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AÑO 4 - 2023

Bajo el hechizo de Recortes de un corazón herido, de Matías Escalera Cordero

 

Por Pedro Piedras Monroy

 

I

Ni Matías ni yo somos islas. Islas, no. Él, es decir, su blanca melena, debió de acercarse a mí –o yo a ella– y juntos, casi sin haber hablado nunca antes, nos pusimos a llorar por nuestros abuelos[1]. Esas cosas tienen nuestros encuentros, cada primavera, en Cáceres. No. Islas, no.

Luego, en nuestro enésimo encuentro, Matías –esta vez, convertido en libro– me habló de la hermosura de la decadencia y de la muerte pues, a nuestro pesar, de ellas surge lo nuevo (p. 17). Horribles ambas, peor la decadencia. Sin duda (p. 34).

Matías ha aprendido bien del siempre joven Walter (forever Young!) que el verdadero don reside en la perspectiva. Ella nos abre los ojos a las constelaciones de hechos que, acumulando horror, decadencia o muerte hasta aquí mismo, nos hablan y nos enseñan, al tiempo que precipitan a los más atrevidos a la esperanza… «El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.» Por ahí van sus tiros.

Y van por ahí porque adherida al horror del mundo vive esa sombra luminosa, ese inexplicable contrapeso que aún nos sigue manteniendo en pie. Esperanza. En ella, entramos como a la lluvia, pero la suya no es una esperanza que desemboque en la felicidad (p. 14), pues nunca terminamos de estar dispuestos a traicionar al dolor ni a la falta de tal esperanza (p. 16). Así nuestra experiencia de la esperanza es esencialmente paradójica y, por eso, nuestra humanidad se enuncia también como paradoja. La esperanza que no se nos cumple nos genera decepción (p. 20), como si de veras pensáramos en cumplir su objeto. “No hay esperanza y aun así decidimos esperar” (p. 20); la esperanza es un hueco hondo que pide sueños imposibles (p.21) y sin embargo…

Es sólo la esperanza la que nos proyecta a una inopinada oración (pp. 25-27), como a un último monumento a la esperanza última; nosotros la vivimos como esos dos indigentes, que revuelven en la basura y, aun así, hablan de la belleza del mundo (pp. 18-19).

El tiempo se nos ha caído encima. El presente es decadente y doloroso. Pero el recuerdo –y no sabemos si “el júbilo de lo vivido”– nos bastará para aguantar… (p. 28). La nostalgia es el placebo de la esperanza; doblemente contradictorio porque cifra a aquélla no en el futuro sino en el pasado.

Y, una vez más, nos angustia saber que, ahora que las causas están perdidas, la caída es la única verdad (p. 31).

Pregunta: ¿Qué sería, por tanto, de nosotros –de nuestra esperanza– sin la mentira, reconfortante, humana, cordial? (p. 32) Respuesta: Sin esa mentira que nos protege (p. 59), la vida se nos haría insoportable.

 

 

II

Si alguien recelaba del título, no se preocupe, el tema de Recortes de un Corazón Herido es la esperanza; la esperanza que se columbra en medio del desastre; también, ese no ver cumplidas nuestras expectativas, que nos aboca a la desesperación.

Tan sólo hay una especie que nunca desespera: los gilipollas. Los gilipollas se caracterizan porque no saben (no sabemos) mirar; cuando mirar es precisamente ver cómo en la decadencia y la muerte hay hermosura, una hermosura que cierra el círculo y nos devuelve a la esperanza. Frente al combate por la esperanza, se halla la realidad de la inexorable estupidez que lo inunda todo (p. 45). Ahí tiene su sentido “La balada de los gilipollas”, que ni actúan en consecuencia ni saben mirar: al cielo (p. 49) –menos aún ver constelación alguna–. Mejor para ellos. Peor para todos.

Es así como el ciclo mirar-ver la hermosura en el horror- esperanzarse se rompe tan sólo por dos motivos: por nuestra gilipollez –léase por nuestra estupidez, por nuestra insensibilidad, por nuestra infatuación– y por nuestro refugio en la mentira.

La mentira es el artefacto, reconfortante y cordial, que nos permite salir del círculo de la desesperanza hacia un paraíso tan necesario como artificial (p. 32 y p. 59). Vivimos –por tanto, mal que nos pese– gracias a la mentira, pero buscamos, sin embargo –sin cesar– esa verdad inasible que nos falta y que ineluctablemente nos devuelve al horror y a la decadencia.

 

 

III

En ese sentido, la estructura del libro es de lo más esclarecedora. En primer lugar, aparece lo que esperamos (Lo que queda de la esperanza); a continuación, lo que somos (los gilipollas); luego, lo que es el mundo (el contexto); más tarde, el homenaje a algunos hombres con esperanza / que dan esperanza (ideales en el espejo de la realidad); más tarde aún, los Recortes de recortes: “Si supiésemos mirar al menos” (pp. 109-110). Quiero destacar este apartado especialmente, porque en él se exhibe un lenguaje entrecortado –como oído– que trae a la mente el cuarteto de Luigi Nono, “Fragmente, Stille, an Diotima”, donde el drama de los instrumentos reside en su incapacidad para expresar las voces dispersas del genio de Hölderlin. En sus Recortes, el poeta vuelve al principio, a tratar de encontrar en medio del mundo –en medio de notas desabridas y agónicas fermatas– la esperanza. Por último, su Destino Lunar es una reflexión postrera ante la luna, que nos anuncia algo que olvidamos fácilmente, que no estamos solos en la búsqueda errante de la esperanza.

El recorrido del poeta lo arrojará, por fin, a la pregunta clave: “Cuál es entonces la función de la poesía” (p. 23) ¿Cuál es la función de la poesía, cuando lo que escribimos es carne sin semilla, fruta estéril (p. 13)? Este libro –al menos, así lo creo– trata de ser una respuesta.

[1] Los dos perdieron a sus abuelos, durante la Guerra Civil, asesinados por el ejército franquista, en la ciudad de Cáceres; en cuyo memorial descansan sus restos, hoy, junto con los de más de quinientas víctimas de la represión fascista.

 

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