María Macaya Martén – TÓCAME COMO UN VIOLÍN
Palabras
El primer año pasó como un niño en velocípedo.
No escribí sobre ti durante ese tiempo.
Sé muy bien que las palabras son tiranas
y las detestaría para siempre por reducirte
y contaminar aquellos sentimientos
profundos y complejos como posas de colores.
Guardaría mis tesoros lejos de la tinta
de estas manchas negras sobre el blanco puro,
tan ineptas, corruptas, inexactas,
en un cofre hermético,
en alguna bóveda recóndita de la memoria.
Pero un día durante la cena,
admití pavorida que tu mirada gris se estaba perdiendo.
El tono de tu voz, ¿podía acaso haber cambiado?
Algún intruso habría entrado a la más segura de mis cajas fuertes.
Habían manoseado mis joyas, ¡aquellos días impíos!
Solo un poquito cada uno, pero fueron persistentes.
Corrí perturbada a buscar un lápiz
y sucumbí naturalmente a este vicio
tan vil y vergonzoso
tan bonito.
Cada una me dolió en el alma, rechiné los dientes,
salieron como serpientes ondulantes las palabras.
Las parí y eran duras como piedras,
cortantes como cuarzos.
Hicieron de las suyas.
Discúlpame, nos emboscaron.
Yacía desnuda frente a sus miradas
ensangrentada les imploraba que pararan.
Escribí un par de poemas tímidos primero,
siguieron desfilando pomposas como collares de zafiros y diamantes,
con música festiva, desafinada, melancólica.
Me usaron para cobrar vida
de rodillas les rogué que continuaran.
Me di cuenta humildemente
de que me salvarían.
Y a ti también,
pensé.
Pintaron los recuerdos que quedaban de colores,
se atrevieron a cambiar todos los detalles,
no les importó nada.
Yo permanecí en silencio.
Agarraron tu imagen tenue y la incrustaron,
hicieron tu rostro en marmoleado,
en vitrinas, en bordados.
(¿Será acaso este un trabajo de Darío,
aquel orfebre antiguo?
¿Estaban orquestadas las palabras
por su espíritu?)
Me tejieron un croché,
no eres tú, es muy distinto.
Me conformaré con obra de arte,
con objeto.
Porque tu expiraste.
Lo siento
era inevitable.
Hoy sostengo triunfante mi tesoro,
lo custodio con vehemencia.
Mis piedras, mis rubíes y mis circones,
se mueven pesados entre mis dedos.
Como cuentas de un rosario
paso páginas de libros
y suspiro.
Pero caducarán mis perlas,
y se harán viejas.
¡Perderán su brillo,
estarán añejas!
El mundo continuará como un molino
sin tomarme en cuenta.
Un día me encontraré
aún peor,
por segunda vez
sin ti.
Volverá a pasar el niño en velocípedo.
Porque así es el arte,
y así es la vida.
Gautier se equivocó,
y yo me rindo.
No puedo hacer más
que bailar con tu cráneo
en la danza perpetua
tan bella y tenaz,
de esta macabra existencia.
Donde nada dura,
nada vive,
nada queda.
y continúa…
y continúa…
y continúa…
La perla
Te tengo guardado como a una perla
el dolor más valioso que tengo en el cuerpo.
Porque si no lloro estas lágrimas pedazos de plomo
puede ser que nada de esto haya pasado.
El día que te vi por última vez entre enfermo gentío
en una camilla en el corredor de un hospital público,
fue un sueño, fue un sueño, fue un sueño.
Estás todavía en tu apartamento
en el sillón de la sala viendo la ciudad
por la ventana cerrada.
Te cuido como a impuro tesoro
custodiado por capas y capas de nácar,
risas exhaladas despreocupadamente
como si estuvieras todavía en el mundo conmigo,
no tuviera que molestarme
y procesar tu muerte.
Eres semilla pegada por allá en el fondo de una muela.
No madurarás nunca en palabra suelta o verdad absoluta.
Tu nombre es un avión que cae desde el cielo,
cómo podría permitírmelo, Dios mío.
Empedernida en rabieta privada me frustro
porque te tenía y de pronto no te tengo.
Me incomodas a diario y me encantas,
pero no logro alcanzarte cuando quiero.
