DAVID HEVIA – CÁRCEL DE MUJERES
CÁRCEL DE MUJERES
Y tú me preguntas
Cómo es esto de venir
A enseñar en las celdas.
Yo te contesto de prisa,
antes que el guardia me vea,
pero sobre todo para que tú veas
que lo más triste aquí
no está
en el egoísmo
de la luz natural
ni de la luz artificial.
Tampoco en el disparo reumático
de las regaderas,
ni en los guantes de goma
haciendo su redada en las vaginas,
ni en el sarcasmo uniformado
apuntando a las vaginas,
ni en el gas pimienta
entrando en las vaginas,
ni en las monjas implorando
para que no existan las vaginas.
Hasta la soledad estuvo
antes de llegar aquí.
La pobreza estuvo
antes de llegar aquí.
La pobreza estuvo
con todos sus moretones.
La pobreza estuvo
con todos sus hijos,
aunque aquí
todo se reúne en un segundo
insoportablemente lento.
En un segundo
los dueños del mundo
arman su laboratorio,
su fábrica de la pobreza,
del porvenir de la pobreza,
tan moderna y masificada
que no necesita barrotes.
Y las compañeras
no tienen acá
cómo decirte,
cómo avisarte,
cómo explicarte
que en lugar
de conmiserarte con ellas
entiendas que lo triste
es cuánto se parece
la cárcel a la escuela
donde enseñas,
o al enorme templo votivo
donde se manipula
y se manufactura el futuro:
el cerco de púas
crece frondoso
en las grandes avenidas.
Acá ocurren otras cosas.
Acá llegan los cuchillos,
pero especialmente
―si acaso es distinto―
llegan funcionarios públicos
a inaugurar bibliotecas
con libros de autores
que no trabajan en la cárcel,
pero que en el fondo
comen de la cárcel.
Acá hay buenos libros;
todos sin leer,
igual que allá afuera,
solo que ese afuera
no está muy afuera
y cada vez es menos grande.
Entonces enseñar acá
es compartir
un secreto hermoso
que las compañeras
hacen crecer en las vaginas
para hacer estallar el mundo.
Acá no hay gente
mirando el techo.
Los parientes toman distancia.
La prensa toma fotografías.
El fiscal toma pruebas.
Las gendarmes toman represalias.
El médico toma medidas
para que las presas tomen calmantes.
El perito toma muestras
después de cada suicidio.
La contraloría toma razón
y tú todavía no tomas partido.
EL LUGAR DEL AGUA
Una estrella no tan fugaz
extravió su razón de oráculo
y, envuelta en párpados la noche,
descendió para dar altura
al canto que recorre nombres
alfombrando uno y otro otoño
con la empuñadura del árbol.
De nada le sirvió batirse,
porque retuvo la luciérnaga
su intermitente magisterio
y no perdió la voz el grillo
al oír que alguien pretendía
la sabiduría del salto.
Vencido el fogonazo pálido
por la chispa de la madera,
se precipitó en las raíces
su tan aplaudida agonía,
por vocación rival del agua
signataria de los acuerdos
que facultaron a la brisa
para dar aliento a los besos.
Se propuso imitar, al menos,
todo lo que envidian los dioses:
el color de la marejada,
la partitura de los pájaros,
la guardia que dispuso el bosque
para cerrar el paso al tiempo;
el circunloquio de la aréola,
urgente mapa de los mundos,
turgente napa en lo profundo,
moreno destello que augura
la trayectoria de las bocas.
LAS PALABRAS QUE SIGUEN
Las palabras que siguen ya estaban sin decirlas,
y ahora que el reloj ajusta ante un espejo
los últimos retratos previstos por el cuerpo,
remontan sus pinceles la sucesión escrita
en cada manecilla que torna al hombre en vástago.
Voy del retoño al árbol olvidando el vocablo.
Con ayuda del aire y su emplumada escuela
arribo al balbuceo donde exhalan las nubes
su nacionalidad vertida en nobles charcos.
Para encontrarte en ellos hoy yo te desheredo;
que sin pedir más voz a la que anuncia al sol,
el alba sea el albacea
de las jornadas que recogiste.
Te dejo cada beso, resultado de ti:
una ciudadanía requisada temprano,
el nombre de las flores que van acompañándonos
o, si así lo prefieres, las palabras que siguen.


David Hevia (1971), poeta y ensayista, realizó sus estudios de posgrado en Filosofía en las universidades Complutense de Madrid y de Santiago. Es responsable de un proceso creativo que registra, entre otros reconocimientos, el primer lugar en los certámenes Artecien (1990), Juegos Florales de Valparaíso (1991), Juegos Florales de Santiago (1992), Safo (2011), Juegos Florales de Bruselas (2017) y la Medalla Bicentenario, conferida en 2016 por la Academia de Letras por su aporte al desarrollo cultural. Ha sido editor de la revista Paradigma y de los diarios La Época, El Metropolitano y La Tercera. Es director nacional de la Sociedad de Escritores de Chile, de las gacetas Léucade y Alerce y del programa radial Barco de Papel, además de ejercer como rector y fundador de la Universidad Academia Libre, donde imparte Filosofía y Literatura. Entre otras actividades culturales, se ha desempeñado como profesor de Literatura en la Biblioteca Nacional, en la Biblioteca Severín, en Valparaíso, en Chillán y en la Cárcel de Mujeres de Santiago. Es autor de los poemarios Historia de la desnudez (2011), Anoche el día (2015) y La canción del amor (2018), este último dedicado a Gladys Marín. En 2007 pronunció ante el Congreso Internacional de Semiótica la conferencia Cómo muerde la poesía, donde aborda la arista antropológica del verso. En esa concepción es posible hallar pistas para seguir La belleza como demostración (2013), Estética (2019) y La Luna y las pléyades (2021), traducción que recupera la musicalidad de los textos de Safo, rescatando la dimensión de género y las reflexiones protofilosóficas de la poeta.