Celia Carrasco Gil – Este sol de la infancia
Mochuelo versión 2.0.2.0.
Soy el mochuelo que regresa hacia su olivo
con la fe de los versos interinos
que se escarchan
porque no tienen amor donde asentarse.
Porque en la tierra del desierto ya no engrasan
con caricias de otras voces
el futuro.
El labio hoy oxidado de lo eterno.
Vuelvo
al tallo firme de la cala aún no escrita
como el cierzo
que torna
a mirar los ojos verdes del pasado
en remolinos
de repente,
y siega con el alambre de su voz
esa cerca que intenta lastimarme.
Pero el aroma de estas tristes aceitunas
ahora ha mudado a demasiado negro.
La oscuridad me ha adoptado como suyo.
Porque ya no quedan más voces que me mezan.
Y por eso ahora sueño
con guiñarles las hojas
a las frutas
con mis ramas de pestañas;
sonrojarle las mejillas al acebo;
con trenzarle los cabellos a una vid;
con erizar el vello de la hierba;
leer las máculas de la grava
milenaria
que pronuncian las ruinas
al pedirme
que detenga la anestesia de las huellas.
Pero ya no me resulta tan sencillo
pisar con pesadez.
Porque el cielo ha menguado demasiado
encima de este pueblo
y su presión
les roza en el zapato a mis ideas.
Ya no camino como antes del silencio.
La vida se me hace cuesta arriba.
Mis patadas apenas
susurran contorsiones en la senda.
Mis piedras apenas
levantan una gota en la laguna
como no sea el dolor
sudando
entre las tejas.
No soy más que una proyección inerte
del eco de la tierra.
Y como compañía solo poseo
cada funambulismo de la escarcha
presa de las arañas de los trillos y los bieldos.
El cedazo ha ido cribando
(a los vecinos)
del ave que volaba por mis sueños.
Ya no sé cómo soy.
Mi ombligo se desata en el deshielo.
Es la nieve sin fuerza
a la que la vida
escinde de la piel de los recuerdos.
Por eso tengo frío en esta era
de la mies resquebrajada.
Por eso el alba
me une en matrimonio cada día
con el aceite de otro olivo muerto.
Y quizás por eso mismo,
cada vez que otro nombre peregrino
se marcha de mi invierno,
me voy como aceituna deshuesada
que siente
que se ha quedado huérfana y vacía
porque entre
cala
ave
y era
ha acabado viviendo en calaveras
por querer sembrar su alma en este suelo.
[De Entre temporal y frente]
Espeleología
Si en la espeleología de tu piel
manara un hilván de agua selenita,
buril de alguna amarga estalactita
o una gotera aciaga de la hiel,
yo allí me postraría ante el nivel
tenue de la vidriera de tu ermita,
como hace el ángel diestro o el hoplita
que sigue una pupila de joyel.
De no poder parar las filtraciones
tomaría en mis manos sus cristales
para así comulgar la solución,
y bebería de esos lacrimales
desde abajo, en sedientas reacciones,
tornándonos columna de acreción.
[De Selvación]
Este sol de la infancia
Como un limón bruñido
o coágulo de albor en los mimbres del mundo
amamanta a la luciérnaga su tumba de resina.
Juegas al escondite debajo del patíbulo
y desde allí haces al ahorcado ser pendiente,
tesoro faraónico que cuelga del ajuar,
joyel momificado del instante en tu lumbre
detenida.
El cuento
atrás
se pausa.
Y la voz es relámpago de exequias.
Pavesa interrogante que ha iniciado su búsqueda
y diluye en la noche
un llanto de pabilo incandescente,
un perfume de luz anegado por la cera que lo acuna,
el sonido de emergencia de una gota tullida.
El día que se incendia en su apogeo último
y que anuncia en la cuenta de la vida
una amable tragedia o el golpe de dulzura
que nos brinda la cidra si se pudre.
[Inédito]
Celia Carrasco Gil (Tudela, 2000) estudia Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza. Ha publicado los poemarios Entre temporal y frente (Olifante, 2020) y Selvación (Torremozas, 2021 – XXII Premio de Poesía Joven Gloria Fuertes). Forma parte de la Asociación Aragonesa de Escritores y colabora en el suplemento ‘Artes&Letras’ de Heraldo de Aragón y en las revistas Turia, Café Montaigne y Traslapuente.
Celia, muchísimas felicidades