Javier Alvarado – Poemas para caminar bajo un paraguas
Enterradero de El Ciprián
En este enterradero todos tenemos epitafio
Una oscura canción que nos persigue desde el pasado hasta el presente
Como una guirnalda de pobres vegetales,
Estos muertos que me habitan a veces, que tanto cargo
Que corrijo en sus posturas, en sus gestos, en sus hábitos,
Que corren detrás de mí como el niño tras el llanto amargo del agua
Se van navegando junto a mi sangre
Como se va escapando el invierno en su fragata.
¿A dónde se fue quedando el ropaje de nuestros primeros abuelos
Y el disfraz de loca y pordiosera de mi abuela
Con su legajo estival después de pasar por los chamuscados
Telares del viento, si eso dicen que la locura entra por el aire
A su viento, donde todos hemos de ir con el primer himno o la campanada
Terrena de esta suerte, de ser huérfano en la luz,
En la territorialidad y en el polvo?
¿A dónde está ella y el cruel abuelo
Que fue dispersando sus hijos por la tierra
(Vitervo, Bredio, Janeth)
Como las cuentas prófugas de un collar
Que halamos con la rabia del tiempo, con esa sacudida
De los animales que vuelven del espasmo
Cuando la noche se posa sobre nosotros
Como un gigantesco amaranto o como un pulpo
Que se ha sacado partituras con el orgasmo pétreo de su tinta?
Oh, mis primeros muertos que el chubasco del invierno
Me trae en desordenadas imágenes
Donde se contemplan el bestiario de las musas
Si no he podido contemplar la levadura de sus huesos
¿Dónde está su tumba, abuela inmemorial de maíz y greda
Marcaria Espinoza la que se fue sin ataúd
Sólo con la mortaja de llanto de sus hijos ausentes
En su humildad y en su locura?
Nosotros abandonaremos estos cuerpos, habitaremos estas burbujas
Que el invierno escupe.
Habrá tumbas desde el cielo a la fragata,
Nos hospedaremos en tu casa y seremos todos tan reales y desconocidos.
Éste es tu enterradero de El Ciprián, donde todos tendremos epitafio.
Poemas para caminar bajo un paraguas
36
La mortal lluvia se propaga; no puedo detener el lenguaje sangriento de las aguas, un patriarca muy viejo introduce su bastón en el cuenco del destino; hay asfixia en los boscajes de la roca, un animalillo estrangulado yace con los ojos primaverales hacia el cielo, el filo de la nube corta el sistema nervioso de los soles. estoy resfriado, de mi nariz llueve una gran cantidad de mentiras, huesos polvorientos, peces sonámbulos que caminan por las bahías escupiendo naufragios y piratas con patas de palo y parches eclipsados que cubren otro negro mar como el de las encanecidas barbas de los labriegos, leñadores, amigos proletarios que piden limosnas en las puertas del gobierno, en los ministerios episcopales y en lugares donde se pasea algún desconocido con un cancerbero que vende boletos para la entrada a los infiernos. Amo tanto esta ciudad prolija, odio tanto sus edificios como puedo odiar las cosas que amo y a todos los seres que me miran con cierta indiferencia. Muchas cosas pueden acontecer en una pregunta sin signos de interrogación, es la hora de cortar sombrillas y sembrar hongos en cualquier sitio de donde dispararemos brumas y enfermedades, alimentos eternos que a nadie sacian y algún tipo de espiritualidad que diferencie sexos, religiones y maneras de vestir a las horas rutinarias de hacer el amor o de dar un beso en el lugar equivocado. Nadie interroga, sólo hay mundos que convergen con la boca ensangrentada. La sensación del invierno es como una casa deshabitada en las entrañas, una hora falsa de amor por alquiler, una mirada lujuriosa de un desconocido y una caricia arrebatada a aquellos seres que se fueron sin amar a una mujer o tocar las paredes del útero de una infeliz madre. Muchos han jugado con mis nervios, antes he comido la misma ración de inclemencia antes de acostarme. La miserable ausencia compartida con las ratas y con las palomas deja mensajes de humanos despojos en los hombros. La celda de meditación está a oscuras, las oraciones del claustro dan vueltas y sueño una muerte imaginada; preparo la mesa, enciendo un dedo, sobre la erosión de la tierra está la rosa, instrumento general para el cultivo de los grandes poemas y piezas clásicas. Ahora mismo llueve y de mi nariz siguen lloviendo vestigios de un mundo despertado. Sueño? Pesadilla? Traedme el abrigo, el paraguas y que lluevan poemas por doquier…!
Por ti no pasa nunca el tiempo
II
Cierto, no estarás desnuda por ruinas y hospitales, ni dejarás que se lleven al mar tus revelaciones en el espejo de tu carne, mortalmente edificada por arquitectos dantescos o por guerreros y ancianos egregios, que quemaron sus barbas y alzaron las naves para huir de su pueblo y dar saltos de eclosión o de miserableza, tanto fuego reunido
sirvió para consumar un cadáver, es decir un cuerpo,
una sangre una noche o un aullido no fue suficiente,
para tanta moral escrita, para tanto orgasmo petrificado en los esqueletos de la ciudad, que aún se alzan como dentelladas,
como saxofones viejos, actos de fe, pianos rotos, poemas inválidos y ciegos que murmuran frases delante de los semáforos.
