AMÉRICO REYES VERA – CARTA AL NIÑO QUE FUI
CARTA AL NIÑO QUE FUI
(1991)
Cerrabas los ojos para mirarte el alma, amor mío, no como la gaviota que planea desenvolverse en ningún cielo sino como el «pequeño dios» abandonado en el jardín de una iglesia y que después pidió perdón por llegar a un mundo en donde todo se compra y se vende.
Tu padre te mostró la rayuela que un bandolero disoluto había pintado en los zócalos del expendio de bebidas alcohólicas El Golpe, pero tú eras un lagartijero obstinado, aun más que yo, que me hice viejo bastante joven, mi pequeño, antes de encontrarnos para desencontrarnos.
Has sido el primer hijo del río, un falso cazador.
Te gustaba el sol: subías a los árboles para verlo más de cerca. Así ponías tu penecillo floreciente contra el musgo del Puente Colorado, a un kilómetro de tu población y de la vida de los demás niños.
Pegadas a ese mito que los alergólogos llaman realidad quedaron tus orejas en una RCA donde Eduardo Frei Montalva prometía en 1964 zapatos nuevos para los niños como tú. Ya ves qué amarga puede llegar a ser la placidez cuando nos pica el esqueleto, y el futuro parece ser nada más que una justificación ontológica.
En cambio tú sabías caminar –millones de células hicieron de ti el mejor solitario–. Sabías caminar y llegaste primero que yo al cielo porque eras –metáforas a un lado– el más hermoso.
Fuiste capaz de esconder en un puño combado el primer vello púbico, mi niño, los primeros intentos de pajarear en la galega. No en vano el devaneo es ya otra historia.
Aquel jardinero ensimismado –que se creía honesto sólo porque era capaz de reconocer abiertamente y a quien quisiera escucharle que muy pocas veces decía la verdad, y que hablaba tan bien del amor que parecía que estaba hablando de otra cosa– no pensó en nosotros cuando, herido acaso en su ponzoñosa intimidad, reveló: «El presente me sigue adondequiera que vaya .»
Éramos dos compatriotas lejos de su país, cuya única virtud consistía en ser dos perfectos desliteraturalizados en busca del literaturalizador ideal.
Y en eso estábamos cuando pasó el tiempo: diez, veinte, treinta años…
Ahora yo me voy y tú te quedas.
Otro amor hará de payaso y de alquimista en otro paraíso.
He recordado: la sangre es cruel.
P.D. ¡Dichosos los que han tenido una generación en la cual guarecerse, cuanto más para quienes no la hemos tenido, y hemos debido rendir cuentas, a pito de nada, en actos a todas luces fuera de foco! Y ya se sabe que la generación es el hogar, los vínculos inestimables, las copuchas sacras, el origen de las glorias por cuyas conquistas se sacrifica incluso el placer y el decoro, y también los chascos compartidos; la generación es el enardecimiento mismo vestido de gala.
De: Los poemas plumaveral
A QUIEN LLEGUE…
A quien llegue le diré: –Si quieres besa mi cadáver,
en él yace
lo mejor de mi juventud, a cabalidad
todas mis heridas.
Le diré también: –Mi única madre
ha sido la muerte que convalezco.
Le preguntaré: –¿Cuántas veces pude yo suponer
que tu desnudez estaba cerca de mi cuerpo, haciéndolo
querible y compañero, liviano para el minuto final?
Le recordaré, además: –Eres lo que me debes.
De: El centinela y su cántaro
LOS MILAGROS DEL PRESENTE
(soneto para Delfín Prats)
Las alas que volando no se gastan
habrán de ser siempre alas verdaderas,
más sabias que la sabia primavera
y, por ley del destino, siempre castas.
Desnuda lis, ninguna altura basta.
Tal mis alas, que en plenitud se vieran
blandiendo mil catástrofes por fuera
como por dentro, y sin embargo cantan.
Alas mías de noble resistencia
y guardianas del vuelo persistente
donde hasta lo más vil pone su esencia.
En tanto yo con mi poesía cuente
bando no habrá que pueda, credo, ciencia
privarme de mi cielo y su relente.
De: Que los cuerpos cumplan su destino
CON MI SILBIDO…
Con mi silbido de caracolero errante
se asustó el gorrión del guindal.
Y voló y voló
hasta perderse en el cielo…
—si es que un pájaro
puede perderse en el cielo—.
De: El flautista
HE LLENADO DOS COPAS
He llenado dos copas
con un vino entrañable.
Y mientras brindo con mi compañero
comprendo que el vino que le he dado
es el apropiado para mi sed: mi sed
está hecha para ese vino que atraviesa
su garganta y lo conocerá como nadie.
Y en la deserción será dulce
y perspicaz. En verdad, no hay vino
más digno de mi sed
que aquél que ha de beber mi compañero.
Pero ya es tarde
porque él ha dicho “gracias”.
Y yo he sonreído.
De: El flautista
CREDO DEL APURÓN
Lautaro Velasco (heterónimo)
Cree más en el vino que en la sed
que lo devora.
Más en su abrazo
que en su misericordia.
En sus besos
más que en su boca.
En sus caricias
más que en sus manos.
En sus suspiros
más que en su pecho.
Cree que soñar
es burlarse de la realidad.
Cree que gozar mucho
es no soñar.
Cree que para perderse en la ciudad
se precisa de un cuerpo.
Cree que después del último número
viene el infinito.
Cree que cantar
y dejar de cantar
no basta.
Cree que los muertos no existen.
Cree que saberlo todo
es la mejor mitad de la vida.
De: Black Waters City
(Curicó, Chile, 1960) ha sido incluido en: “100 años – 100 poemas. Centenario Natalicio Pablo Neruda” ((LOM Ediciones, Santiago 2004), “Poetas del Maule. Antología para el Bicentenario” (Ediciones Universidad de Talca 2007) y “Antología de poesía Chilena” tomo III, de Tomas Harris, Teresa y Lila Calderón, Ed. Catalonia, Santiago 2018.
En el año 2016 fue finalista del Premio Municipal de Literatura de Santiago, con su libro “El confesionario”, publicado por RIL Editores, y su último libro, “Black Waters City”, publicado por Nueve Noventa Ediciones, obtuvo el Premio Mejor Obra Literaria 2019 del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, en el Género Poesía, Categoría Obras Editadas.
Es autor, además, de los siguientes libros de poesía: “Los poemas plumaveral” (Ediciones B 612, Curicó 1992), “Boleros son boleros” (Mosquito Editores, Santiago 1995), “El centinela y su cántaro” (Ediciones B 612, Curicó 2010), “Que los cuerpos cumplan su destino” (RIL Editores, Santiago 2012) y “El flautista” (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso 2017).