ROSA BERBEL – QUEMAR EL BOSQUE
MICROCOSMOS
Comenzamos despacio a desnudarnos,
dentro de un coche viejo.
El coche, que no es nuestro,
se balancea a uno y a otro lado,
de delante hacia atrás con un vaivén distante,
sostenido.
Parece que me tocas como suelen tocarse
las cosas mal prestadas.
No demasiado lejos, se oye el rumor sencillo
que precede a un derrumbe.
Un edificio aguarda su caída.
Cualquier cambio imprevisto provocaría el colapso,
un movimiento torpe
podría fácilmente volarnos por los aires.
Si la violencia rítmica de nuestros cuerpos
fuera interrumpida,
si yo, mujer, gritara,
o apuntara hacia ti o cayera desnuda
sobre la tierra sucia, entonces,
todos estaríamos perdidos.
Mi llanto, aun solitario, dejaría tras de sí
una masacre.
La escena, un equilibrio súbito y remoto,
nos tensa a los dos lados
para siempre.
La intimidad sostiene los cimientos
de las casas en ruinas que nunca construiremos.
En Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018)
QUEMAR EL BOSQUE
Nos observo en la calle un día nublado,
como niños muy viejos jugando sin permiso
junto a máquinas sucias de conservas.
Estamos en el centro de la imagen,
nuestros rostros pequeños en el centro de todo,
con una luz encima.
Todo está muerto aquí, y sin embargo,
la basura expandía los límites del mundo,
como una geografía improvisada.
Inventamos un juego,
que consistía primero en pedir algo,
en estricto silencio.
Un deseo, tal vez,
una idea primera de la suerte.
¿No era esto madurar: elegir cosas
y esconder la elección a los demás?
Girábamos después sobre nosotros,
distraídos y torpes,
con todas nuestras ganas, una vuelta
tras otra,
el máximo posible de minutos.
Ganaba el que aguantara
por más tiempo,
esquivando el mareo o el cansancio.
Tú y yo siempre perdíamos.
Hemos vuelto a perder en esta escena.
Pero el hallazgo era nuestra suerte:
descubrir que los trazos del cuerpo y sus excusas
condicionan el resto del paisaje.
En Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018)
JARDINERÍA
Ayer estuve trasplantando tus flores.
Ayudaba a mamá, sostenía la maceta
para hacerlo más fácil,
mientras la tierra nueva
creaba formas en las baldosas.
La planta había crecido y crecido
como en una leyenda muy antigua
y nos era difícil guardarla en cualquier parte.
Cuanto más lo intentábamos,
cuanto más impacientes o nerviosas
tratábamos de darle algún espacio,
más rápido era el ritmo de su transformación.
Sé que mamá pensó en nosotras, en ti y en mí,
en la naturaleza salvaje que desborda
la cerámica,
en sus hijas mirando la casa desde fuera,
como una piececilla en miniatura.
Te habría gustado estar, manchándote las manos.
Pero habíamos dejado atrás el suelo
y las flores más bellas
ya habían comenzado a marchitarse.
[Inédito]
Rosa Berbel (Estepa, Sevilla, 1997) es graduada en Literaturas Comparadas y máster en Estudios Literarios y Teatrales por la Universidad de Granada, ciudad en la que reside desde hace cinco años. Su primer libro, Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018) fue galardonado con el XXI Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal y fue posteriormente merecedor del Premio Andalucía de la Crítica a la mejor Ópera Prima y del premio Ojo Crítico de Poesía 2019 de RNE. Fue ganadora de la IV Edición del Certamen Ucopoética, convocado por la Universidad de Córdoba. Ha aparecido en diversas antologías de poesía joven como La pirotecnia peligrosa. 11 poetas sevillanos para el siglo XXI (Ediciones en Huida, 2015), Supernova (Bandaàparte Ediciones, 2016) o Algo se ha movido (Esdrújula Ediciones, 2018).