CARMEN ROSA OROZCO – FUNCIÓN TURQUESA DEL LENGUAJE
Día 704 Todas las putas están tristes.
Están esas putas que eran niñas bien y sifrinas en mi ciudad, pero el país fue saqueado por
una banda de resentidos que instauraron el gobierno del hambre, huyeron a países vecinos
donde venden sus cuerpos, montarse encima de tipos borrachos y sedientos de atención,
hediondos como sus sudadas medias deportivas, sus interiores estirados, sus ropas
deformes por la decepción; las puticas del país que antes no eran putas tuvieron que irse y
macerar los desnutridos cuerpos en el sol de Ríohacha, Cúcuta, Santiago de Chile, Ciudad
de Panamá, Lima, Guayaquil y en todas aquellas ciudades que puedan albergar putas que
destilan hambre y belleza caribeña. Las putas de mi familia se casaron, fueron afortunadas,
compraron siliconas y extensiones de cabello, parieron, aspiran rayas de cocaína en
Madrid, van a conciertos de famosos y estiran sus pieles en costosos spas; continuamente
venden su puta carne estética para tener un poco de tranquilidad económica. Las putitas de
Cumaná oscilan entre los doce y quince años de edad, tienen dólares, también las de Apure
y Táchira; compran en los centros comerciales, adquieren baratijas que se dañan en dos
días, mientras se hacen mujeres a fuerza de pedófilos, ya no juegan con Barbie o Ken, ni se
bañan en las piscinas flotando sobre salvavidas color rosa de LadyBug y La Peppa Pig; el
celular de moda, la paleta de maquillaje y los diversos outfits borraron la visión de los
recuerdos de una niñez abortada, prevaleciendo los clientes sobre los pequeños cuerpos
que aún están por formarse. Están esas putas de la calle, que miden las aceras a punta de
hambre y desarraigo: con un brazo lleno de saliva compré una harina leudante Robinson,
con mis piernas forcejeadas alcanzó para un kilo de espaguetis Sindoni, mis senos
estrujados rindieron para un cartón de huevos y dos kilos de arroz tradicional Mary, los
moretones en mi cuello cubrieron las hortalizas, mis nalgas manoseadas se ofertaron por
dos kilos de harina para arepas marca Candor (la colombiana y suavecita), por último, mi
vagina estremecida por un pene que la compra sin altibajos en DólarToday bastó para las
proteínas de origen animal de la semana (algo de carne molida, patas de pollo para el
colágeno con las cuales logre alargar esta miserable juventud, vísceras para los abuelos,
recortes externos para las tías, muslos de pollo para los niños), mi boca quedó sedienta por
los hombres que no me amaron y como una puta triste de la calle los borrachos recorren la
muy triste geografía anatómica de mi puto cuerpo hecho escombros, huesos y llanto que
nadie oirá, me salgo a vender por unos billetes que no son de Monopolio, hay muchos en
casa, nunca le puse precio a mis besos porque después de estar rota, mil veces rota, perdí
las ganas de besar. Hay putas que se acuestan por cualquier favor o ganancia, lo cual se
puede olvidar con una borrachera o con gritos en el baño cuando se escucha a alto volumen
a Amy Winehouse:
We only said good-bye with words
I died a hundred times
You go back to her
And I go back to…
Black, black, black, black, black, black, black,
I go back to…
I go back to….
