FÉLIX ANESIO – EN LAS ALTAS HORAS DE LA NOCHE SE ESCRIBE EL VERSO
En las altas horas
El refugio de la noche es pródigo en sucesos.
Bajo la luz de una lámpara se agrupan
los medicamentos y numerosas cuentas.
Una cortina roja, unos libros y un reloj
como salidos de una película de Bergman
son la escenografía de un viaje,
de un laberinto sin regreso.
En las altas horas de la noche se escribe el verso.
Efímero
Todo es efímero
banal, pérdida, ausencia.
El hombre nunca será flor radiante,
nunca cielo, nunca estrella.
Quizás no seamos ni siquiera eso:
la indispensable gota de rocío,
esa que escapa furtiva
tras el primer rayo de sol enamorado.
Los seminaristas
A Osmán Avilés
Marchan por la Calle Obispo
bajo el látigo inclemente del verano.
Tras las raídas sotanas se vislumbra
el sexo de los hombres
que deben consagrarse al pudor,
la castidad y la doctrina.
Las rústicas sandalias rozan los adoquines.
Como una impúdica plegaria se eleva el olor
de las axilas en el aire
envolviendo las aceras y las plazas.
Un jovencito imberbe y una niña los observan;
una beata, tras su velo, hace una extraña mueca y se
persigna
mientras el dulce canto gregoriano hechiza a cada
transeúnte.
Todos detienen su juego, su ocio o su quehacer
para verlos pasar.
De dos en dos, los seminaristas, se pierden por la Calle
Obispo.
Tuercen la esquina y se adentran por la oscura puerta del
convento,
erguidos y austeros, cargando sobre su pecho tan pesada
cruz.
Aún nos puede llenar de turbación la imagen que recuerdo.
Negaciones
Porque todavía no habían entendido la Escritura…
JUAN 20:9
Soy un hombre galileo.
judío y pescador de oficio,
al que no le es dado creer
en la resurrección.
No quiero pensar
en la vida póstuma,
pues me sería imposible
lidiar con lo inefable.
Soy, simplemente, un pescador
y mi nombre es Simón Pedro.
Soy hijo del miedo,
y mi espíritu ha sido
presa de la turbación.
Por mi inmanente cobardía
hube de negarlo tres veces
antes de que el gallo cantara.
Lo amé en vida como solo
un hombre puede ser amado
en esta tierra. Por su amor
caminé sobre las aguas a pesar
de mis dudas. Mas no puedo
concebirlo como un espectro.
Y ésta, hermanos míos,
es mi cuarta y última negación.
Otra vez Narciso
Así el espejo averiguó callado…
J. Lezama Lima
Ni aún la timidez adolescente,
ni el mítico pudor, impiden admirar
tu propia hermosura ante el espejo.
De frente, de perfil, de frente,
de frente, de perfil, de frente;
otra vez, tu dolor y tu delirio.
Mas ese rostro amable del reflejo
se irá desdibujando con el tiempo:
eso lo sabes, y a eso le temes como
al destino mismo, del cual nadie escapa.
¿Por qué no has de amarte entonces,
impúdicamente, en el instante
eterno de la luz, que se derrama
sensual sobre tu cuerpo en flor?
Nadie más, Narciso, amará esa
imagen como tú.
Aunque no has de saberlo
hasta el día en que se quiebre,
en pedazos, tu ser.
EL CALLEJÓN DE LOS VENCIDOS
A Bruno Schulz
I
Ayer me vi inmerso en una espesa
trama de cuerpos moribundos
en un edificio sórdido y gris
al pie del Callejón de los Vencidos.
Gente cansada, coja
los bastones y las muletas sonando
el cáncer al acecho por su turno
el asma, y también el lumbago
en este largo tren que abordo
y que no parece llegar nunca a su destino.
30, 31, 32…
A cada alma un número
en larga letanía de cifras y de horas
como gotas de una inmensa clepsidra.
El hedor de la piel y de los huesos
las muecas, las grotescas máscaras de dios
talladas por el tiempo:
vi a Dora Maar en una esquina
a Vincent desorejado en la otra
a Cervantes con su mano sola
a Rosa Parks
al reverendo King
y cuanto negro menesteroso abunda en el paraje.
En verdad, no recuerdo haber visto a un solo judío.
Las axilas, los pubis y las piernas lampiñas
las varices en las narices hinchadas
piernas mustias que han gastado millas
bajo el sol, la lluvia o la nieve de otros sitios
y de éste ahora, donde estoy confinado.
El ruido de mi mano temblorosa me delata.
32….
¡Última llamada al 32!
¡Qué le dirán al 32, pobre!
