JOSET ANDRÉ NAVARRO ABARCA – NACIMOS PARA NADA
Mamihlapinatapei (bis)
Por el este van los jóvenes
de un lado al otro, hartos de energía,
animando los pueblos con tambores.
La ruta a la izquierda sigue una culebra descamada.
Un anciano va en esa dirección. Se aleja del pueblo
con los ojos bastos de experiencia
como un guía de la muerte.
El camino se abre por los cuatro horizontes:
mi casa está en el borde de la tierra,
mi cama es el centro de los lados,
de frente, están las sombras, vigilándonos,
no hay plástico en los riñones,
el sol protesta, las sortijas abren las confines.
Los jóvenes y las serpientes y los granos de polvo
de hielo y de plomo salen del borde de mi casa
y se ocultan al sur de mi cama con la vida hecha vida
y la muerte hecha vida.
Mis ojos se dirigen al centro del cielo.
Ya se asoma desde su jardín por un costado.
Aunque no ha dicho una palabra, él me observa y sonríe.
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Mamihlapinatapei (yagán). Mirada que comparten dos personas cuando desean iniciar algo, pero las dos se niegan a dar el primer paso.
Torschlusspanik (bis)
Porque dieron la vuelta en alguna esquina
antes de llegar a este punto, las décadas
se apiñan en la acera
al madurar. Como viejas fotos,
les queda una dentadura de bronce,
unos alambres de plata
y una lámpara sobre el techo.
Al lanzarlos contra el enemigo
los rubíes son esferas entre sus dedos.
Más parecen, entre las manos, bolas de luz
de mi infancia, ahora en sus bolsillos.
Yo de canas y de nada. Ellos de fiambres
y de piedra. Con la boca rompible,
la espalda a medias, entre madrugadas,
entre noches, son boñigas donde esperan
la flor de un cementerio
o el sopor en los ojos.
Otro cuerpo he de ser porque no soy este tan temeroso.
El futuro es la duda, un aviso. Por él tengo
mi espina de cobre, de hierro, de nada.
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Torschlusspanik (alemán). Literalmente significa “pánico a la puerta cerrada”. Es el miedo ante el cierre de las oportunidades a medida que envejecemos.
Pintura del muro central
Llueve la luz, y sin aviso
ya es una ninfa fugitiva
que el ojo busca clavar viva
sobre el espacio más preciso.
Rafael Alberti
Hay manchones sobre el jardín,
y, contra el borde izquierdo,
extremado el uso de acuarela,
un anciano que protege
la cesta del vendaval.
Arriba, en tenues marcas,
la canoa lleva a las amantes
por un lago entre chozas de bahareque.
¿Si llegase el pintor vería en esta réplica
otra cosa además de errores descarados?,
¿el artista notará la mano de los ángeles
al romper el lienzo con la aguja?,
yo sé que en este rectángulo
aumentó el grueso de la lluvia,
las canoas son hebras de fuego.
Escucho el impacto de las rocas
cuando el viento ensancha de furia,
los trazos del pincel tiemblan
en la mano que lo toma.
Sin la intensión de la artista
aparecen en los bordes estanques
donde croan las esquirlas del mundo.
Si a los rincones los empapa
la pretensión del arte
que ignora el gusto por las réplicas,
sobre el cuadro aún así hierve la tinta.
Cruz de madera
A Manuel Abarca Mora
Acaso es porque me duelen las eras
cuando las canta un familiar difunto,
sea tal vez el rechazo a los entierros
que me deja la esperanza.
Presumo a la canción virtud del destierro.
Sin ella podríamos ser un error,
pero es tal su forma de ilusionarnos
que engendra a la misma muerte
y encamina nuestros pasos, adelante,
sin remedios ni alma.
Nos impulsa en la última borrachera
sin preguntarnos a qué abismo, qué jarabe.
Hay canciones que no deberían ser compuestas nunca
y dejar su pesadumbre para alguna sombra en el incendio.
De las melodías en el olvido hurto la felicidad
y la entrego a mi padre alto
y a su invisible dentadura.
Por ellas me alcanzan las penas.
¡El que muere ya no es nada!
Los cansados
—Sótano del sótano—
Nacimos para nada.
Éramos la majadería por ser quien no nacimos.
Nunca fuimos. No hibernamos en la casa del árbol,
no trepamos a la punta del cerro,
nunca en la escuela mordimos labios
ni fuimos cirujanos
con la rana abierta de anca en anca.
Nacimos para nadie. Cuando apenas nos crecía
un tronco en la mirada,
el timbre nos cortó con su preámbulo.
Derribó el búnker de guerra
que apenas dibujamos. No montamos en nada.
La máquina entre los dedos
nos dejó esta miopía, cada año más densa.
—Olvidé qué son los defectos—.
Somos de puntillas.
………………………………………Henos aquí,
agarrándoles la boca con el puño del sollozo
en la pura ascua de sobrarle a este siglo.
Nos creció la bondad que rechazamos,
en venganza por esto miramos de reojo
como justamente hicieron los bonitos.
Los que sí se llenaron de tierra y operaron
palomas y sapos y escupieron,
los que dormían en los árboles con lámparas coloridas,
los que hicieron pactos, besaron y fueron queridos,
los que siempre les dijeron y quisieron y nacieron para todo.
Los bonitos no saben nuestros nombres.
Salen a robar la tierra, listos desde siempre.
Pasean en sus bicicletas con maromas entre los sueños.
Alzan la soledad como una varilla
que tiran, dándonos en la cabeza.
Nosotros, los escogidos a medias, no vivimos;
crecimos para nunca.
Sabemos de inyecciones y de víboras.
Creemos en la biblia, en uno que otro cuerno,
y hasta oímos hablar del futuro
en la esquina
de este ayer tan breve.
Joset André Navarro Abarca (Tarrazú, C.R., 1991) Licenciado en enseñanza de Estudios Sociales y Cívica por la Universidad de Costa Rica, con estudios en Asesoría Psicopedagógica por la Universidad Autónoma de Baja California. Miembro de la Asociación Ornitológica de Costa Rica. Premiado con un lugar en el XXXV Certamen Literario Brunca por la obra El parque de los venados (2019). Autor de Kintsugi (2020), libro finalista en el I Premio Iberoamericano Francisco Ruiz Udiel, y publicado por la Editorial de la Universidad de Costa Rica.
Participante en eventos literarios de Costa Rica, Uruguay, México y El Salvador. Poemas suyos se incluyen en las antologías Nueva Poesía Costarricense, Certamen Desierto, Sub 30, miércoles 2 p.m., Conjetura y Comelibros, también en revistas digitales como Campos de Plumas (México) y Aullido (España).