Están las putas que se casan y dejan de querer a sus maridos o mejor dicho nunca los han
querido, son putas dignas que se transan por un contrato de por vida para tener segura la
alimentación, los viajes, la ropa, la mejor casa, el carro nuevo de paquete, el bodegón
inaccesible facturado para los enchufados del muy puto y comunista gobierno malandro y
maloso; tienen una tristeza aristocrática, de abolengo, otras un tanto boliburguesa; por lo
cual, son unas putas con un poco de suerte. Están las putas que se han acostado con
muchos hombres para olvidar, simplemente para olvidar, el goce después se les convirtió
en dolor intenso. Diego llega al bar La Gioconda en El Mirador, van de putas después de las
clases en la UCAT, las putas jovencitas y chicas tuning son las más costosas, hay que dar el
regalo de cumpleaños a Javier para que pierda el virgo ya que van en la mitad de la carrera
de Contaduría Pública y no ha tenido sexo, Manuela no entra en la cuenta, hacen la vaca
pero no alcanza para las más bellas; las orientales, las llaneras y las del centro del país que
ya han pasado los treinta años son más baratas; pero la anciana de sesenta años baja el
precio a los universitarios, les regatea, ellos se niegan y se ríen, dicen no tener dinero, por
último, se ofrece de gratis al feo Javier que tiene el rostro marcado por brotes de barros
purulentos como el de Bukowski, la señora puta es rechazada con cierta cortesía, pero esa
noche, Miriam, la puta más vieja que no ha tenido un usuario en toda la vomitiva jornada
oye a Pastor López: con un sorbito de champán contigo quiero brindar para ver si así me
das un poquito de felicidad, y recuerda cuando llegó de Aguachica a los dieciséis años, la
guerrilla la desplazó a la orfandad de la carne y desde allí, el oficio más antiguo del mundo
la borró en la espiral de las paredes de las piezas de donde Claudio, el dueño gay y
travestido, esa noche simplemente Miriam ha olvidado cómo podría morir, piensa que el
suicidio de una puta sexagenaria, sin familia, no le devolverán la lozanía, ni el culo parado,
ni las tetas erguidas, quedó varada en la monstruosidad de un tiempo no devuelto y en el
país hecho mierda por unos delincuentes despreciables y cínicos, esa noche Miriam quiso
estar muerta, como todas las putas noches que ha trabajado en el mismo bar que está
quebrado por la pandemia china, pero resulta que Miriam no está muerta, está
pudriéndose, su carne todavía viva a cuentagotas es lamida por gusanos que la desconocen,
ya les dije que el puto bar está quebrado y cerrado por la cuarentena, está en venta y en
ruinas como el extinto país; entonces vi luego a Miriam vendiendo tapabocas de tela y
especias en bolsita en el mercado de Dimo, esa Miriam que nunca pudo comprar una casa,
ni casarse o tener hijos, vive alquilada en una muy puta y solitaria habitación. Las putas no
duermen bien, sufren de insomnio ya que recuerdan los fluidos, los sudores, la hediondez,
las barrigas, las risas, los insultos, los golpes, la saliva y el semen de los diversos captores de
sus putas carnes tristes; con mucha tristeza, esa que se esconde y solo ellas pueden ver,
conciertan los precios a los coitos por la vagina, la boca o el ano, la paja rusa, el beso negro,
la traga de leche maluca, el uso de juguetes eróticos y trajes de enfermera, Caperucita,
médico, policía, Blancanieves o maestra, profesiones y personajes que exacerban la lujuria
y el sadismo de sus compradores; la oferta y la demanda constantemente alteran la euforia
momentánea del mercado de las putas tristes; al final de la noche, los valores pautados
siempre las pondrán tristes. Para aguantar la tristeza de tener que comerciar su cuero, los
microtraficantes ofrecen un catálogo virtual vía WhatsApp de drogas antiguas, nuevas,
peligrosas y sintéticas, o en la puerta de la desgracia (es decir, en la calle, el hotel lujoso, el
cuarto de pensión, en el prostíbulo, el rancho, el bar): éxtasis, Superman, Eva, speed, polvo
de ángel, poppers, ketamina, setas mágicas, GHB, spice, salvia, mefedrona, marihuana,
heroína, flakka, AH-7921, whoonga, crack, krokodil, metanfetamina, que sé yo, cualquier
droga que mitigue la cruda tristeza de venderse; además, meterse unos tragos de whisky
caro, ron Cinco Estrellas o Canaima, anís Cartujo, miche blanco aliñado, cachicamo, vodka
con jugo de naranja, tequila en seco, ginebra con yogur, cualquier licor que congele el calor
de la vergonzosa venta de vaginas tristes, pudorosas, acostumbradas, resabiadas,
necesitadas, urgidas; en resumen, cucas muy tristes para la venta. Están las putas que
jamás pensaron ni quisieron ser putas, son las putas derivadas de la trata de blancas, las
explotadas, asesinadas y desaparecidas: las llevadas de manera forzosa por Güiria a los
burdeles de Trinidad y Tobago, y a otros mugrosos burdeles de las islas adyacentes al norte
de Venezuela; sumadas a todas esas putas tristes no contabilizadas del mundo que huyendo
del hambre encontraron el infierno, hay vergüenza y miedo colectivo de saber sobre la
suerte de estas putas tan infinitamente tristes y desafortunadas. Las putas de antes y las
putas de ahora; las putas niñas, las putas jóvenes y putas viejas; las putas feas y putas
bonitas; las putas ricas y putas pobres; las putas famosas y putas anónimas; todas esas
putas y las putas inclasificables siempre van a estar tristes aunque los labios estén pintados
de rojo fuego y el hilo rasgue la línea del trasero mostrando unas nalgas hermosas. Para la
clientela: el sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor. Sin rosas ni
escapularios, las putas siempre están tristes.