He llorado por cada clavo que crucifica la generación,
la violación de la rosa, los párpados de Cristo y las imágenes obscenas de los figurines, el hambriento alucinado, la tez del vidrio y las canciones semienterradas. He llorado aquí,
junto a ti he llorado
grandes desiertos, sabanas, montañas, colinas, volcanes, penínsulas, cabos, golfos, cayos, islas, océanos, mares vivos o muertos, cantidades de accidentes geográficos no fueron los tantos para mi llanto accidental de tierra!
Diríase mi llanto poético,
mi llanto prosaico, cuando lo habla con su lengua muerta el tesalonicense, o con los dialectos ocultos de las cerámicas que recibirán mis huesos, la estrella colocada,
tú, la constelación que ofrezcas, el rebaño limpio de las probetas de luz, el racimo de meteoros que colocarás cada año en aniversario de mi nacimiento o en el aborto de mi muerte.
Tanta sangre fue necesaria para que colocaras tus ríos en las tierras y dejaras fecundar tus ovarios con la lluvia de polen y de otros insectos incendiarios que plantaron un bosque y se dejaron llevar por los sonidos y las onomatopeyas de la creación, tanto nombre pusiste a las cosas creadas y te faltó nombrar a los males que saldrían de tu centro-mundo, de tu centro-alma, de tu centro-carne.
Alicia en el espejo o la apertura del libro de las maravillas
Entonces Alicia recorre su delicia
prepara las poses para la instantánea fotográfica;
Lewis Carroll dibuja el paisaje para la fotografía.
Está ahí llena de andrajos, resuelta de pordiosera,
es la lluvia de plurales, cuando todos los conejos de Pascua
se incendian y todos los demonios dejan sus remos pudriendo
en la derrotada orilla. Sus ojos son dos lagunas muertas
donde dejan los águilas sus efebos fluviales
¿Quién es ella la que entra con doradas voces
en el acertijo de la nada, cuando toda queda invocado
y puesto sobre la mesa como un huevo triunfal
para un comensal de oro?
y desayunan las huestes y las Parcas
van acampando con ese sonido de cuerpo vacío
que tienen las aves sin esqueleto y sólo canta el pico
amaestrado de su daga cuneiforme y la apertura del libro
de las Maravillas es otro salmo vocalizado por la carne
y sólo solfean las niñas desnudas para el ojo de Carroll.
Son muchas las poses para la instantánea fotográfica.
Aquí te veo, Alicia, con dedos de piedra
con ojos asustados y medias vacías sin golosinas.
¿Qué pone a nadar a los deseos en el ánfora del espanto?
Levántate, Alicia, que no duerma más tu deuda de muñeca.
¿En qué espejo de hombre entraste para descubrir las maravillas?
¿Acaso se oculta un delfín detrás de tu oreja
o es que la cornucopia de acanto se matizó en tus senos
hasta vociferar leche pastosa en cada pezón de julio
cuando en aquel paseo por el río escuchaste las sílabas
niñescas de aquel matemático de niñas impúberes
para luego iniciar esa marcha forzada de tu inocencia hacia el espejo?
Aún no se ha escrito el libro de tus posesiones
ni de las visiones terrenas que observaste en aquel agujero
cavado junto al árbol de la noche.
Se cierran tus ojos, cabecea el cuerpo junto a tu hermana.
Liebre llega tarde.
Ofrenda de Cebolla
Not a red rose or a satin heart.
I give you an onion…
It promises light
like the careful undressing of love.
Carol Ann Duffy, Valentine
No me des la rosa
No me des el páramo, las calles.
No me des el tintineo del árbol,
No me des el agua y su cofre de cristales.
No me des las espinas de lo bello,
Dame la cebolla
Esas que se cultivan en Coclé o en otras partes del mundo
Donde su piel es blanca,
Nívea como un pecho de lobezno adolescente
Parda como el plumaje de una tierrerita
Desdoblada sobre la hoja inmóvil.
No me des del labio acuoso
Ni el bosque petrificado que llevas dentro
Como una copa de vino desmadrada
Los dones terrenales y celestiales
Que la creación te fue otorgando
Con las espigas demolidas,
Mejor el cráter nocturno
La cereza pálida
El venado derretido que alza los cuernos
En los festines de la cama
Olorosos como la canela llevada en el desierto
El sexo en el pico del ave
Que va goteando el semen táctil
O la enjundia del misticismo en la semilla.
Prefiero huir de tus reinos
Y dejar el servicio puesto,
Los utensilios, la comida fría
Esa es la comunión de tu cuerpo al pelarte
Al quitar la piel y ser poseso del cuchillo
Y descubrir tu carne en gajos curvilíneos
Que se abren despaciosos como un milagro
O un pacto de Dios en los corderos.
No me des nada,
Solo sembrad una cebolla aquí en mi tierra
Que el tallo vaya creciendo hasta alcanzar
La desmesura del cielo y el juicio de todos los confines.
Yo te dejo una rosa,
Te dejo los vientos, los mares, las residencias
Todo lo palpado, oído, gustado, visto y olfateado.
No me des los dones, no me des el cuerpo.
No me des las estaciones
Ni el abrigo ni el paraguas.
Arrebátame todos los vegetales del mundo
Pero no me dejes en orfandad
Sin la cebolla.
(Santiago de Veraguas, Panamá, 28 de agosto de 1982) es un poeta panameño, cuya obra ha recibido varios premios. Hizo sus estudios de bachillerato en el colegio Panama School y se licenció en Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Panamá (2005).