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AÑO 4 - 2023

ANDER VILLACIÁN – LUZ DE BUHARDILLA

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Luz de buhardilla

 

me asomo a unas escaleras que guardan los rizos de la memoria

y las palmas huecas de tus manos de olivo

me entregan la simiente del amor joven,

ese afecto tan pequeño como un diccionario de bolsillo

ese afecto tan inmenso como mil cincuenta y nueve nombres

en los que navegan presas las voces del olvido

 

me asomo con una mano hermana que ha nadado en todos los mares

que conserva el blancor de las camisas nuevas

y la ciudad de cadeiro encendiendo

en el fin del continente un poema

 

te llevo por el cariño de las gaviotas del puerto, por la lengua salvada con las malas carreteras

te escucho tremolar por las cicatrices y por un parque donde bebí la llama de la juventud

te veo entre la luz mortecina que palpa las olas de un campo de concentración

 

y somos tantas, y somos todas, y somos una buhardilla que está en un silencio

que no viaja en metro o autobús, sin grandes literaturas para tiznar la distancia

somos un silencio de un marinero a la deriva entre tres poemas

que se caen de las fábricas de un niño y no lo alcanzan las manos para traerlo de vuelta

 

una buhardilla que es fruto de un melocotón y una mandarina,

las ortensias que se secan y las calas de un estanque helado

porque los barcos no llegan al norte cuando sí lo hacen

las radios a las dos de la mañana

 

una buhardilla con una mesa inmarcesible

en la que se mojan los labios de las banderas tricolores

y se reciben con pasteles judíos las puertas abiertas,

una buhardilla que nació al volver de la iglesia presbiteriana

que batalla con el mistral y el relinchar de las constituciones

 

una buhardilla en la que el tiempo no es de hoja caduca

y en la que las niñas de Orcasitas aprenden los números hasta el cinco,

si en un poema no ven una mujer delgada que es una farola

alumbrando el calor del entendimiento, la vocación eterna

 

los manuales de adopción de una casa en la que viven

aquellas personas que se marcharon

aquellas que acabamos de llegar

a un templo griego de ojos negros

cabello azabache, la piel que surca

las fronteras y siempre vuelve a casa

 

en una buhardilla puede morir el miedo

y llegar de pronto la extraña gramática

de tres almas que hablan en lenguas distintas

que cultivan en el jardín de su pasado

árboles de harina y amapolas

que ven edificios empedrados

de nubes blancas y ministerios

 

en una buhardilla se puede encontrar la luz

para todos los días de personas desconocidas

para las ciudades nuevas bautizadas en un coche sin frenos

para todas las veces en las que la ceguera de las que no quieren escuchar

nos recuerda que nosotras siempre tuvimos que encontrarnos.

 

 

El pueblo de los pájaros

 

vengo de un lugar del que nunca me sentí parte

porque lo sueños se ahogaban en naufragios de lo impuesto

y la pertenencia era marcada por árboles viejos

que llamábamos por su nombre

 

siempre me sentiré un exiliado en la puerta de mi casa,

un extranjero en mi propio país,

una barcaza a la deriva en el mar del origen

y el viaje inútil de la arena cayendo entre los dedos

 

soy el resultado de un enfado y un desencuentro,

la ambigüedad de ser ambos o ninguno

pero saber que estoy marcado a la tierra,

arraigado al paso, enraízado a la lucha

 

y allí vuelvo a encontrar mi tierra

en la hondonada febril de los huesos del ciprés

en los sueños de lo que hoy guardan los calendarios

en ese paso a nivel de la ciudad tan cercana y mi casa que se alejaba,

donde el valle desafiaba a un país de montañas

 

vengo de las denuncias en la plaza del mercado

de ese silencio absoluto barrido como la hojarasca

y un pueblo al que la muerte ganó territorio,

ocupando más espacio que la vida contenida en pisos-dormitorio

 

vengo de hoteles blancos y bibliotecas prefabricadas

de la lengua murmurada que confunde al granizo

del nervio de la carretera que araña a las columnas eléctricas

o el abandono de un ala rota, una cruz torcida, el ronco acercamiento de los trenes

 

donde mi familia curaba el fruto del trabajo aprendido

y zurcía con hilos de leche las leyendas que sellan nuestra piel,

se construye un mausoleo a la nada de los ansiolíticos

a las moquetas sucias que esconden el dolor de las cunas vacías

 

donde se le llama bosque a lo que no se tragó un saco de arcilla

donde se extienden las yemas de la mentira

y desechamos las cicatrices de la argoma,

la memoria vuela cuando el primer pájaro canta

porque mi abuelo decía que guardásemos las manos cuando entrábamos a los árboles

 

la gente vive hacia al cielo y no es por las aves que emigran de los cementerios

para llegar al hielo de África y olvidar aquello que nos condena,

no es por la estrella que señala y parpadea las pérdidas,

es por los aviones que quiebran el vidrio

y llevan el trigo y las rosas a una puerta que se cierra al entrar

 

mi abuela balbucea la historia y el analfabetismo guarda

la súplica por que no desaparezca nuestra voz

por que no huyamos de la grieta que aún nos pertenece,

esa que huele a las sábanas quemadas

para abonar la flor del cerezo

 

vengo del pueblo de los pájaros

que hoy lo corta una autopista

una fábrica de neumáticos

la duda de hasta dónde llegamos

las hijas del polvo mortecino

y las mañanas añiles,

hasta dónde llegamos las que vemos

cómo el vuelo agoniza

cómo se empardece el canto

y los pájaros vacían el pueblo que desconoce el color de mis ojos.