Una puta triste y sola como Roxana
se sienta en las comisuras de mi boca
me quema con sus colillas de cigarro hirviente,
se mira en los espejos del bar Avenida,
luego,
ebria y drogada
se retuerce en el pavimento,
desnuda
sin atavíos
después de ser aventada del carro
tras la orgía en una despedida de soltero,
gira a la cuneta
y queda como pasto húmedo pegado al cemento,
llora como un diminuto gato después del aguacero.
En la espalda lleva el tatuaje del nombre de su única hija,
se llama Valeria,
ella sueña en la madrugada
que la sacará de la pobreza;
podría ser modelo, influencer, empresaria,
reina de belleza,
casarse con un traqueto, un torcido o un político corrupto,
irse del país y obtener un empleo lucrativo
con horas extras bien pagadas.
Alumbro el cielo con la linterna,
no quedan estrellas ni animales nocturnos,
ni vicios o destiempo colados en la bolsa del café.
Regreso a mi cama
para ver la serie favorita de mamá:
Acacias 38 en su temporada número siete,
mientras leo en el celular
la nota suicida de Virginia Woolf a su esposo.
He quedado hecha un montón de párrafos,
sin hilo narrativo ni sangrías,
con balbuceos
sin coherencia,
reiteraciones morbosas,
estructuras ausentes;
al filo del Viaducto Nuevo
en el fondo de sus piedras y quebrada,
con un dedo azul hundido hasta el fondo de la garganta;
siendo una obsoleta paciente psiquiátrica
que escribe con prescripción facultativa;
aniquilada por partes.
No existieron hombres para amar.
No conoció un hombre que la amara.
Se hace tarde para Roxana,
rueda un beso en la frente,
son las siete de la mañana,
y Rogelio
su padre,
la lleva a la escuela.
Día 7 Función turquesa del lenguaje.
Los colores cobraron importancia en mi vida los días subsiguientes del hartazgo nacional,
estábamos cansados de nuestra tragedia, los diálogos evadían la monotonía de la tristeza,
tocaba huir o aguantar. Pero me seguía encantando el color turquesa del lenguaje, sabía
que a la mayoría de la gente no le importaba leer y tampoco me iba a afligir en lo que se
ocupaba la mayoría de la gente, no era mi problema. Las densas rutinas de agotar el
lenguaje desembocaron en signos turquesa, eran ambivalentes mis pensamientos y
emociones; en la emisión de los actos cotidianos no se pueden dar semblanzas de lo
interno, a nadie le interesa tus elucubraciones o movimientos que atestigüen sobre un
rumbo hacia el futuro; cada quien vive imbuido de sí mismo. A nadie le quita el rigor que
cuentes con la última gota de aceite comestible en la botella, o que la peluquera drogómana
trasquiló tu cabellera, o si las nubes se fueron a pique el día de tu mayor mala suerte. Pero
me seguía fascinando el color turquesa, podría escribir una canción tipo manual sobre las
consecuencias furtivas que tienen los ojos que ven el color turquesa con detenimiento. A los
19 años me hicieron pruebas para determinar si era bipolar, pero resultaron negativas, el
litio sería la opción entre las manías y la depresión, el segundero que terminara por eclipsar
los días oscuros y sin motivos. Años después terminé ingiriendo carbonato de litio, pero la
tristeza seguía allí, era antropomórfica, de secuelas imaginarias y pezuñas resbalantes, era
un animal ocre escondido en una mente escandalosa y labios silenciosos. Decidí escribir
poesía o combinar géneros literarios que no les importan a nadie, de igual forma, no era mi
asunto vital que la gente se interesara, no los podía obligar a leer. El uso en los tiempos de
