MARÍA ELENA HIGUERUELO – DENTRO DEL PEZ
DENTRO DEL PEZ
A Fran Navarro
Daga de sal; ácido y verbo:
también la luz duele.
También la luz
es
insoportable, insostenible, in—
suficiente: no la quiero, no
quiero
este gusano de fuego que devora
mis pupilas como papel vegetal
[borde calcinado de la nada].
No quiero (no puedo (no sé))
caminar encorvada bajo el peso
de un albatros muerto en la garganta.
Repudio al ave, invoco al pez:
vientre casa, vientre silencio, vientre donde
desnacerse, desnadarse, des—
hacer la palabra: gestar:
gesto creador: crear
no a mi imagen, sino de mi imagen;
no copia: prolongación.
Dentro del pez, metamorfosis.
Destruir la luz, construir la luz.
También la muerte
es.
Ser madre
es
amar a los malos poemas.
Ser poeta
es
sacrificar a los hijos.
(¿Abraham o Medea?
¿Abraham o Medea?)
—Ahora, Jonás: ¿irás a Nínive?
RAÍZ DE DOS
No entre aquí quien no sepa geometría
La palabra es mucho más
que la suma de sus letras: nadie entre,
nadie entre aquí que no,
nadie aquí que no sepa
deletrear lo impronunciable.
Nadie,
nadie entre que no aspire
a fracasar en el logos:
restar y restar y restar y—
Antifairesis infinita,
residuo inconquistable.
Entre aquí quien ya sepa
de la inconmensurabilidad de las cosas
que crecen hacia dentro.
Y cuando crea tener la solución,
atienda a las palabras del oráculo:
«intenta de este modo
duplicar el cubo, trisecar
los ángulos, convertir
en un cuadrado este círculo».
Necesitará entonces nuevas reglas,
fabricar nuevos compases: inventar
un lenguaje nuevo
para construir el mundo,
la nada,
lo imposible.
Quien esté dispuesto a ello, adelante:
ingrese en el reino
de la incompletitud.
SACRIFICIO
la sangre cambia de color
cuando sale del cuerpo
Erika Martínez
I
Flor azul que despiertas
la dormida memoria de lo otro.
A tu olor la sangre se comba
como el lomo felino a la caricia.
II
A mi mano aérea acude
la sangre de un pájaro que aprende a volar:
corazón de colibrí que perfila
la temblorosa línea de la carne.
III
¿Oyes eso? Un árbol
cae en mitad de la nada
con un clamoroso silencio;
rompe la membrana del vacío: hay, es,
palpita al ritmo de la sangre, al ritmo
de una plegaria que se bal-
que se balbu-
que se balbuce en un templo desierto.
IV
Muerdo mi lengua para callarla; hundo
en el músculo los colmillos; abro
una herida. Pero la sangre,
áspera y dulce semilla de granada,
ensucia la inmaculada saliva.
V
Escupo y contemplo:
no hay templo sin sangre. Pero esta
apenas se parece ya a la sangre
que palpita, a la sangre
que tiembla, a la sangre
que se comba. Qué terrible visión
es la sangre fuera del cuerpo:
palabra úlcera
de la que ya no es posible apartar la mirada.
María Elena Higueruelo (Torredonjimeno, Jaén, 1994) es graduada en Matemáticas y en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada. Ha publicado los libros El agua y la sed (Hiperión, 2015), con el que obtuvo el XVIII Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal», y Los días eternos (Rialp, 2020), tras resultar ganadora del Premio Adonáis 2019. Ha sido incluida en las antologías Nacer en otro tiempo (Renacimiento, 2016), Piel fina (Maremágnum, 2019) y Cuando dejó de llover (Sloper, 2021). Ha colaborado con poemas y artículos en revistas y medios como Estación Poesía, Anáfora, Paraíso o Zenda, entre otros.