ANDER VILLACIÁN – LUZ DE BUHARDILLA
Luz de buhardilla
me asomo a unas escaleras que guardan los rizos de la memoria
y las palmas huecas de tus manos de olivo
me entregan la simiente del amor joven,
ese afecto tan pequeño como un diccionario de bolsillo
ese afecto tan inmenso como mil cincuenta y nueve nombres
en los que navegan presas las voces del olvido
me asomo con una mano hermana que ha nadado en todos los mares
que conserva el blancor de las camisas nuevas
y la ciudad de cadeiro encendiendo
en el fin del continente un poema
te llevo por el cariño de las gaviotas del puerto, por la lengua salvada con las malas carreteras
te escucho tremolar por las cicatrices y por un parque donde bebí la llama de la juventud
te veo entre la luz mortecina que palpa las olas de un campo de concentración
y somos tantas, y somos todas, y somos una buhardilla que está en un silencio
que no viaja en metro o autobús, sin grandes literaturas para tiznar la distancia
somos un silencio de un marinero a la deriva entre tres poemas
que se caen de las fábricas de un niño y no lo alcanzan las manos para traerlo de vuelta
una buhardilla que es fruto de un melocotón y una mandarina,
las ortensias que se secan y las calas de un estanque helado
porque los barcos no llegan al norte cuando sí lo hacen
las radios a las dos de la mañana
una buhardilla con una mesa inmarcesible
en la que se mojan los labios de las banderas tricolores
y se reciben con pasteles judíos las puertas abiertas,
una buhardilla que nació al volver de la iglesia presbiteriana
que batalla con el mistral y el relinchar de las constituciones
una buhardilla en la que el tiempo no es de hoja caduca
y en la que las niñas de Orcasitas aprenden los números hasta el cinco,
si en un poema no ven una mujer delgada que es una farola
alumbrando el calor del entendimiento, la vocación eterna
los manuales de adopción de una casa en la que viven
aquellas personas que se marcharon
aquellas que acabamos de llegar
a un templo griego de ojos negros
cabello azabache, la piel que surca
las fronteras y siempre vuelve a casa
en una buhardilla puede morir el miedo
y llegar de pronto la extraña gramática
de tres almas que hablan en lenguas distintas
que cultivan en el jardín de su pasado
árboles de harina y amapolas
que ven edificios empedrados
de nubes blancas y ministerios
en una buhardilla se puede encontrar la luz
para todos los días de personas desconocidas
para las ciudades nuevas bautizadas en un coche sin frenos
para todas las veces en las que la ceguera de las que no quieren escuchar
nos recuerda que nosotras siempre tuvimos que encontrarnos.
El pueblo de los pájaros
vengo de un lugar del que nunca me sentí parte
porque lo sueños se ahogaban en naufragios de lo impuesto
y la pertenencia era marcada por árboles viejos
que llamábamos por su nombre
siempre me sentiré un exiliado en la puerta de mi casa,
un extranjero en mi propio país,
una barcaza a la deriva en el mar del origen
y el viaje inútil de la arena cayendo entre los dedos
soy el resultado de un enfado y un desencuentro,
la ambigüedad de ser ambos o ninguno
pero saber que estoy marcado a la tierra,
arraigado al paso, enraízado a la lucha
y allí vuelvo a encontrar mi tierra
en la hondonada febril de los huesos del ciprés
en los sueños de lo que hoy guardan los calendarios
en ese paso a nivel de la ciudad tan cercana y mi casa que se alejaba,
donde el valle desafiaba a un país de montañas
vengo de las denuncias en la plaza del mercado
de ese silencio absoluto barrido como la hojarasca
y un pueblo al que la muerte ganó territorio,
ocupando más espacio que la vida contenida en pisos-dormitorio
vengo de hoteles blancos y bibliotecas prefabricadas
de la lengua murmurada que confunde al granizo
del nervio de la carretera que araña a las columnas eléctricas
o el abandono de un ala rota, una cruz torcida, el ronco acercamiento de los trenes
donde mi familia curaba el fruto del trabajo aprendido
y zurcía con hilos de leche las leyendas que sellan nuestra piel,
se construye un mausoleo a la nada de los ansiolíticos
a las moquetas sucias que esconden el dolor de las cunas vacías
donde se le llama bosque a lo que no se tragó un saco de arcilla
donde se extienden las yemas de la mentira
y desechamos las cicatrices de la argoma,
la memoria vuela cuando el primer pájaro canta
porque mi abuelo decía que guardásemos las manos cuando entrábamos a los árboles
la gente vive hacia al cielo y no es por las aves que emigran de los cementerios
para llegar al hielo de África y olvidar aquello que nos condena,
no es por la estrella que señala y parpadea las pérdidas,
es por los aviones que quiebran el vidrio
y llevan el trigo y las rosas a una puerta que se cierra al entrar
mi abuela balbucea la historia y el analfabetismo guarda
la súplica por que no desaparezca nuestra voz
por que no huyamos de la grieta que aún nos pertenece,
esa que huele a las sábanas quemadas
para abonar la flor del cerezo
vengo del pueblo de los pájaros
que hoy lo corta una autopista
una fábrica de neumáticos
la duda de hasta dónde llegamos
las hijas del polvo mortecino
y las mañanas añiles,
hasta dónde llegamos las que vemos
cómo el vuelo agoniza
cómo se empardece el canto
y los pájaros vacían el pueblo que desconoce el color de mis ojos.
