Barbara Butragueño – Poemas en tiempo de crisis
Suponer que no importa
que aún me queda aliento para cincuenta muertes
que mi cuerpo podrá engendrar hijos como rocas
y aprender de nuevo ese lenguaje
de las cosas importantes
que sólo se puede hablar con aspavientos
suponer al fin y al cabo
que hay un sentido exacto para todo
una caída grave en cada objeto
y que podré tenderme en él
a contemplar el mundo
y así
volver a hacer hogar de la palabra
enraizando el vientre en el sentido
más preciso de las cosas
y tener cinco hijos
que me llamen madre
y que se abran a la vida
y a su orquesta inaudible
con tenacidad de insecto
y decirles
la noche resopla en mis costillas como un búfalo
decirles la culpa es el arma oxidada de los débiles
decirles al fin con el cuerpo replegado en el lenguaje
como elipse de lombriz en tierra húmeda
decirles que vivir no es suficiente
que hay un grado en el ardor un estallido
al que nunca se llega despertando
y que sólo muriendo fieramente cada día
y dejando al temblor calar el hueso
se puede dar a la vida hondura de venas desplegadas
y hacer de su fulgor justicia.
Desde hace algún tiempo
visitas con frecuencia
la mentira y su oscura
catedral
y te has familiarizado
poco a poco casi
sin saberlo
con esa falta de exigencia
hacia ti misma con ese
rumor constante
que brota fieramente
de la grieta
que ahora llevas en la cara.
Te has dejado ir
como quien baila con delicadeza
una música indescifrable
y de pronto advierte
que se encuentra
en la otra punta de la sala.
Y ahora
con el cuerpo aborrecido
con la piel
transida de inminencia
contemplas con pavor
y en ángulo perfecto
de setenta y cinco grados
esa última fisura
que te queda por colmar.
La culpa es una forma de avaricia
un modo agotador de atesorar virtud.
Ya no sé qué es máscara
y qué es rostro.
Debe usted saberlo
yo nací lejos del umbral
desconozco así su gesto
el canto sereno
con el que otros hablan
las grandes palabras
que a una se le ahuecan
como pájaros mojados
en la boca
durante años he visto hombres
que manejaban con premura el diccionario
y conocían el sentido exacto
de la palabra culpa
y les bastaba
pero a mí que el vocablo se me enquista
y me cava el pecho como un descendimiento
todo me resulta un vagar empedernido
por el líquido articular del dígase amor propio
dígase egoísmo
dígase umbral eterno entre las cosas.
Yo sólo busco callar el bisbiseo
alcanzar la paz de lo rotundo
hacer callar
al maldito perro
de la indefinición.
Y todo porque
tener un cuerpo limpio
requiere hacer hogar de la virtud
y no morar la periferia
y de ahí este
quemar con pavor los diccionarios
y exigir conocer no ya el sentido:
el intervalo la linde
la fina línea que separa
pongamos el amor del egoísmo
y su oscura simetría.
Mi congoja no es más que una forma cauta de certeza.
Al amor se entra con los puños cerrados como en un cauto y temeroso rictus cadavérico y pronto se advierte que los puños cerrados no funcionan, que el amor consiste en tomar de un árbol frutas -casi siempre- dulcísimas, en acariciar de un cuerpo órganos – a veces- solitarios, en extraviarse por las calles que uno guarda en su pecho con el dedo acariciando siempre el percutor. Y uno asume que no hay vuelta atrás, que debe abrir los puños, tender sus manos al vacío en un gesto de ofrenda estúpida e irremediablemente temerario,
Y hay una convicción latente en ese acto, un miedo denso casi artrítico que gobierna ese baile de falanges que se abren a ese tiempo y a esa vida como crisálidas en erupción: la certeza de que, de esa batalla, saldremos locos o enterrados.
Y entonces viene el temblor y el acto reflejo de volver a cerrar con fuerza las manos y de adentrarse en el amor así, en guardia, golpeándolo todo en un baile torpe e inseguro. Y uno se ve a sí mismo al cabo de dos tres cinco cuarenta y siete meses, con los muslos de una fuerza ya marmórea entrenados en el arte de funambulismo; con el pecho partido en dos por la falla tectónica del miedo a no ser nunca suficiente, con las manos contraídas por el pavor a dar demasiadas cosas y acabar muriendo de necesidad y desamparo como un animal hambriento bajo el calor mecánico de un coche.
Y antes de entrar así, ya está cansado. Ya le pesan a uno los llantos, las guerras que habrá de luchar, la rigidez del cuerpo atormentado, la expectativa de tan manoseada casi corpórea, la desconfianza que siembra tumbas en su garganta y pudre la carne generosa y llama a las moscas flacas que toman su alimento del cobarde.
Y comprende que no, que en el miedo anida el vasallaje, el borboteo epiléptico de los peces negros de la ansiedad, que sólo cabe avanzar con el pecho desplegado, sin trayectoria ni guardia ni reserva, como un niño que avanza tenaz y florecido. La certidumbre del que viene sin nada y no aspira a ganar más que un poco de calor, si acaso un cuerpo, un paisaje que una vez imaginara.
(Madrid, 1985) es abogada e ilustradora. Con su primer poemario, Naufragios diminutos, quedó finalista del Premio Adonáis a los diecinueve años de edad. Con su segundo poemario, No sabes nada del viento, quedó finalista del Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande (2008) y del Certamen Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos (2008, 2010). Después escribiría La luz que dice (plaquette), Incendiario, publicado por la Editorial Polibea en 2013, y Casa útero (finalista del III Premio de Poesía Joven RNE y del XXIV Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad, 2011), que ha sido publicado recientemente por la editorial Calambur.
Ha aparecido en diversas revistas españolas, iberoamericanas y estadounidenses (Qué leer, Playground, Caanibal, Revista Áurea, El Alambique, Nayagua, Youkali, Puro Cuento, Hueso Loco) y periódicos nacionales (El País, El Mundo, ABC, 20 minutos, El Periódico de Cataluña).
También ha colaborado en varias antologías, entre ellas: Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011), En legítima defensa. Poemas en tiempos de crisis (Bartleby editores, 2014).
Su actividad poética la compagina con la pintura. Desde los diecisiete años ha realizado exhibiciones de graffiti y street art en diferentes ciudades de España y Francia, ha participado en eventos como Muros Tabacalera o Mulafest y ganado el primer certamen Pinta Malasaña. También ha colaborado con medios especializados como Wooster Collective y BLANK MGZ. Sus ilustraciones han aparecido en revistas (Puro Cuento, EHDEP, Incendios) y en libros de varias editoriales (Bartleby Editores, Baile del Sol, Ediciones Amargord).