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AÑO 5 - 2024

MARÍA ELENA HIGUERUELO – DENTRO DEL PEZ

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DENTRO DEL PEZ

 

A Fran Navarro

 

Daga de sal; ácido y verbo:

también la luz duele.

También la luz

es

insoportable, insostenible, in—

suficiente: no la quiero, no

quiero

este gusano de fuego que devora

mis pupilas como papel vegetal

[borde calcinado de la nada].

 

No quiero (no puedo (no sé))

caminar encorvada bajo el peso

de un albatros muerto en la garganta.

Repudio al ave, invoco al pez:

vientre casa, vientre silencio, vientre donde

desnacerse, desnadarse, des—

hacer la palabra: gestar:

gesto creador: crear

no a mi imagen, sino de mi imagen;

no copia: prolongación.

 

Dentro del pez, metamorfosis.

Destruir la luz, construir la luz.

También la muerte

es.

Ser madre

es

amar a los malos poemas.

Ser poeta

es

sacrificar a los hijos.

(¿Abraham o Medea?

¿Abraham o Medea?)

 

—Ahora, Jonás: ¿irás a Nínive?

 

RAÍZ DE DOS

 

No entre aquí quien no sepa geometría

 

La palabra es mucho más

que la suma de sus letras: nadie entre,

nadie entre aquí que no,

nadie aquí que no sepa

deletrear lo impronunciable.

Nadie,

nadie entre que no aspire

a fracasar en el logos:

restar y restar y restar y—

Antifairesis infinita,

residuo inconquistable.

 

Entre aquí quien ya sepa

de la inconmensurabilidad de las cosas

que crecen hacia dentro.

 

Y cuando crea tener la solución,

atienda a las palabras del oráculo:

«intenta de este modo

duplicar el cubo, trisecar

los ángulos, convertir

en un cuadrado este círculo».

Necesitará entonces nuevas reglas,

fabricar nuevos compases: inventar

un lenguaje nuevo

para construir el mundo,

la nada,

lo imposible.

 

Quien esté dispuesto a ello, adelante:

ingrese en el reino

de la incompletitud.

 

 

SACRIFICIO

 

la sangre cambia de color

                                               cuando sale del cuerpo

                                               Erika Martínez

 

I

 

Flor azul que despiertas

la dormida memoria de lo otro.

A tu olor la sangre se comba

como el lomo felino a la caricia.

 

II

 

A mi mano aérea acude

la sangre de un pájaro que aprende a volar:

corazón de colibrí que perfila

la temblorosa línea de la carne.

 

III

 

¿Oyes eso? Un árbol

cae en mitad de la nada

con un clamoroso silencio;

rompe la membrana del vacío: hay, es,

palpita al ritmo de la sangre, al ritmo

de una plegaria que se bal-

que se balbu-

que se balbuce en un templo desierto.

 

IV

 

Muerdo mi lengua para callarla; hundo

en el músculo los colmillos; abro

una herida. Pero la sangre,

áspera y dulce semilla de granada,

ensucia la inmaculada saliva.

 

V

 

Escupo y contemplo:

no hay templo sin sangre. Pero esta

apenas se parece ya a la sangre

que palpita, a la sangre

que tiembla, a la sangre

que se comba. Qué terrible visión

es la sangre fuera del cuerpo:

palabra úlcera

de la que ya no es posible apartar la mirada.

 

BIOGRAFÍA

María Elena Higueruelo (Torredonjimeno, Jaén, 1994) es graduada en Matemáticas y en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada. Ha publicado los libros El agua y la sed (Hiperión, 2015), con el que obtuvo el XVIII Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal», y Los días eternos (Rialp, 2020), tras resultar ganadora del Premio Adonáis 2019. Ha sido incluida en las antologías Nacer en otro tiempo (Renacimiento, 2016), Piel fina (Maremágnum, 2019) y Cuando dejó de llover (Sloper, 2021). Ha colaborado con poemas y artículos en revistas y medios como Estación Poesía, Anáfora, Paraíso o Zenda, entre otros.

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