los verbos atormentaba mi exacta comprensión de las cosas. Me gusta ver las historias del
Instagram de Thalia, Maluma y Lele Pons; tal vez, esa es la felicidad: vivir lo inmediato sin
conciencia de ello, ser feliz con lo más absurdo y trivial, vivir con desenfado y alegría
salvaje, titilar como un búho y volar como una mariposa azul. Una pared de mi cuarto la
pinté de color turquesa, mis accesorios preferidos son color turquesa, uso el color turquesa
para decorar mi casa y cuadernos. La psicóloga dijo que ella era Asperger leve, no la volví a
ver, como muchos emigró del país, era muy joven, a nadie le interesa la función turquesa
del lenguaje en la mente de un Asperger, su trato desapercibido y atónito con los otros,
desconocer la simbología del idioma figurado, lo sagrado y desconcertante de las rutinas, el
desacertado trato social; un Asperger nunca es popular, podría ser un escritor marginado o
de culto transgresor, pero eso tampoco le importa, vive palpando flores e hilos
transparentes en su mente de papel. Ruidosa es la lluvia y fascinante al tacto de mis manos
que vuelan fuera de las ventanas. Maneja su carro, odia, ama, llora, reza, lee, escribe, oye
música, dilata el espasmo de las redes sociales; pero no tiene ninguna importancia percibir
la función turquesa del lenguaje en la mente de un Asperger. Era como dinamitar el cielo de
la Capilla Sixtina e ir a volar con todos esos ángeles y demonios a una protesta por ausencia
de gasolina en Yaritagua. La gente estaba harta de los Oficialistas y sus perversiones, de su
perfecto proceder para arruinar todo. La gente estaba harta de la Oposición y su agenda
oculta para cohabitar, de sus despropósitos para prolongar la agonía del país. La gente
estaba harta de las sanciones económicas y el bloqueo. Yo estaba harta de todo, como la
gente. Podría copiar las recetas para escribir poesía actual, las aprendería y uniría los
signos escritos en un buen caldo de pollo tomado contra la fuerza de los rayos de sol que
quieren agredir mi piel blanca amontonando pecas y lunares. A Vicente no le importa nada
en referencia a Tina: cree que escribir es un subterfugio inadecuado de mentes débiles, que
la lectura no puede desparasitar su mente infecunda para las cosas prácticas, que su amor
es tóxico e infantil, que sus colecciones de libros carecen de fundamento; que el
almacenamiento compulsivo de zapatos, ropa, maquillaje y bisutería, no podrían delimitar
las líneas que la separan de su machismo; que acapara bienes inútiles y que no fluctúan. En
tiempos de ruina los ricos son más ricos: Vicente ha consolidado una red de
supermercados, ha comprado galpones y flotas de camiones, almacena dólares y adquiere
periscopios de cristal para martirizar mis constelaciones descompuestas, me maltrata con
mayor sutileza, ignora que ella es una Asperger con funciones turquesa del lenguaje
burlándose de sus incoherencias y torpeza, cuando dice cosas inadecuadas le planta un
pisotón en su pie para que se calle. Las hijas del Pastor B. nunca han leído poesía, bailan
sobre la osamenta de quienes comen bofe, vísceras de animales flacuchentos y patas de
pollo o cueros curtidos de tristezas, de esos que huyen caminando, van en filas con sus
huesos y morrales mugrientos, las hijas del Pastor toman fotos de sus traseros inflados
como cotufas de plástico en Cancún y Miami, mientras los venezolanos huyen por hambre.
