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AÑO 5 - 2024

ELISA DÍAZ CASTELO – GRAVEDAD ESTÁNDAR

Elisa Díaz Castelo

Ganadora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal, del Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2017 por Principia y del Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019 por Cielo nocturno con heridas de fuego, de Ocean Vuong. Ha sido becaria del FONCA (Jóvenes Creadores), de la Fundación Para las Letras Mexicanas y de la Fulbright. Su último libro, Proyecto Manhattan, se publicó en Ediciones Antílope en 2021 y Principia acaba de ser reeditado por Ediciones Elefanta.

Fotografia de Gilberto Gallo

Gravedad estándar

A veces soy un objeto sin la simetría
de su propósito. Esa noche
rompí mi primer vaso en nuestra primera casa.
La última. No recuerdo lo que pasó después.
Quizá me ayudaste a levantar lo que quedaba.
Envolviste en periódico cada pieza de vidrio
para protegernos de su filo. Me enseñaste
a cubrir bien los bordes, a tratar
lo roto como una pieza valiosa. Después
llegó el día y dividió nuestras sombras.
Aprendimos a alejarnos y alejarnos
es, siempre, caer. Supe esto
por los vasos y platos que se rompen,
que se deslizan de nuestras manos
y se estrellan: casi todo
tiene vocación de haber sido.
Cada objeto es su propio peso
multiplicado por 9.81.
Cada objeto es su caída.
Ahora me baño sola en otra casa.
El peso de tus libros aún
vence mis libreros. A veces
apunto lo que sobrevive.
Cumplo mi sed, mis años,
me desdigo. Quisiera volver.
No volveré nunca. Esa noche
rompí nuestro primer vaso,

nuestra primera casa.
Cuando era niña y me portaba mal,
la maestra preguntaba qué había aprendido.
En realidad, no sé si algo se aprende,
si la pérdida puede enseñar algo.
Recuerdo el vaso y sus fragmentos,
el tono exacto de azul en las paredes,
en tu voz. La temperatura de tu cuerpo
en la oscuridad. Te conocía
a ojos cerrados. Te perdía.
Tal vez aprendí algo: en la caída culmina
la existencia de las cosas. Hay cosas
que sólo llegan a sí mismas
después de desplomarse.
No estoy segura. Sólo sé
que pasaron muchos años.
Sólo no sé lo que pasó después.

Escala de Richter

Si hay que medirlo todo, también esto. La destrucción es menor si se comparte. Ordenar
incluso y sobre todo áreas de sombra. Darle forma al desastre, cifras que lo sujeten. Ésta es
la magnitud local de mi tragedia.

2.5 Sólo se percibe en pisos altos. Estamos en el penúltimo piso de tu vida
mirando para afuera. Los huesos de nuestras caras son ventanas. El
pasado es presente que se desdice. Si cierras los ojos y miras hacia el sol,
comienza el color rojo. El pasado no tiene nombre, empieza en silencio
en algún sitio. El temblor a veces es tan tenue que no lo perciben los
humanos.

3.5 Tiemblan los vidrios, se mecen las lámparas del techo. Los ciegos
prenden las luces de sus casas. En las aulas de la universidad entran
bocanadas de pájaros grises y cantan el amanecer a media tarde. El pasado
sucede en algún sitio. Por eso es mejor cerrar siempre las ventanas. Nos
vemos todos los viernes. Amueblo mi cuerpo con tus palabras. Sabemos
entonces algunas cosas, pero no las necesarias. Buscamos contoros en las
cuarteaduras de los edificios. Caminamos por las calles de Chimalistac.
Nuestras sombras se tocan, desfiguradas, en el empedrado. Usaré sílabas
para medir la pérdida.

4.5 Los perros callejeros se lanzan a las avenidas. Empieza el interior en
algún sitio. Cerramos firmemente las cortinas. Nos desvestimos lento y sin
tocarnos en lados opuestos de la cama. En la madrugada, un loco entra al
motel y golpea durante horas nuestra puerta. Empieza el interior en este
sitio. Me olvido de mis manos mientras duermes. Cambia la habitación, la
miro atravesar la noche rodeada por la luz de la ciudad. El silencio no
existe. Crujen los vidrios como los dientes de un viejo. No hay viento,

sólo los perros atropellados que ladran en las coordenadas grises de la
ciudad a medias. Alguien dice que todo el dolor es rojo.

5.5 Caen algunos árboles, algunos destrozos. Suenan las alarmas de los
automóviles. Se mueren del susto uno o dos ancianos. Los ríos, también
los entubados, cambian de dirección. Los gatos blancos desaparecen. El
sonido del mundo comienza a dislocarse. Hablamos pero mis palabras no
te tocan. Se rompe el concreto de grandes avenidas, los vidrios revientan
de un golpe de vista. Salimos a la calle, atravesamos ejes, nos detenemos
en puentes peatonales. Tu sombra tiembla en su estanque. A veces tu
mano roza la mía. Yo también camino toda la noche. Los minutos se
cuartean. Los sitios se desarman, los perros dejan sus cuerpos
desmadejados en las calles. Los semáforos se detienen en rojo. Serpentean
los cables gruesos de los puentes. Empieza en mi epicentro el fin del
mundo. El final es la primera certidumbre.

6.5 Daños, derrumbamientos. Ya no hay hacia dónde empujar el cuerpo.
La destrucción es menos si se dice exactamente cuánta. Hundimiento de
postes. Dejo la piel en prenda. Durante horas miro el movimiento del sol
en un paso a desnivel. Quiero medir el último día del mundo. El planeta
intercambia órbitas con su gemelo negro.

7.5 Destrucción total de la ciudad. Levantamiento de la corteza terrestre.
La piedra desbordada. Ladrillos cansados de sostener su peso tanto
tiempo. Se mece la colonia como una embarcación a la deriva. Truenan las
tuberías bajo la tierra, se liberan los ríos. Se desarman los edificios. La
ciudad cabalga a pelo sobre sus escombros. Es una flota de navíos sobre
un mar adusto y escarpado. Cae el cascajo como una parvada muerta en
pleno vuelo, un manojo de sombras bien cuajadas. Luego no vuelvo a
verte, poco a poco, se me rompe tu nombre de la boca. No es posible
decir el momento de la pérdida. Sólo el instante previo, el subsecuente. El

epicentro es el lugar donde lo sólido olvida sus cimientos. Se anula la
geometría perfecta de los muros. Empieza en el centro de mi cuerpo el
derrumbe, soy la ciudad rasgada, que se quiebra. Llegan a mi boca pájaros
oscurecidos por su miedo.

8.5 Los insomnes concilian el sueño, los sonámbulos comen sal a
cucharadas. Sus madres matan cachorros con la escopeta negra. Cantan
los gallos sin cabeza. Se acaba el pasado en ese sitio. Los sastres vomitan
hilos plateados.
La escala de Richter es abierta. No tiene límite la magnitud.

(De Principia, Tierra Adentro 2018, Elefanta 2022)

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