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AÑO 4 - 2023

RESEÑA DE MALDADES de PAULA WINKLER

 

Por Matías Escalera Cordero

 

«Me encanta triturarlas, descubro como otra verdad»

 

Si el libro de Paula Winkler se titula MALDADES no es por casualidad, es que verdaderamente es una colección de situaciones, realidades y personajes malvados, o malos, a su modo, porque no siempre están claros los límites entre la impotencia, la rabia o el dolor y la maldad, y porque la maldad anida, a veces, donde menos se la espera, incluso en la estupidez o la inocencia, teniendo en cuenta que las maldades inocente y estúpida pueden llegar a ser las más descarnadas, imparciales y absolutas de todas, al no contener moraleja ninguna, ni propósito razonable.

La maldad infantil, por ejemplo, es pura como el bien, y eso es “Dánica dorada, era para untar”, o “Buenos chicos”. Aunque también lo es la maldad senil de “Un piano y algunas plantas”, o la maldad insensata del que busca satisfacerse de modo vicario, a través del otro: “La guerra de las morcillas”.

En ocasiones, la maldad no es siquiera maldad, sino fatum o justicia poética, como en “Otrosí digo”. Pero, en ocasiones, la maldad, incluso la más insensiblemente inocente de todas o la que nunca deja de serlo, a pesar del tortuoso tránsito por las cuevas y las revueltas del infierno, es como una maldad lapa, una adherencia que semeja al inevitable destino, una costra que se te pega y no te suelta, y la fría lógica del fatum te guía, entonces, sin remedio, hasta el desalmamiento y la alienación definitiva, como pasa con “Buenas, Olegario”, uno de los relatos pilares de este libro.

Pero ¿y si la maldad, ciega como un mecanismo ciego, es la vida en sí misma?, tal como sucede en “El mundo sobre ruedas”; o es en nuestro propio destino, el que nos labramos, día tras día, con nuestras decisiones, rutinas y sujeciones, en donde anida esta, tal como se nos plantea en “Buenos chicos” y en “La aburrida práctica del triángulo”; ¿y si son también las decisiones que tomamos como especie –léase “Prohibido morir”– el origen de la misma?, algo que resulta más que probable.

A veces, no obstante, las causas pueden ser determinadas claramente, pero se nos escapan, se encuentran más allá de nuestra voluntad y capacidad de decisión, pues radican en situaciones o condiciones más grandes que nosotros, como cuando la maldad proviene de un agudo sentimiento –nada subjetivo, sino muy objetivo, por más interiorizado que se tenga– del agravio de clase, como pasa en “La costurera”, dado que la auténtica, perfecta y verdadera maldad, al fin, es política, sistémica y se funda en el dominio absoluto, tiránico y arbitrario de la riqueza sobre la pobreza, de los señores de esa cosa que llaman ‘estados de derecho’, sobre sus indefensos súbditos, como en “Crimen perfecto”; o, en ese otro dominio totalitario que es siempre el abusivo imperio de los fuertes sobre los débiles, que refleja en “Cartas nunca enviadas”, a partir, sin duda, por la dedicatoria del relato, de la memoria del padre y de la familia alemana de la propia autora.

Una colección, en suma, de relatos y de textos en los que se radiografían diversas situaciones y conductas en las que la maldad se manifiesta o se deduce; y en los que el lenguaje coloquial, de la calle, e incluso el de jerga se despliega con autoridad, sentido y maestría.

 

 

 

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2 años hace

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