Me siento idiota
cuando te pierdo en algún rincón
de mis múltiples acueductos.
Se me hincha la cara, estoy infectada
porque tú trabajas desde tu escondite
carcomiéndome tan lento, tan lento,
que no te percibo malvado gusanillo.
Llevo meses ingenua,
caminando por el mundo podrida,
comiendo de todo, glotona,
y permaneciendo vacía.
Decisiones difíciles
¡Detengan las preguntas!
No entremos en detalles
perniciosos como jaulas abiertas.
Fue otra quien dijo las palabras
que cayeron sueltas como granos de arena
y agua bendita sobre las rocas.
Ya está dicho y hecho
por mecánica sabiduría del alma,
la mente se tropieza
cuestiona cuando no entiende
un día después.
Las dos viven en mí dándose la espalda.
Una actúa cuando debe
es guerrera, diosa, empresa.
La otra piensa y no se calla
viejilla necia chacharea.
A la primera le tengo confianza,
a la segunda, paciencia.
Una es rápida espontánea
antigua conocedora de los impulsos
que brincan como grillos
de lugares oscuros del vientre.
Pero la otra es lenta,
quiere darles sentido a las acciones
que salieron como el agua brota de la gruta,
sin dar explicaciones.
El enigma
Tus labios son el umbral de mi tumba.
Me asomo a un más allá
que yace inquieto en latente silencio
y me arrebata.
Tus párpados transparentes son mariposas,
que esconden cosas tímidas
sin proponérselo,
y por eso me gustas
tanto.
Porque eres permanente misterio
después de los años,
muchas confesiones celestes
y llanto.
Cuando la vida llega
puntual y en uniforme,
con su colección de sierras y mazos,
y nos da por aquí y por allá
en heridas y moretes previos.
Tú y yo nos lamentamos
como dos muñecos
sujetos a este orfebre
tan callado y tan extraño.
Pero tú eres fuerte
y aun así no logras ni siquiera
enseñarme tus verdades;
que son canicas de colores de vidrio
de esas que se riegan como el universo
sobre el piso
en banda desaforada
de trompetas, liras y tambores.
Obstinado
te contienes sin quererlo
rastrillando los dientes
frente a mis ojos.
Te disculpas cuando no es necesario;
porque así me gustas,
como ostra rugosa
en la profundidad
paralizante
de nosotros.
No hay apuro
quedan muchos días,
cada uno con derrumbes
y declives.
Aquí estoy,
para acompañarte
a descubrirte,
con la dosis de cariño,
que nos sea posible.
Tócame como a un violín
Tócame como a un violín
y lloraré una canción dulce como mis piernas.
Te cantaré mi serenata,
eso sí, la mía,
no la tuya.
Mete los dedos entre mis cuerdas
y te diré secretos cantados al oído,
sin palabras, sin suspiros.
Piano, por favor.
Afíname como te indique
para escucharme como quiero.
Socándome las clavijas
llegaremos los dos al cielo.
Cuando termine,
abraza mi cintura de violín
mientras recuesto mi cabeza en tu hombro
y tú te acercas y me besas y me duermo.
Pero no te decepciones
cuando no seas más el arco
que saca este gemido melodioso
de mis entrañas de madera.
Y yo siga cantando.
Músicos diestros
en el mundo hay muchos.
Yo por ser obra maestra,
no me disculpo;
punto.
María Macaya Martén (San José, Costa Rica, 11 de setiembre, 1991).
Master en Literatura Comparada de la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Se especializó en poesía, en el simbolismo francés y el modernismo hispanoamericano. Previo a su maestría, sacó la carrera de Literatura Comparada en Middlebury College, en Vermont, Estados Unidos. Durante su tercer año universitario fue estudiante visitante en la Universidad de Costa Rica y la Universidad de Nueva Sorbona, en París. Al completar sus estudios regresó a Costa Rica y dio clases de inglés en la Universidad Latina y en el programa Inglés por Áreas de la Universidad de Costa Rica. Su primer libro de poesía, Viento inmóvil, recibe una Mención Especial del Jurado en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica, y se publica a finales del 2020. Algunos de sus poemas han sido publicados de forma virtual en Revista Chontales Litterae y Revista Literaria Taller Ígitur.