ALEJANDRO CONCHA M. – HIJOS DE LA CENIZA
LOTA
A quién pudiera afectarle verte desaparecer.
A quién, que este cuerpo y corazón de bronce
detenga su traqueteo mecánico.
A quién los barcos, los ruidos, el polen;
si nadie volteó a mirarnos cuando a la tierra
huérfana de la mano mesiánica
se le fue privada de la voz.
Pienso en la larva de los imperios del mundo.
Oigo gemir, tras el reflejo de sus huesos
en el pliegue marino, su quebrar de muelas:
Pilpilco, enigma, cala
vibra en la superficie del espejo.
No sé si me importaría
que me arrastraran tus aguas,
que un niño tomara, de mis huesos, la semilla
y soñara con un ojo en las nubes
ver crecer un girasol.
LOS GRISES DE BARRA
(Inédito; inspirado en los cuadros sobre Lota
de Osvaldo Barra Cunningham 1922-1999)
Ante las contradicciones que ciñeron la espera
las manos del pasado se abren, como cortinas
por cuya sospecha respira el agua.
El invierno es de un cálido abrazador,
agarra mi espalda su anciano cuerpo
y parece su frío jamás marchar.
Desde el humo y la metralla de la barrena,
chiflones, parque y sus fantasmas
la ciudad se ahoga en un flujo salino.
No me animo a pensar en cuántos
perdieron aquí la vida,
o en el pan desmigajado desde la piedra
servido sobre la mesa familiar.
Quiero esa arrítmica sonoridad de mi padre y su lectura,
el fuego cuya sangre tranquiliza.
Pero allí está el mar, lugar común de quienes claman
la puerta escondida de los viajeros.
Perdurarán en el ojo del Pacífico
aunque cambien las cosas de lugar
y el cielo se fracture contra la silueta
de los árboles de acero.
Aunque no logre sentarme en ese espacio
(en ese muelle, o en ese parque),
revivirán en mí cuando los busque
y como en un óleo antiguo palparé
la textura accidentada de la historia.
AUTOBIOGRAFÍA A LOS 23
En este suelo que no germina, hermano,
he dispuesto de tu sangre
para que aquí carezca también la rabia y el enojo.
No hay ternura que acreciente las aguas
humedezca mis heridas sin cicatrizar;
erosión de tierra fértil — joven promesa— Abel.
Jamás advertí ademán siquiera
que te pudiera en su momento prevenir
del paso de los lobos.
Por eso te arrojo estas migas, donde ya no hay pan.
Así, si algo fluye de tu resto apolillado,
de tu cariño residual, de tus ojos sin su llama;
sea la calma conveniente para vagar por el desierto
cuando tu pena sea mi única procesión.
Me arrepiento también de tantas cosas:
mira mis manos, mi frente castigada
mírame asentir con negación.
¿Soy acaso el protector de tus espaldas?
A la hora del delito
nadie asume la culpa
y mi guerra exige cesar.
La tierra se hace amplia y donde camine
cargaré en mi lengua tu lastre,
tu rostro, una carcasa rota
donde alguna vez pude
pertenecer.
MAL DE POLVO
Nadie nunca entendió.
Jamás lograron descifrar entre líneas.
Leyeron sin entender a ciencia cierta
ni porqués
ni cómo…
Subrayaron sólo lo importante
según ellos,
marcaron con lápiz y destacador
las frases a memorizar.
Se armaron un guion, quitaron líneas a los diálogos.
Pusieron de fondo
voces en concordancia
con las versiones que sólo a ellos interesaba contar.
Somos testigos, ya no somos protagonistas.
Según ellos,
ninguno de nosotros es historia.
No tuvimos abuelos,
pues ellos “no hicieron la industria”.
Porque los logros son siempre de los fuertes
y el débil… ¿Qué importa el débil?
Se han escrito libros,
fueron echados a volar,
viajaron a posarse sobre los libreros con mal de polvo;
llevan nuestros nombres a alguna estantería
donde sólo quien nos recuerda se resuelve a leer.
Leyendo nunca entendieron.
Jamás lograron descifrar estas líneas.
Escribieron sin entender a ciencia cierta
ni porqués, ni cómo…
pudimos permitirlo.
HIJOS DE LA CENIZA
Quiero que cuando veas el claro de luz
no te ciegues,
y recuerdes que hubo un momento
en el que también fuiste oscuridad.
Esta ceniza ciñéndonos los pies
como los esqueléticos árboles
son el vestigio del fuego,
las famélicas figuras de metal
es lo que fuimos.
Hijo, quiero que entiendas tu poderosa flama
como el elemento vivo,
adoleciendo en la desazón
y fluyendo en la expansión de tu existencia,
y quiero que al ver el camino futuro
reconozcas en ti
los carbones consumados del sendero.
Fuimos tomados,
levantados y tirados al fuego,
cortados de la infancia,
quemados en la adultez,
arrojados a la consternación.
Seremos la ceniza,
nos soplará el viento,
pero aún por dentro
no dejaremos de arder.
Alejandro Concha M. (Lota, Chile, 1995) — Poeta, escritor y editor literario. Autor del poemario Estirpe
(2017). Fundador del Movimiento artístico “La Balandra Poética”. Colaborador en el proyecto Crisálida
Artes escénicas, en el equipo de edición de la revista Sudras y Parias, en el equipo organizador del
Encuentro Poético internacional Pájaros Errantes y en el programa Por una educación poética para Chile,
donde se desempeña como coordinador, monitor en escuelas y otras actividades en la organización de los
Festivales de poesía del Biobío.
Fue miembro de la Agrupación de escritores de Lota “La Compuerta Número 12”, allí editó durante dos
años la revista literaria El Candil. Junto a escritores de su zona publicó la antología de escritores del
carbón Huellas, la antología Pájaros Errantes y la antología de escritores juveniles Hilos Rojos, y ha sido
incluido en las publicaciones de los libros Palabras Necesarias (Chile, 2020); Fragua de Preces (Abra
España, 2020); Antología FIPBB Nueva York (Conxiencia, 2020); Me contaron mis viejos (Fundación
Cepas, 2014-2016) y Un mismo vuelo (ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014), además de múltiples
revistas y sitios web de Chile y Latinoamérica.
Lo desempeñado a tus hubiere satisfacción ¿qué si te autorizo ya tan ejercicio? ¿a qué pido debajo lo que te beneficiis Improporcionados?