 

 

En este pasillo

 

me siento bajo la hoguera de la escarcha,

en una mañana tibia en la que se consumen los sueños

La Habana, Compostela, el río Hudson

me siento solo con las canciones de los tejados

sobre el suelo frío de los corazones de estaño

 

vivo en la casa que vaciaste, en el lugar al que me condenaron

con la astilla de recordar una noche sin luna

hoy que se estudia en el odio una forma de residir en los escaños

que no se canta por la ciudad de los gitanos

y el alcohol borra la tinta de los libros de historia

 

vivo en una habitación que quiere dejar flores en la plaza Santa Ana

y no duerme porque inunda la almohada un dieciocho de agosto,

una habitación que siente unos ojos verdes pasear por la ventana

ojos que nadie ve, ojos que nadie quiere ver

 

estoy solo en tu espera, estoy solo y dolido

por dejarte la casa sucia y no saber qué responderte,

por acudir a ti cuando el amor era una flor deshojada

 

y me duele decirte que los caballos siguen siendo negros

que los gobiernos roban los olivos

y que tu país lo cubre el polvo

que no lo trae el perdón,

lo traen los hombres que no miran al suelo

 

es por eso que me duele decirte

que solo yo te espero

en este pasillo.

 

 

Montejurra

 

hoy me despierto lejos de casa

pero sigo en mi pueblo en el que veo

entre el cántico antiguo de la ceniza

y las arenas movedizas de la identidad

 

que están aquí las heridas de la piel mecidas por la quemazón de los alcornoques,

por los pliegues de la edad

y los regueros de memoria que pacientemente fluyen

por peñascos muertos e historias de sedimentos

 

intuyo a un gorrión cantando en una tienda de campaña,

se ha llenado de bolsas de plástico el lagrimal de una madre

y las águilas han derruido el memorial que ayer trataron de reconstruir

 

se han marchitado los periódicos,

se han endurecido los noticieros

se extrañaron los vientos que llevan la palabra

y nadie recuerda cómo se llamaba antes nuestra tierra

 

y nos observo

extranjeras y desterradas de la vida,

las de los márgenes de los libros de historia

y las que venimos marcadas por un guion rojo

en las pantallas de los ordenadores

 

nos han producido la ignorancia

y nuevas formas de ordenar la tierra,

de dictar su lógica, envenenar el agua

robar la lengua con carteles en castellano

donde antes respiraba el oxígeno de la distancia

 

¿quiénes son las supervivientes?

en un poema hallaré la voz silenciada

de nuestro país que desfallece

y me aprenderé los acentos de los rostros borrados

 

la enterraré junto al sepulcro de la patria mentida

donde nacían las ideas que no conjugaban nuestros verbos

y que hoy descansan bajo tierra en algún lugar de Montejurra

donde ahora las niñas juegan y en su baluarte

se lanzan en bicicleta hacia la infancia que se corta las rodillas

para luego sumergirse en una piscina donde aún se siente

el olor a cloro y órganos represivos

 

¿qué es la historia?

reconocer que nada es legítimo y aun así dejar cláveles en una verja oxidada

observar que ya no somos pueblo aunque seamos las mismas de siempre

escuchar que las niñas juegan en las praderas con el eco de las balas

que las ráfagas de los osarios marcan con metrónomo un “veo, veo, ¿qué ves?”

darse cuenta de que porque ellas no fueron

nosotras no seremos

para nunca más

para nadie más

para nada más.

 

 

BIOGRAFÍA

Ander Villacián (Bilbao, 2003) es un joven poeta que en la actualidad cursa estudios de Ciencias Políticas en un grado conjunto entre la Universidad Complutense y Science Po Toulouse. Asimismo, en estos momentos está embarcado en un proyecto poético a raíz de su participación en la iniciativa del gobierno español “Ruta al exilio”. Atraído por la escritura a causa de la experiencia y el conocimiento adquirido en encuentros y talleres literarios, Ander comenzó a escribir tanto en euskera como en castellano desde muy temprana edad. Así pues, ha sido galardonado en varios certámenes como el primer premio del Concurso “Satarka” en la categoría de poesía joven del Ayuntamiento de Hondarribia (2018, 2019), el premio Ramón Rubial para narrativa en valores sociales (2020), el premio “Ciudad de Ermua” de poesía en euskera (2020) y el certamen “Urruzuno” de jóvenes creadores del Gobierno Vasco con el cual ha realizado una estancia creativa con escritores afianzados en el verano de 2021.

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