Mario Urquiza Montemayor – Los días de la memoria
Será casi siempre hoy
Entre nubes blancas sale el sol y a los claros azules sonríe y llama: ‹‹¡Oh, ven ya, primavera!››
GIOSUÈ CARDUCCI
Inventado a solas por la enorme tristeza o la pequeña felicidad, en un territorio blanco el
poema, crece, vive en esta habitación incurable de mí, sin enmienda.
Momentánea estancia, transparente y perdurable. Vuelve de la noche a sí mismo, para
nombrarla y reconocerse en el eco.
Escuchar la oscuridad alrededor del árbol, ver la palabra ramificada y escuchar en su
memoria: esta tarde está en la punta del árbol, cayendo, sin tocar el suelo, ¡no hay
tregua!
Ya todo es tierra suelta, árida incertidumbre. Va el polvo con el viento y aun así no
encuentro las manos del sol palpando las flores, mano con mano, o sumergidas en el agua.
En los mogotes ―como tipis― habita la noche, habitan allí los grandes misterios.
Refutación
Entre el canto y la mirada,
la mirada es más tierna,
aparenta una sublime distracción
y una dulce inocencia
se aparta entre la gente
se aleja cuidadosamente
del silencio que la persigue
sin tacto, se destruye
contra la ventana
vuelve a ti
desde mi memoria
se recuerda una mirada
sueñas con este instante
en el que todo cuanto
miras pierde su nombre.
Consagración
El pasto quemado, la tierra y las piedras que hablan entre sí, son escritura, larga ausencia y
encuentro para mirarnos a la distancia. Reconocer el día y la noche que llega en nosotros.
Llevo las flores en el hombro, se vuelven una herramienta afilada que se yergue y señala a
donde no he de ir; están escritos los faroles, encendidos en las paredes, crecen dentro de la
noche: digo que la noche es un prejuicio y una prórroga, tiempo para no morir habituados
por la cotidianidad, es un regreso a casa y un andar a ciegas sobre la tierra seca. Entre los
nombres y la distancia de las piedras, veo el silencio, las piedras entre los nombres y los
nombres entre las piedras. La noche angular, sus volcanes encendidos, sus cerros habitados
por sus cantos nocturnos, ‹‹allá, atrás de aquellos cerros, se están quemando las piedras››,
no había más. Hay que anochecer como anochece el ladrido del perro, presencia de la luz
del día, presentimiento que ha de salvarnos. Nada sucede aquí, la brecha despierta, la luz
dispersa en esta habitación hondamente en mi memoria.
Manos de humo
Crecen hacia afuera, sus manos de humo se pierden entre las ramas del capulín, inherente a
la tierra, pienso: aun cuando quisieran de un arrebato hundirle en el olvido, el tiempo, por
su nombre ha de salvarlo. Me hundí en la palabra que no quiere decir nada entre los
hombres, tal vez su ausencia, su exacta presencia o ente significante. No lo sé. Entre tanto,
la palabra se presta al instante insustancial y al habituado hombre de largas jornadas. Las
transparencias entre las piedras, sus sombras vivas arden a mediodía; cuando se detienen
las labores, abandonados en su cansancio, surge el yo, la disposición del tiempo a uno
mismo. Aquí no hay nada.
Caída en voz alta
Escribo estas líneas, tal vez, como un auxiliar para la memoria, ejercicio de escritura,
requerimiento del instante, promisión postergada para evocar otro tiempo, ánimo del vigor
de este instante que me permite ver y buscar en los otros y al final, encontrar un poco de
mí. Contrariedad de la palabra hablada, contextura de este tiempo finito, contestación a
una duda indefinida, indeterminada, pero total, afirmación y negación, palabras a
contraluz, presencia convulsa, convite al fruto del día, sucesión de palabras líquidas,
allanamiento de la muerte de ayer y del indómito presente. Indispensable memoria. Busco
el merecido instante, instante propicio para pronunciar aquellos nombres, o mejor dicho,
traerlos en palabra franca.
Estas tardes indispensables, es una forma de vernos porque estamos viviendo los días
esperados. Por nada estamos mejor. Antes de cumplir los 17 años, no tenía ningún interés
en las letras, en la palabra hablada o en la palabra escrita. Soy la necesidad de despedirse a
diario porque sé que estoy aquí, yéndome. Una necesidad nos invade, el sueño nos está
vedado, inmediatamente al despertar olvidamos el sueño, persiste la sensación de haberlo
tenido, de haber estado, a veces, antes del mediodía desaparece, ya no tenemos nada, las
imágenes se disipan.
En un momento yo quería saber: qué es la poesía y he aquí mi error, no se puede dar una
sola respuesta, ésta sería frívola, la respuesta es infinita y variable, en algún momento fue la
angustia, la enfermedad y la muerte, en otro, es aquella compañía acallada pero grata, la
hora azul, el enrojecimiento de los volcanes al atardecer, la imprescindible belleza de
pronto mostrada o aquella extraña tristeza. Somos seres anhelantes, melancólicos, porque
el pasado es ahora…
Mario Urquiza Montemayor (Estado de México, 1994). Poeta mexicano. Autor de dos libros. Fundó y dirigió la gaceta de literatura La experiencia de la libertad. Participó en el 12° Encuentro Nacional de Poesía Max Rojas en la Ciudad de México 2019. Actualmente dirige la revista Small blue library (www.smallbluelibrary.com)
Ha colaborado en revistas como Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Crátera (España), Letralia (Venezuela), Polipet (República Checa), Nagari (EUA), The Dreaming Machine (Italia) y Words and Worlds (Austria). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, checo y árabe.