Recibió declaraciones de amor
de un homosexual consabido,
de un suicida atormentado por las infidelidades de su exesposa,
de un rutinario maltratador,
del enfermo crónico dueño de una licorería,
de dos hombres casados expertos en matar distancias.
Pero la poesía dejaba de existir en la función turquesa del lenguaje,
en el mostrador de la carnicería,
en la cabeza del cochino que cuelga del garfio,
en la vitrina de la tienda de relojes,
en la venta de verduras de los ancianos evangélicos,
en las tardes que espesan las ausencias.
No hay un color que pueda oxidar
las hojas de marihuana en tus jardineras,
veo el cónclave y la herida oval en tus ojos,
mido el diámetro de las ballenas con tu falta de fe;
no existe la poesía para los que tienen hambre.
Día 70 Muchas lloran.
Soy frágil, demasiado frágil. Mi apariencia es inmutable. Teresa llora por la situación del
país, su salario de diez dólares mensuales como docente ha defenestrado su libertad, se
siente mendiga de sus hijas, a las nenas solo les importan las fiestas y comprar ropa de
moda, pero la lavadora tiene tres meses dañada y tirada a la intemperie en el taller del
señor taciturno que obvia los comentarios punzantes y las lágrimas; lamenta no tener un
esposo o un hijo varón que la ayuden, nunca pensó que las tres chicas fueran tan vanas en
la historia más agreste vivida por su Nación; los asientos de los sillones se hundieron
perdiendo la función mullida de las formas y la tela no ostenta el vigor de los días felices, le
robaron su celular y el teléfono residencial se averió. Teresa llora y miro el salado líquido
que mancha su falda, tiene 51 años y se encierra en la habitación a llorar. Ana es
manicurista y dice llorando que hoy no realizó ningún servicio en su salón de belleza, que
fue a perder el tiempo a su trabajo, tiene 18 años, llora de forma inconsolable y quiere
regresar a vivir con su madre, no soporta las circunstancias, las crueles circunstancias
impuestas por un Régimen sordo, carente de piedad, la soledad de las calles la estremecen y
quisiera estar en la cuna de color rosa pastel de su infancia; su adolescencia transcurre en
medio de la desesperación y la incertidumbre, siempre las noches taladran sus muñecas de
lágrimas y un cielo gris hiere de cicatrices sus ojos. Regina es viuda y sus cuatro hijos
huyeron del país, se quiere suicidar, oscila entre crisis de llanto y síntomas aleatorios de
felicidad, era rica, fue perdiendo y vendiendo sus bienes; queda una casa enorme y vetusta
ensombrecida por las telarañas, el abandono y las risas de los antiguos niños jugando; tiene
67 años, solo desea morir y llorar, llorar y morir. Ella es Adela, su esposo murió de cáncer,
tiene una hija pequeña, contiene su llanto, está sentada en la banca y las ramas del árbol
agujerean su mente, detienen las lágrimas a punto de caer, usa trapos viejos durante su
período menstrual porque no tiene toallas sanitarias y lava su hermoso cabello negro con
jabón azul debido a que no puede comprar un champú, es de poca habla, pero cree que Dios
dejó de existir, ir todas las tardes a misa no le hizo recobrar el sano reajuste de su fe; come
granos de forma consecutiva, los menús son invariables y la proteína animal está ausente
en sus platos, llora con odio y rencor; no puedo hablar, solo oigo, veo caer el desastroso
goteo que rueda de sus ojos, su desasosiego me intimida; tiene 47 años y Soledad le
aconseja que busque un amante, así sea casado, que le lleve alimentos. La joven se sienta a
mi lado en la sala de espera, el médico llegará tarde, su secretaria nos participó del retraso,
no me dijo su nombre, es delgada y blanca, llegó hace varios meses de Panamá, fue
humillada de diversas maneras, voltea su mirada y no cae en detalles, su madre fue dos
veces a Ecuador y regresó, prefiere morir de hambre en Mérida junto a su hermana menor,
fueron ásperos y continuos los desprecios, no precisa, ella vive en Palmira en una casita
alquilada con su padre y hermano mayor, cree imposible comprar una vivienda en estos
momentos, nadie olvida que el país está destruido, sin juegos ni guiones que adviertan tal
indecencia, gira completamente su rostro y llora, se seca luego con un pañuelo, ha olvidado
el sabor de varias comidas, tiene 23 años. Cristina saca su silla para sentarse en el frente de
su casa, tiene 80 años, se ocupa en leer las cartas del Tarot, equilibrar en una balanza
desmedida el peso de la suerte y la desventura, oigo en mis pensamientos contar a sus
vecinas que vienen mujeres de todas las edades y condiciones; tienen hambre, sed y
desmemoria; abandonadas por los hijos y maridos; cobran salario mínimo y se rebuscan
para ganar pesos; tienen sueños ocres y melodías infundadas de paraísos distantes; unas se
prostituyen, otras son microtraficantes, pimpineras, bachaqueras o paraquitas, se
reblandecen en el deseo crudo de emigrar; veo las cartas, apunto los dedos al futuro y las
espadas al pasado, son jóvenes y viejas, lloran, de forma irremediable lloran la miseria del
país. Ellas no saben que practico sin esperanza el ignorado oficio de escribir. Podría decir,
que yo he dejado de llorar.
