera verdad, atrapada por lo insustancial hasta que una noche se quede dormida en el sillón ante la tele y ya no despierte.

 

No la encontrarán por el olor, siempre deja dos ventanas abiertas, una corriente de dignidad que se lleve la peste, porque de verdad que no la van a encontrar por el olor. No sería justo, pero, sobre todo, sería demasiado triste. No creyó merecer demasiadas cosas en la vida, pero tampoco cree que merezca esa en la muerte. Un día, dentro de muchos años, alguien entrará en la casa por algún motivo. Puede que sea un ladrón, puede que al final la burocracia se pregunte qué está pasando, por qué los recibos ya no se pagan. Y la encontrarán sentada en el sillón, convertida en un esqueleto como los que le daban miedo de pequeña, con un té frío al lado y la barbilla en el pecho. Pero sin olor y sin que vean que se marchó con un gesto triste.

 

Esas son las cosas en las que piensa y las aspiraciones que tiene desde que todo terminó con él. Que no le echa la culpa de marcharse primero, pero él siempre estaba bromeando con que moriría antes y en realidad no era broma. También sabía que siempre es peor para los que se quedan que para los que se van, que la vida es dura y la muerte es fácil. Que sólo se tenían el uno al otro. Porque el tiempo te va separando quirúrgicamente de todos y, cuando te enteras de que han fallecido los viejos amigos, no sientes nada especial, porque en realidad ya se marcharon hace mucho por trabajo, matrimonio y todas las cosas de una vida adulta.

 

A él no le gustaban estos programas de la tele y tampoco hacían falta, porque se tenían el uno al otro y hablaban en la cena con una copa de vino, riéndose después con una pizca de marihuana y cayendo hacia el sueño abrazados. Planearon que se marcharían así, en medio de la risa y antes del dolor. Tendrían una última cena y se dirían que esto mereció la pena después de todo, porque se encontraron y qué maravilla la casualidad. Cinco años ya desde la última vez que rieron hasta agotarse. Ahora, el vino siempre está picado y la hierba es descanso sin sueños, pero nada de risa. Es curioso cómo aquella euforia era por la conexión que tenían y cómo el tiempo no va al paso que marca la tele, sino la soledad. Los años con él se marcharon volando, los años sin él arrastran los pies.

 

Entonces suena el timbre, eso es algo nuevo y maleducado. ¿A quién se le ocurre una visita sin avisar como en los viejos tiempos? No pueden ser vendedores, se prohibieron hace mucho, se hizo escarmiento con ellos. Tampoco pueden ser vecinos, no habla con ninguno, no tiene ganas de conocer a nadie, dan igual las promesas que hizo al borde de la muerte. Ella cumple la de quedarse, lo de empezar de nuevo lo decía él y los comienzos dan una pereza terrible a cierta edad.

 

Va hacia la puerta pensando que ojalá sea un ladrón. En ese caso, peleará hasta el final, hará como que tiene algo más valioso en casa que el plástico que venden los intermedios y, con suerte, él la zarandeará y caerá en mala posición apagándose de repente. Los huesos ya no son los que eran, las noticias dicen que el mundo está cada vez peor, cosas así suceden todo el rato y le pueden pasar a cualquiera.

 

Pero la decepción viene en forma de carta y ya está. Ella pensaba que murieron antes que los vendedores, que también se hizo escarmiento con ellas, pero ya ves. El cartero apenas mira a los ojos o vocaliza al otro lado de la puerta, le pregunta si es ella y le entrega un sobre certificado cuando dice que sí.

 

Es el Ministerio de la Soledad, su símbolo está en todas partes, sus anuncios en cada intermedio junto al plástico, a ver si compras también lo que dicen. Que no mereces estar solo, que llames al teléfono que aparece en pantalla y que no podemos permitirnos perder más engranajes productivos por esta epidemia a la que no conseguimos poner remedio.

 

«Tras sus negativas a los ofrecimientos de ayuda del Ministerio», dice la carta, «así como su incapacidad para atraer a otra persona a su lado, se le ha asignado una de oficio».

 

El Ministerio la condena a un compañero y le recuerda la obligación moral de seguir adelante con la vida. Le recuerda también el peso que recae sobre los hombros de todos, el deber de seguir porque ni pandemias, ni meteorito, ni guerra, la causa de nuestra extinción es ese «para qué seguir» que se nos ha puesto en la mirada.

 

Es aquí donde, una vez más, la promesa que le hizo a él se pone a prueba, estirada como una goma vieja a punto de romperse. Él pensaba que, si ella terminaba con su vida por su propia mano, no irían al mismo sitio cuando murieran. Ella nunca pensó que fueran a ningún lado, sólo a una nada sin sueños como la que les inducía la hierba cada noche. Al menos, entonces estaban abrazados. Lo maldice como ha hecho otras veces, porque él sabía que ella no había roto nunca una promesa, su único logro en la vida. 

 

—¿Y de qué me ha servido eso?

 

—Te hace única y no me mires así, sabes que no es una forma de hablar.

 

Ella nunca quiso ser única, sino todo lo contrario, única es otra manera de decir sola y, sobre todo, está cansada de escucharlo desde pequeña, así que rompe la carta del ministerio en dos y luego en cuatro. A ella le hubiera gustado una casa llena de ruido, críos traviesos, nietos que consentir, pero no pudieron tener hijos, igual que ya no puede la mayoría de la gente, otra epidemia a la que no se consigue poner remedio.

 

Manuel Montalbán tiene la llave que le ha asignado el Ministerio de la Soledad y la usa, porque no le abren cuando toca el timbre y luego a la puerta con los nudillos. Se encuentra muerta a su nueva compañera asignada de oficio, entre vino y marihuana, ella ha roto su promesa en dos y luego en cuatro. Para Manuel Montalbán es la séptima vez que ocurre eso, es prácticamente una condena a muerte que le asignen a alguien.

 

Da una vuelta por el que iba a ser su nuevo hogar antes de llamar e informar y que Rosa la del Ministerio le vuelva a decir que no se preocupe, que seguro que hay alguien que le prefiere a la muerte. Él no está tan seguro, ella le dice que eso son tonterías. Manuel pregunta si viviría con él, Rosa se calla y luego arranca de nuevo con esa voz falsa, que le asegura que pronto dejará de vagar en busca de alguien que comparta un poco de vino y un poco de hierba.

 

 

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ISAAC BELMAR

BIO
Isaac Belmar, escritor valenciano. Publicó sus primeros relatos en 2007 dentro de la Antología 13 para el 21 de nuevos autores. Desde entonces ha publicado multitud de historias breves en diversas antologías y editoriales, así como algunas novelas, como Tres Reinas CruelesPerdimos la luz de los viejos días le valió el Accésit del premio Oscar Wilde de Novela Breve en 2014. Se le puede encontrar escribiendo cada semana en su web https://hojaenblanco.com

 

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Gemma
Gemma
2 años hace

Maravilloso, Isaac. Qué bonito regalo ha sido leerte hoy. Esta es una de esas historias que te hacen sentir tristeza porque comprendes, y, como comprendes, un poco de esa tristeza se transforma en algo de placer, de conexión feliz. Gracias.

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