En este pasillo
me siento bajo la hoguera de la escarcha,
en una mañana tibia en la que se consumen los sueños
La Habana, Compostela, el río Hudson
me siento solo con las canciones de los tejados
sobre el suelo frío de los corazones de estaño
vivo en la casa que vaciaste, en el lugar al que me condenaron
con la astilla de recordar una noche sin luna
hoy que se estudia en el odio una forma de residir en los escaños
que no se canta por la ciudad de los gitanos
y el alcohol borra la tinta de los libros de historia
vivo en una habitación que quiere dejar flores en la plaza Santa Ana
y no duerme porque inunda la almohada un dieciocho de agosto,
una habitación que siente unos ojos verdes pasear por la ventana
ojos que nadie ve, ojos que nadie quiere ver
estoy solo en tu espera, estoy solo y dolido
por dejarte la casa sucia y no saber qué responderte,
por acudir a ti cuando el amor era una flor deshojada
y me duele decirte que los caballos siguen siendo negros
que los gobiernos roban los olivos
y que tu país lo cubre el polvo
que no lo trae el perdón,
lo traen los hombres que no miran al suelo
es por eso que me duele decirte
que solo yo te espero
en este pasillo.
Montejurra
hoy me despierto lejos de casa
pero sigo en mi pueblo en el que veo
entre el cántico antiguo de la ceniza
y las arenas movedizas de la identidad
que están aquí las heridas de la piel mecidas por la quemazón de los alcornoques,
por los pliegues de la edad
y los regueros de memoria que pacientemente fluyen
por peñascos muertos e historias de sedimentos
intuyo a un gorrión cantando en una tienda de campaña,
se ha llenado de bolsas de plástico el lagrimal de una madre
y las águilas han derruido el memorial que ayer trataron de reconstruir
se han marchitado los periódicos,
se han endurecido los noticieros
se extrañaron los vientos que llevan la palabra
y nadie recuerda cómo se llamaba antes nuestra tierra
y nos observo
extranjeras y desterradas de la vida,
las de los márgenes de los libros de historia
y las que venimos marcadas por un guion rojo
en las pantallas de los ordenadores
nos han producido la ignorancia
y nuevas formas de ordenar la tierra,
de dictar su lógica, envenenar el agua
robar la lengua con carteles en castellano
donde antes respiraba el oxígeno de la distancia
¿quiénes son las supervivientes?
en un poema hallaré la voz silenciada
de nuestro país que desfallece
y me aprenderé los acentos de los rostros borrados
la enterraré junto al sepulcro de la patria mentida
donde nacían las ideas que no conjugaban nuestros verbos
y que hoy descansan bajo tierra en algún lugar de Montejurra
donde ahora las niñas juegan y en su baluarte
se lanzan en bicicleta hacia la infancia que se corta las rodillas
para luego sumergirse en una piscina donde aún se siente
el olor a cloro y órganos represivos
¿qué es la historia?
reconocer que nada es legítimo y aun así dejar cláveles en una verja oxidada
observar que ya no somos pueblo aunque seamos las mismas de siempre
escuchar que las niñas juegan en las praderas con el eco de las balas
que las ráfagas de los osarios marcan con metrónomo un “veo, veo, ¿qué ves?”
darse cuenta de que porque ellas no fueron
nosotras no seremos
para nunca más
para nadie más
para nada más.
Ander Villacián (Bilbao, 2003) es un joven poeta que en la actualidad cursa estudios de Ciencias Políticas en un grado conjunto entre la Universidad Complutense y Science Po Toulouse. Asimismo, en estos momentos está embarcado en un proyecto poético a raíz de su participación en la iniciativa del gobierno español “Ruta al exilio”. Atraído por la escritura a causa de la experiencia y el conocimiento adquirido en encuentros y talleres literarios, Ander comenzó a escribir tanto en euskera como en castellano desde muy temprana edad. Así pues, ha sido galardonado en varios certámenes como el primer premio del Concurso “Satarka” en la categoría de poesía joven del Ayuntamiento de Hondarribia (2018, 2019), el premio Ramón Rubial para narrativa en valores sociales (2020), el premio “Ciudad de Ermua” de poesía en euskera (2020) y el certamen “Urruzuno” de jóvenes creadores del Gobierno Vasco con el cual ha realizado una estancia creativa con escritores afianzados en el verano de 2021.