Que está muy cerca de la no existencia
en el edificio gris y con insignia
donde la Señora del Cárdigan Gris
juega a ser una sacerdotisa
que encubre sus propias miserias
desde una teatral pose de mando
conferida por el gobierno
para el cual trabaja en su desidia
hastiada en el fondo, de sí misma
de su papel de capo, de juez y de sicario
detrás de unos gruesos cristales
que la protegen de la ira
de una imposible toma de su propia Bastilla
de la mansedumbre enajenada de los otros
ánimas que se mueven en este tren gris
como salido de un filme de Munch
visto en una abrumadora soledad desesperada
hace ya muchos años… ¡Cuántos años, Dios mío!
33, 33, 33, ¡por última vez, el 33!
Es mi detestable número.
Desconcertados rostros que miran
pantallas de televisión en circuito cerrado
exhibiendo otros rostros felices y seguros
mientras afuera los cocodrilos afilan las fauces
con sus lenguas límbicas, que han de cercenar
toda la carroña en El Callejón de los Vencidos.
Los húmeros artríticos, las gargantas roncas
párpados caídos sobre pupilas que ya no reflejan
ni un destello de una ilusoria felicidad pasada.
Hoy todo es duramente real.
¡Es la Vida y qué se le va a hacer!
Es la Ley.
¿De qué sirve contradecirla?
¡Es el Destino!
Dicta la funcionaria del cárdigan gris
con olor a naftalina y a una insultante fragancia
desconocida al otro lado de la ventanilla.
Un mustio clavel rojo carmesí pende de la solapa.
¡Hagan silencio! ¡Hagan silencio!
Acaso no distingue la laxitud del que espera lo peor
del que sigue acoquinado en este tren de seres moribundos
que ya nada desean, sino quizás, el mendrugo que les
alargue
el viaje que pronto ha de tener un final definitivo
ése que llega con el alivio de la muerte
ya también hastiada por la oficial demora.
Si, señora capo, Señora del Cárdigan Gris con insignia
y clavel en la solapa, que fija los límite del Bien y del Mal.
Cómo se atreve a dictaminar que no soy todavía un
miserable
que poseo unos dólares para comer y que debo bajarme
ya de este tren en marcha hacia la nada.
¡Gracias por venir, señor; que tenga usted buen día!
¡No hay apelación, señor! A qué preocuparse
si está usted libre bajo parole digamos por un año, al menos.
¡Eso sí! No deje de venir usted
dentro de un año en que seguramente será declarado
incompetente
inútil, inservible, miserable de toda solemnidad
más cercano a su destino natural, la inexistencia.
II
Lo sabrá por una citación a vuelta de correos
en sobre amarillo con el sello de la insignia
y por sus dolores crónicos y por su cojera atroz
por su hediondez
por sus magros alimentos sintéticos y transgénicos
que quizás entonces ya no pueda asimilar del todo
porque ya sabe, señor…
Por un instante vi alzarse en mi mano el hacha de
Raskolnikov.
¡No me distraiga!
¡Usted es inteligente, señor!
¿No dice que es poeta?
El tiempo oficial es limitado, no insista con preguntas.
¡Hasta la vuelta, señor, que yo lo espero aquí
en la ventanilla de la desesperanza, de los desvalidos
de los sordos, los ciegos y los locos, los dolidos y dolientes!
Félix Anesio (Guantánamo, Cuba, 1950) Ingeniero de profesión. Ha publicado los libros de relatos
Crónicas aldeanas y su versión en inglés A Tale of Two Villages, Voces de Hoy, 2011-2012 y los poemarios
La cosecha, Entre Líneas, EE.UU. 2103, El ojo de la gaviota, Betania, España 2016 y Entre Líneas, Los
cuervos y la infamia, Betania y Entre Líneas 2018 y País sin moscas, Edit. Primigenios EE. UU. 2020.
Sus poemas aparecen en las antologías: Bojeo a la isla infinita, Betania, España y Entre Líneas, EE.UU.
2013; Puede parecer un bosque, La Insula Barataria, Cuba 2014; Antología Poetas del siglo XXI, Ed.
Fernando Sabido, España; Balseros, Entre Líneas, 2015, La isla invertebrada, Capiro, Cuba, 2018, La
floresta interminable, Artes Miami, 2020, entre otras.
Ha obtenido dos premios editoriales Carmenluisa Pinto en narrativa y poesía, así como la Distinción
Pluma de Plata. Obtuvo el Florida Book Awards 2018. Aparece reseñado en el Diccionario de escritores
guantanameros, Ed. El Mar y la Montaña, 2016, Cuba.
Sus poemas han sido publicados en reconocidas revistas literarias: Crear en Salamanca, España, Altazor,
Chile, Linden Lane Magazine, EEUU, Nagari y Conexos EEUU, El Caimán Barbudo, Cuba, entre otras.
Gracias a Casa Bukowski.
Gracias.