SALVATORE CAJIAO – MARIPOSA DE NÍJAR
Por esos panes, por ese vino
Ahora que nos duele a todos el mismo dolor,
levantemos lirios en nombre del nombre.
No para comenzar una pira de ecos,
sino para ser admitidos sencillamente
junto a las piedras y los árboles.
Nos llamaremos como el nómada
de las bancas y los huecos.
Perderemos la desgracia de ganar,
o de continuar fraguando todo
lo que quisiéramos haber perdido.
Nos volveremos un respiro en la historia del polvo,
un nuevo orden de todos los grises,
un otro nadie en la nada.
Como sueños nos iremos del espacio,
como si desde el fondo del tiempo
nos llamara la última vigilia
de la memoria: el olvido.
Toda palabra nos saldrá verbo.
Nos dolerán las raíces entreveradas de la lengua
hasta dar con el nudo:
la misma canción de cuna,
los mismos signos,
la misma madre.
Conoceremos las monedas y sus tres caras,
la biblia y sus mil ídolos.
Perdonaremos a nuestros prójimos
no por ser semejantes, sino por ser humanidad.
Seremos al fin lo que somos:
un instante que recuerda instantes.
Y así recordaremos lo que siempre hemos sido:
un mismo dolor repartido entre la especie.
Puerto del espejo
No hay nadie que detrás de las nubes espere la vidriera
o que constele los adoquines mudos en las ramblas.
Las palmeras han quedado solas con el viento;
nadie sorteará sus ramas caídas.
El mar seguirá abriendo al mundo
más no habrá quién junte el jadeo
con la persiana continua
que lega la marea.
Es de noche en el tiempo,
y el cielo está astillado de soledades.
La procesión de las islas,
el remojar de la luna,
los roncos barcos viejos,
solo aparecen como rastros,
llaves ocultas
de un tierno asilo
en el poblado monólogo.
Un muelle añejo es limado
por péndulos de espuma.
La colonia de gatos en la orilla
espera que el puerto despierte.
Un niño hace hablar a las rocas
y rehace la creación.
¿Soy yo esas vidas y las otras
o somos todos puentes a una soledad
que no sabremos nunca?
Puerto del espejo
No hay nadie que detrás de las nubes espere la vidriera
o que constele los adoquines mudos en las ramblas.
Las palmeras han quedado solas con el viento;
nadie sorteará sus ramas caídas.
El mar seguirá abriendo al mundo
más no habrá quién junte el jadeo
con la persiana continua
que lega la marea.
Es de noche en el tiempo,
y el cielo está astillado de soledades.
La procesión de las islas,
el remojar de la luna,
los roncos barcos viejos,
solo aparecen como rastros,
llaves ocultas
de un tierno asilo
en el poblado monólogo.
Un muelle añejo es limado
por péndulos de espuma.
La colonia de gatos en la orilla
espera que el puerto despierte.
Un niño hace hablar a las rocas
y rehace la creación.
¿Soy yo esas vidas y las otras
o somos todos puentes a una soledad
que no sabremos nunca?
(Pero no lo sé).
Tal vez yo no sea sino un nido hecho
de cada rama, de cada árbol, de cada estación.
Me derramaré, flaco y habitable por el viento,
esperando que otra ave regrese y me reconozca.
Espero que traiga consigo,
de lo que soy,
algo que no conocía.
Sabré entonces que ninguna de mis ramas me pertenece.
Las que son mías siempre serán del viento.
Por eso, tal vez yo no habite mi casa por miedo al mundo
sino para saber que trozos del mundo caben dentro,
y no me acueste para olvidarme del cuerpo
sino para inventarle un cuerpo al olvido.
Tal vez no cierre los párpados para deshacer el mundo
sino para darle al mundo finalmente un lugar.
(Ahora lo sé).
Tal vez no despierte con el infinito afinando
el río de mi memoria que curva las piedras.
Tal vez la gravedad en mi boca no provoque
el pulso sereno que articula las aguas.
Tal vez aún árido y mustio no detenga
la erosión que me labra las venas.
(Ahora lo sé).
Tal vez la única certeza
sea el azar.
Tal vez la única certeza
sea Dios.
Tal vez sean lo mismo.
Mariposario de Níjar
En el equilibrio de las aguas
romperse es saber llamarse.
Y el nombre, en los papeles del viento,
es una figura, un río quebrado,
amarrado entre los ojos y la imagen.
En este jardín de los espejos
nacer es saber morirse.
Y el aleteo que secreto conmueve
la ansiedad del aire y la provoca,
nos dice de nosotros más que las pisadas.
En el silencio,
romperse y nacer,
en el silencio,
llamarse y morirse,
ocurren al mismo tiempo.
Fiesta de la certeza
Comienza la fiesta de la certeza.
El polvo se acurruca en las vastas calles y en los rincones
Las sillas cantan el trinar de las ramas.
La ropa está servida para los minúsculos comensales.
Los libros se quedan en los dedos y en las bocas de las repisas,
pero no en la memoria.
Aquí la memoria es la mentira,
la imagen universal.
Aquí, las dos voces
las dice el movimiento.
La única verdad se oculta
en el viaje que trama el cuerpo
para dejar de ser cofre.
La misma que se encubre
en las visitas al espejo,
que tratamos de acicalar,
para esconder que algo se cae,
continuamente se cae,
se cae en el tiempo.
Bienvenidos
a la fiesta de la certeza:
la degradación.
Me hace feliz formar parte de este proyecto. Me hace feliz estar aquí con otras voces auspiciosas. Me hace feliz haber escrito esos versos.
Espero que algún verso lo sientan suyo.
Gracias, Carmen, y gracias Casa Bukowski.