VISNHÚ LEA – NO QUIERO VIVIR EN UN MUNDO SIN POESÍA

Saudades

I

No quiero vivir en un mundo sin poesía,
sin sus catedrales, sin el vino de su esencia,
habría un silencio, como el de un espejo.
Mis pasos llevarían una dirección de muerte,
de un mar sin profundidad,
¡arráncame la lluvia de mis ojos!
No quiero ese mundo de estupor
de desasosiego.

Lejos de mí estarían las rosas,
los colores en sus ojos,
y el sabor del pan
de dos amantes con los hombros recogidos.
De una gota de poesía la tierra invade al hombre,
se forjan el amor y sus principios
se conocen los pétalos y las grietas del otoño.

La acusan de doblegar las flores
de tirar los colores por la borda,
un viento que conoce el dolor de los hombres.
Y adónde se va,
qué hace de ella el tiempo.
Caminas sola, con mi mano como tu único suplicio.
Se alimenta de mi eterna nostalgia,
sobrevuelan los pájaros en la pequeña choza donde le escribo.

No podría estar sin ella,
sin su corona de estrellas
sin la fatiga de extrañarla.
Porque para escribir hace falta poesía
y humanismo.
Me lo han dicho sus ojos;
claros como el cielo.
No quiero vivir en un mundo sin poesía,
sin mediodía, sin el ancho relámpago ahogado.
Sin el incendio de las flores,
necesito de sus palacios
de su delicadeza como un rocío,
porque mi alma escribiría hasta el último suspiro.

Me enseñaste la rebelión de las olas,
a percibir el canto de los ríos,
la simplicidad de sus manos al tocarme bajo la noche,
de comprender el llanto como una gota que nadie quiso.

Nunca vi en el verano tanto
como en sus ojos, o su boca larga de amapola,
murió un hombre, nació la lluvia.
De una nube colgué mis manos para no escribirle tanto.
No quiero, no quiero vivir,
no quiero vivir en un mundo sin poesía.

Saudades

XXVI

María tu nombre,
palabra donde descansa Dios.
Ungüento para los ojos, polen donde anido yo.
Retoño, viento lúgubre, flor que conozco,
María como los días, campo terrenal,
pide mi sangre
la hoja verde que no conoce nadie.

Estoy a tu lado
como la ausencia de Dios,
en mi frente te imploro,
sostén mi mano como el hijo que no soy.
Te nombro en la espera de mis ojos,
como la tristeza que no bebo.

Distinta sobre todo;
como la primavera que nunca sabe igual,
¿por qué te entierras en mi corazón?
como en la tierra, como en el cielo.
María inagotable, amapola, paz venidera.
Ateo de tu amor, satura mi herida con tu amor,
María, yo te pronuncio como si fuera Dios.

Abedul

IV

Mi nombre no importa, soy poeta.
Nací un día de enero
cuando las palabras se repartieron en mi alma,
crecí entre la melancolía y los girasoles que más tarde serían
la flor decapitada.

Viví y morí,
envuelto en las llamas de la poesía,
descubriendo de qué están hechas las almas y los inalcanzables cielos.
escuchaba el silencio que habita en la naturaleza indomable,
para que una estrella al Sur me dijera que Dios dormía.

Navegué por cuerpos,
así como las lantanas color de tus ojos.
Nadie ha de decir que moriría como el frágil retoño,
agotador, descortesía del que huye.

Y fue que en la altura de una amorosa noche,
se reflejaron dos cosas milagrosas;
las flores cubiertas por el manto de las velas,
y tu rostro de una naturalidad verde.

Mis ojos,
desesperados, ya no creen en el destino silvestre.
Ahora lleven las voces que me mintieron,
y entierren mi tiempo vivido,
que hablen los astros del amor malherido.
Quién lo sabría,
los gitanos, la muerte, nadie lo sabría sino tú.
Entre la sombra caminaste,
era yo, ahora pido renacer bajo un árbol,
en silencio.