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AÑO 4 - 2023

MATHEUS KAR – TODO NIÑO FUE GATO ALGUNA VEZ

Matheus Kar (Ciudad de Guatemala, 1994). Psicólogo clínico por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Tesista de la maestría en Filosofía por la Universidad Rafael Landívar. Fundador y miembro único del Colectivo Bartleby. Creador de La Poeteca: taller de escritura para sensibilidades creativas. Ha publicado los poemarios Asubhã (Premio Manuel José Arce; Editorial Universitaria, 2016) y Alturas de Wall Street (Premio Ipso Facto; Editorial Equizzero, El Salvador, 2018; Tujaal Ediciones, 2019), así como las plaquettes Felina sombra de la infancia (Malpaso Ediciones, Honduras, 2020), El año en que mantuvimos la distancia y encerrados nos leímos las manos (Incendio Plaquettes, 2021), Ayer perdí mi sombra (Editorial la Chifurnia, El Salvador, 2022) y Biografía sin sujeto (Vocalibus, México, 2022). Editor de revistas especializadas en la difusión de literatura contemporánea (U poética, 2018; Modelo 90, 2019; Poesía sancarlista, 2019; Diálogos & Textos: escritoras guatemaltecas contemporáneas, 2021; Ars poética 1970, 2022). Ha formado parte de festivales literarios y publicaciones en América y Europa. Su trabajo se disemina en antologías, revistas, blogs y artículos de reflexión académica y cultural.

SE BUSCA

Ayer perdí mi sombra.

            Yo, que la sacaba a pasear

y la cubría cuando la luz le dañaba los ojos,

            la perdí.

Pero la sombra de todos los hombres se parece.

            Quizá no la he perdido,

tal vez me la robaron.

            ¿Pero cómo saberlo?

¿Cómo saber si la sombra que tengo

            es la que nos han dado?

¿Cómo saber si la nítida silueta,

            entre todas las que hay, es la correcta?

Quizá tengamos la sombra de otro

            y otro tenga la nuestra,

y nunca lo sabremos.

Quizá yo soy la sombra de mi sombra

            o la sombra de otro hombre.

Quizá yo también esté perdido

y quizá nadie me esté buscando.

PROCURA DORMIR

a mis amigos

Procura dormir, me digo,

pero procura, sobre todo,

no quedarte sin amigos.

Procura no tener ni uno ni dos ni cuatro…

Y no hagas caso al viejo dicho

de que los amigos se cuentan con la mano.

Procura cometer algunos errores

y dejar que te los corrijan.

Después de todo,

los amigos son los faroles que iluminan el cadáver

mientras la sirena

de una ambulancia cruza la esquina.

No pienses en la furia de los ríos,

sino en los puentes que se han construido.

No pienses en la tormenta,

sino en los paraguas que les han crecido a tus manos.

Si piensas dormir, me digo, no cuentes ovejas.

Cuenta amigos:

Tamar contra los antimotines en la Sexta;

Berni dormido bajo una mesa en el comedor de la China;

Aron peleando contra un poste un Viernes de Dolores;

Jairo confesando sus pecados, en el auto de su madre,

frente a una gasolinera Texaco;

nuestros sueños universitarios sentados en una banqueta

calentándose las manos;

Quique y el Chino

abrazados, saltando,

encerrados en una habitación de muerte,

coreando a las tres de la mañana «Rapsodia Bohemia».

Otra vez Jairo, empacando tus maletas,

ayudándote a emigrar por tercera o quinta vez…

El Chino yéndote a buscar

un domingo a las siete de la mañana…

y tú con la ropa del viernes…

Como quieras, sigue durmiendo (o intentándolo),

no permitas que el mal tiempo,

la lluvia,

te persiga hasta el interior de la casa:

porque no hay sueño más sereno

que aquel que regala

la almohada de un amigo.

De esos días, nada sabrán los periódicos.

No habrá bardo ni musa

ni monumento

que registre vuestra cólera,

solo fogatas

alimentadas por sombras,

y sueños

que por la tranquilidad de nuestros enemigos

haremos pasar por pesadillas.

TODO NIÑO FUE GATO ALGUNA VEZ

Mi gato precioso, bohemio de alfombra,

            como la rata,

no es de ninguna raza importante.

            No es más afín al queso o al cordón

que al humor de Schopenhauer.

Su atuendo le es indiferente.

            Es más gato

por no tomar conciencia de sus pelos.

            Mi gato es mío porque a él

me someto,

            y a su gesto indescifrable.

Es cafecito por fuera,

            y negro por dentro,

con algunas manchas de silencio.

            Sigiloso, escapó a todos los nombres.

Yo (un poco necio) le puse Poe,

            pero en casa (más necios aún) le dicen Manchas.

Y, a pesar de todo, en su inocencia de gato,

            como no me entiende,

todavía conserva su nombre.

Mi gato, avión en reposo,

es una isla en el ombligo del mundo;

un ojo que fosforece en la noche.

Sus maullidos rebotan por la casa,

            mientras él persigue un mundo

escondido en un rayo de sol.

            Mi gato es mueble,

valija silenciosa

            de travesuras que tropiezan.

Mi gato, que en realidad es gata, no tiene género.

            Pues ayer cumplió dos años muerta.

Pero, entre todo lo muerto,            

su recuerdo es lo más vivo en esta casa.

LA ANFISBENA

A partir de Sylvia Plath

Hay en mi vida una serpiente de dos cabezas.

            Una me estrangula y dice:

¿Qué andas haciendo jugando al poeta?

            Mientras la otra me llama

y tiende una manzana donde se refleja una inocente Eva.

            A veces quisiera que me asfixiara,

pero si muero ella muere.

            La tarea de la Anfisbena es poblar mi carne

y hablarme y mantenerme despierto.

Hay en mi vida una serpiente de dos cabezas

            que se esconde entre las hojas secas de mis párpados.

Una me habla de la vida doméstica, de los niños en los parques

            y la herencia litigante del nombre.

La otra, de la rima y los crisoles, del útero-escritorio

            y de las lecturas en café-bares.

A veces me señala un viejo roble. El roble es mi vida.

            Las hojas son mi futuro. Y hay cuatro colores de hojas.

La verde es la persona con quien debería compartir mi vida.

            La roja, mis hijos corriendo en algún parque.

La amarilla, mi carrera como escritor.

            Y la marrón, un brillante profesor universitario.

Pero mientras estoy tratando de elegir,

            las hojas comienzan a pudrirse y a caer,

hasta que el árbol se queda sin hojas

            y yo sin poder decidir.

La Anfisbena me habla,

            se enreda en mi cuello

y estrecha el espacio que me obliga a elegir,            

mientras mi vida se desmorona.

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Stela
Stela
1 año hace

Estos poemas me llamaron como un subto llanto y permanecí por el cafecito de sol que me brindaron.
Gracias.

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