Ellas lloran, solo lloran.
Agua que no regresa a la sal,
cristales que no miran rostros
ni desafían el porvenir.
Los pasos miden su distancia con las nubes
y el más opulento sale a negar
la desgracia de las mujeres que quedaron solas.
Podría dar un paño,
obsequiar una servilleta,
contrarrestar mi visión
con los fluidos que derraman;
no sé cómo dar la espalda en tiempos de tribulación,
el desenfado cubre caracolas
y espesores de lluvias no derramados.
No encuentras opciones,
todo desvencijado
se destartalan los artefactos y la mudez de tus ojos.
No hay espacio para la felicidad,
el rigor se consume entre las paredes
y el recuerdo.
Dame tu mano, malquerida,
mide la contradicción con la verdad
y la obsolescencia de los cuerpos.
Los cadáveres son trasladados en camillas oxidadas
y el vaivén de sus brazos
advierte un sol sin el cruce de las aves.
Ellas lloran, solo lloran.
Excavo en un Tarot muerto
y con caras inversas
el progreso regresivo de la pandemia,
los labios insepultos de los médicos
no les sirvió de nada,
no escucharon sus advertencias.
Y la Emperatriz sentada en el parque
a la orilla del desagüe
advirtió de una mano consumada en la pared,
el Loco fue contrario a la Torre
y el Mundo eclipsó la suerte de Los Enamorados;
ninguna se enfrentó con la Muerte,
pero de igual forma lloran, solo lloran.
No quiero verme
en el espejo traslúcido de sus lágrimas.
Ellas caminan a tientas
y perciben el retorcido camino de estos días,
miro y retrocedo.
Ellas lloran, solo lloran.
[Nota: Estos poemas pertenecen a Los días asincrónicos de Tina]
Carmen Rosa Orozco (San Juan de Colón, Venezuela, 1978): Poeta. Pedagogo en Educación Integral.
Administradora de Empresas. Comerciante. Ha publicado en poesía los libros: Hileras de Sol, Delebles y
Entreluz. Posee 8 poemarios inéditos. Ha sido publicada en: Pasajeras antología del Cautiverio de la
Editorial Lector Cómplice, Astorga Redacción (España), el Papel Literario de El Nacional, Revista Nacional
de Cultura, Antología Poética Sujeto Almado, Revista Actual, Antología Los Dragones de Papel, Revista
Hipsipila (Universidad de Caldas, Colombia). También ha sido representada en los portales electrónicos: El
coloquio de los perros, Revista Hiedra Oxeda, Revista Elipsis, Revista Kametsa, Revista Poémame, Palabra
Virtual, mi pequeña Venecia, Letralia, El meollo, entre otros. Obtuvo los siguientes reconocimientos
literarios: Premio Único del Concurso de Poesía de la Dirección de Cultura y Bellas Artes del Estado
Táchira, Premio de Poesía del IUFRONT, I Bienal de Literatura Juan Beroes.
Interesante propuesta poética en la tónica del gean Bukowsky