ANTONIO CAMACHO – ENSOÑACIÓN DE ALMERÍA
Ensoñación de Almería
Cuentan que el tiempo nuevo te ha crecido azogando tu sueño de palmeras; que has
dejado de ser la que antes eras y que tienes un aire amanecido.
Que el agua de mil manos se ha prendido fecundando tus secas parameras y ha cruzado
la sal de tus fronteras el árbol del cemento estremecido.
Yo seguiré tejiendo mis quimeras con la rueca de luz de tu bahía: con aquel viejo
niño que corría
embrujado en tus ansias verbeneras, cuando más que durmiente, mi Almería, eras velero que
esperaba el día.
ALGO DE HISTORIA VIVA
Mayo fue el tiempo del nombre repetido en las voces
del ágora. Vena abierta en cruz emancipada con un norte propicio al aire de la tierra fecundada del indio y el hispano, propio y ajeno en maridaje a veces, y otras distantes en llamados oscuros de la sangre. Era la semilla fértil de una raza dura, avizora de cóndores, domadora de ríos, arrebatada, casi sobrehumana en su cénit. ¿Qué importa el Vellocino y qué El Dorado, el Rey Grande, el rubio metal de la osadía? El caballo y la vaca fueron nuestros, y rollos y dameros, La espada desnuda y la osamenta de tantos sueños fútiles, perdidos. No tuvieron el cantor de gesta, si acaso al arcediano que estampó en suelo quiloaza, a la vera fluvial, un nombre: argentinos. De esa estirpe, a punta de aventura, acerada y vital, viene hollando la historia, ancho cauce no siempre navegable, el vocablo y el gesto Quedan graníticos, en el agua y el aire, en el llano y la cima, con sabor a leyenda. La herencia compartida en la América nueva fue la rosa y el viento, un legado de audacia y un grito de protesta, en tiempo y en forma. Supo entonces el Ande de la marcha forzada y el riñón apretado, un sonar de cascos, apagados, y una mezcla extraña de monje y de soldado. El camino del bronce fue tan legítimo como el vino y la copla de los caudillos en la hora de calma o la muerte del gaucho innominado. Todo fue escrito con la piel y la idea, con olor a pólvora, a misiva y a pluma. A veces se olvidaron las viejas raíces, los lazos de sangre, la acción compartida, las noches sin luna, el sabor de la sal. Los tambores sonaron de otra manera y los fusiles impíos marcaron el hito. Está escrito en el barro soplado que el desencuentro es más que un término. y la pasión, esa oscura gruta del deseo, el filo de una navaja. Pero nada inútil en el río heracliano ni en las sombras vivas de la cueva platónica, y el dolor tiene límite, como el gozo y la pena, la soledad y el mirlo, la furia y el sonido. La doctrina liminar preservó su fuerza y una generación férrea convocó a las golondrinas en la era del Puerto, las paralelas y el trigo. Fue babélica epopeya de la mano callosa y la lengua dispar, de culturas arcaicas en los ojos abiertos a inédito presente y el pasado a cuestas como un peso mediato. ¿Quién fijará en el mármol su paso irrenunciable y plasmará en el verso con vigor de galerna y dulzura de espiga? ¿Quién, desde el polvo, rescatará memorias en el tiempo del láser carcomido de olvido? Luego ha sido el otoño con luces de Matisse en un tercio de siglo y la campana rota por clarines de miedo mientras se proclamaban los antiguos laureles y la revuelta despertaba con paternal euforia. Muchos crespones, demasiada tiniebla para el país del sol y el gorro frigio y el verbo libertad, mal conjugado tantas veces para desgracia, pero no de todos. Levanta tu frente lastimada, no fatigues la herida del recuerdo; calza la sandalia del Pescador y arroja al mar toda palabra vana.
LLANTO POR ANTONIO MANUEL CAMACHO
¡Oh, vida! Qué injusta fuiste con un corazón recto. Que impiadosa y letal, sin escrúpulo alguno, cayendo como un rayo para abrir la madrugada. ¿Por qué ignoraste su hidalguía? ¿Por qué su hombría de bien y su amor por el pobre? Soñaba con el mar el de la risa innumerable. Como la suya, que abría los ventanales. ¡Cuánta grandeza incomprendida por las mentes banales que miran y no ven en un desierto de apariencias! No importa, ¡oh muerte! tu aciago desatino. No importa tu impostura ante el valor sin estridencia y un coraje sin límite. El llanto no apacigua tan honda soledad, ni el recuerdo feliz de tiempos luminosos. El llanto hiere como espada siniestra. Pero, no. No te has ido, es sólo despedida hacia la celestial mansión. Y allí, me esperas.
Invitado, como poeta, por la Universidad de Columbia (Nueva York) y elogiado por los escritores Jorge Fernández Díaz (Radio Mitre, diario La Nación, Academia Argentina de Letras) y Arturo Pérez-Reverte, de la Real Academia Española. Reconocido por los gobiernos argentino y andaluz (PP y PSOE). Miembro de la Red Federal de Poesía de la Nación.