MATEO MANSILLA-MOYA / DESCENDER EN EL POLVO
Y así nos hicimos tinta:
nos marcamos en lugares,
grabamos nuestros nombres en cuevas urbanas,
nos escurrimos por lienzos de piedra y acero
que acariciaban al cielo
y fuimos indelebles.
Nos pensamos y nos repensamos
y nos convertimos
en nuestras propias ficciones
y así construimos nuestra historia.
Y cuando a la luz del sol
la reflejaba la luna,
cambiábamos de página
y llenábamos espacios vacíos entre líneas
con historias
en una lengua diferente a la del mundo:
una lengua nacida de nuestras lenguas
mojadas con rayo de luna.
Nuestros sonidos se habían convertido en melodías.
Las frases eran versos;
nosotros, poesía.
Y entonces éramos
tinta, papel e historia
que, al mismo tiempo
que nos escribíamos,
nos leíamos,
para no solo estar,
sino seguir estando
y poder ser.
RÍO BRAVO
Solíamos caminar
a la orilla del río
del lado en que el olor de los naranjos se perdía
con el de los cuerpos putrefactos
de los catanes
que los niños habían abandonado sobre la arena.
Eran los días
en que la sal del Golfo
nos raspaba la nariz
y la tez del cielo
se volvía la nuestra.
Habíamos aprendido a jugar con el sol
al otro lado del río
donde aún podíamos escuchar
que alguien nos esperaba.
Conocíamos
el lenguaje de las plantas
porque las habíamos contemplado
dialogar con sus sombras.
A pesar de que eso nos reconfortaba
y nos hacía sentir en casa,
nos sabíamos extranjeros
en el lugar al que alguna vez
llamamos patria.
TOQUE DE QUEDA
En aquel entonces
la noche sonaba al motor V8
de un viejo Mustang
azul cromado
con placas de Texas.
El zumbido que empezaba
en un extremo de la calle
hacía vibrar los mosquiteros en las ventanas
y levantaba la tierra que el paso de los carros
había amontonado a los costados de la vía.
Cuando el brillo azulado del Mustang
pasaba como fantasma por la ventana
rascando el viento,
apagábamos las luces
y esperábamos a que se perdiera
al otro extremo de la calle
donde el pavimento cedía a la terracería
y se levantaban las lápidas
del antiguo cementerio comunal.
Entonces nos asomábamos
por el borde de las cortinas
y descubríamos a la oscuridad del cielo
descender en el polvo
hasta asentarse
de nuevo
en el pavimento.
Era hora de dormir.
LA MIGRA
Vi a seis hombres armados subir a un camión
que se dirigía al norte de Texas.
Sentado en un banco de la central
vi a los seis hombres bajar de una patrulla
y entrar a la estación de camiones
como si algo grave hubiera sucedido.
Caminaban de prisa
vestidos de verde pino
con las manos listas para desenfundar
sus armas
y en sus lentes oscuros
ocultaban la misma ira
con la que el viento ardiente
azotaba sus rosadas caras.
Nada había pasado en la central
por Dios
pero los hombres iracundos
se abrían paso
a toda velocidad
por entre las maletas y los pasajeros
con la mirada fija en un Greyhound.
El sol se hundía en el parabrisas
cuando abordaron la unidad.
Momentos después
como en una procesión
descendieron los seis uniformados
tomando por el brazo
a una señora chica, chiquita
que parecía un niño a su lado.
Era el otoño.
La rama de un olivo
se partió en dos.
Detuve la camioneta
Cuando un grupo de hombres armados me lo indicó.
Enfrente había un auto estacionado
sobre el boulevard
a un costado del canal Anzaldúa,
un extenso hilo de agua
donde los niños nadaban con dirección al sur
y los hombres pescaban
lo que la corriente
había arrastrado consigo
desde el Río Bravo
La tarde olía a las naranjas
putrefactas
que la gente no recogía
en esa tierra de nadie
El auto estaba rodeado
por personas que cubrían sus rostros
con pasamontañas
y que retenían en su pecho
las siglas de la muerte
Los sin cara
apuntaban sus fusiles de fuego
a una mujer cuyo rostro
se hundía en el pavimento.
La tomaron por el mecate
que amarraba sus brazos por la espalda
y la arrastraron a la orilla del canal
frente a mis ojos
Ella cayó de rodillas
en un cuadro de pasto seco
El sol quemaba al horizonte
de rojo
A donde se dirigiera el río
sus aguas arrastraban consigo
la muerte.
Mateo Mansilla-Moya. Nació en la Ciudad de México en 1994. Fundador y Director General de Cardenal
Revista Literaria. Ha publicado dos libros de poemas: De sueños rotos, promesas olvidadas y un final feliz
(Acribus Editorial, 2016) y La temporada de ballet clásico ha terminado (Buenos Aires Poetry, 2019). Sus
cuentos y poemas han sido publicados en diversos medios impresos y digitales: Punto en línea (UNAM),
Punto de Partida (UNAM), El Puro Cuento (Editorial Praxis), El Universal, Mood Magazine, Pretextos
Literarios por Escrito. Ha impartido talleres de poesía en el Centro Femenil de Reinserción Social “Santa
Martha Acatitla”, y en la comunidad de San Francisco Chimalpa a través de proyecto “Territorios de paz”
de la Secretaría de Cultura del gobierno federal. En 2020, la Unidad de Inteligencia Financiera, a través de
Santiago Nieto Castillo, lo invitó a platicar sobre poesía y sensibilidad a sus instalaciones. Estudió Derecho
en el Colegio de Derechos Humanos y Gestión de Paz de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha
publicado diversos artículos en revistas de investigación jurídica: Revista Mexicana de Ciencias Penales
(México), Revista de Derecho Penal y Criminología (Argentina), Revista Penal México (España-México).